La década de 1960 constituyó un punto de avance para el artista Iván Tovar. Para entonces, dominaba con destreza las técnicas del buen dibujo y la pintura por lo que se encontraba en la construcción de su estilo.
Previo a su viaje a París, Francia, Tovar había expuesto en la Alianza Francesa de Santo Domingo (1959) y en la Galería Atenas en San Juan, Puerto Rico (1961). También expuso en el Hotel Comercial Santo Domingo en el 1962.
De modo que las primeras apariciones de su obra en el contexto parisino estuvieron acompañadas de cierta madurez, por lo que a su arribo a Francia, es considerado para participar en la Tercera Bienal de París en 1963. Dos años más tarde, es acogido en la cuarta edición del evento. Por ese entonces, es incluido también en la exposición de Pintores Latinoamericanos en París en el Museo de Arte Moderno de la capital francesa.
Su actitud circunspecta, introspectiva y huraña, se convirtieron en el punto de inflexión para dejar fluir a modo de catarsis, el imaginario que desplegó a través del arte, armando todo un alfabeto de nuevas formas con las que se erigió su buen nombre.
Tovar desarrolló una obra muy minuciosa, siempre centrado en el detalle y lo genuino. Poco le importó parecerse a nadie, pero sí que supo nutrirse de las fuentes referenciales de su momento histórico. Redefinió las bondades de sus contemporáneos, al tiempo de explorar en nuevos senderos para generar sus universos espaciales y dinámicos.
Llegó a afirmar que le preocupaba más la opinión de un pintor que la del crítico. “Cuando un buen pintor hace un análisis de mi trabajo, lo encuentro pasable, me interesa”. Así, porque según el propio Tovar “el pintor saca lo peor de ti, mientras que el crítico es otra cosa…”. Ciertos elementos que no descubría en sus pinturas, los críticos la registraban, entonces esto le conectaba con las respuestas en relación a sus posturas existencialistas. Continuará.