Iván Tovar supo adaptarse a los espacios en los que le tocó vivir. Fue cerrando ciclos y abriendo otros, quedando algunos inconclusos. Se fue alejando de lo que le inquietaba y se acercó a lo que le acariciaba el alma. Su obra es portadora de sus desvelos, sin sabores y triunfos. Supo jugar con las palabras y se sirvió de formas retorcidas para expresar un mundo interior donde sus cadencias surrealistas superaban el mito, naturalmente, en su propio universo.
Finalizando la década de 1970, el artista abandona París para reinstalarse en Santo Domingo. En la emblemática Zona Colonial y en circunstancias especiales, pregunta a su enamorada si aún conociéndole en detalle acepta casarse con él. Más retada que enamorada, responde que sí. El artista le toma la palabra sellando su vínculo en 1979.
Iván Tovar regresó a República Dominicana en un momento en el que el surrealismo no había calado en la consciencia colectiva. Es cierto que André Bretón estuvo en el país en 1941 y que había dejado una impronta surrealista, pero los artistas dominicanos en general no siguieron de manera exclusiva esta tendencia artística, sino, en buena medida, de forma ocasional. Esta afirmación es definitoria, toda vez que el posicionamiento de la obra de Tovar en Santo Domingo, tuvo que partir de cero.
Situándonos en el contexto, el dominicano estaba acostumbrado a colores vivos, representaciones realistas o, en tal caso, figurativas. Toparse con piezas de fondos oscuros, tonos ocres y configuraciones completamente abstractas con una presencia casi nula de la figuración, resultó un ejercicio perceptivo harto complejo para el público local.
De manera que será definitorio el apoyo que Tovar recibe de su primera esposa, quien desde muy joven ha gozado del respeto y la aceptación de sus lectores desde todas las plataformas donde ha ejercido como periodista. Asimismo, el artista contó con la colaboración de amigos cercanos que siempre han valorado su producción visual.
Así las cosas, Tovar se posiciona rápidamente en el entorno citadino, instalando dos talleres. Uno en Haina donde trabajaba las esculturas y, otro, en los Cacicazgos donde desarrolla su obra pictórica en Santo Domingo.