A través del presente texto procuro cerrar un capítulo en la secuencia semanal que he venido realizando sobre la vida y obra del artista dominicano Iván Tovar. No obstante, es un ideal que permanece latente en mi rol como historiadora y crítico de arte, pero también en la memoria colectiva de todos los que han seguido con especial interés cada entrega y que además admiran el trabajo de Tovar.
Hablar hoy sobre el artista, no solo comprende preguntarnos sobre cómo era en tanto ser humano, sino, además, y en concreto, valorar su función histórica, su forma de transformar su entorno sometiéndolo a su misma evolución. Esto así, por su forma de apreciar la vida, sus valores, la meta histórica de mantenerse coherente en su ideal, respetando su oficio por encima de las pretensiones e imposiciones del sistema operante.
Muchos se preguntarán ¿por qué Iván Tovar? ¿Qué lo hace diferente? Sin ánimos de idolatría, Iván fue único en su forma de ser y como artista. Inició muy temprano un proceso de búsqueda que le unió a la naturaleza, supo valorar su apreciación de lo primigenio sintiéndose un elemento del todo. Y, en este intento de reducción espontánea ante una energía superior, surge la reivindicación del ser consciente de su realidad y sin estigmas.
Cuando el hombre se cuestiona como lo hizo Iván consigo mismo y con su propia obra hay un mayor sentido de conciencia, un desarrollo pleno y completo del ser interior que se traduce en una nueva armonía. El trasfondo existencial se muestra como una constante que guía el proceso creativo del artista, quien logra determinar un modo de representación que lo distingue entre otros creadores del mundo, pues tanto a nivel técnico, formal y estético, no cabe duda de que configuró una producción visual auténtica y referencial.
En Iván Tovar, el negro no es negro; el objeto no es objeto; las formas no son formas. En su lenguaje y desde su artisticidad, el negro no es oscuridad, es luz; el objeto es arte y las formas son sujetos.
Gracias a todos, a la Fundación Iván Tovar, a elCaribe.