El devenir histórico del arte dominicano ha estado sujeto más a la crítica que a la investigación. Desde un primer momento se han venido registrando numerosas publicaciones de carácter masivo, así como palabras al catálogo. Sin embargo, la sistematización de la información ha quedado relegada a una visión subjetiva con matices estéticos, salvo contadas excepciones de aportes puntuales que establecen el hilo conductor para comprender las sucesivas etapas que caracterizan al arte criollo.
En este sentido, uno de los aportes más relevantes lo encontramos en los 8 tomos que integran la “Memoria de la pintura dominicana” de la autoría del historiador y artista visual Danilo de los Santos, a quien le merece el título con sobado mérito como padre de la historia del arte dominicano.
La academia tardó en institucionalizarse en la República Dominicana, pues a pesar de que el coleccionismo inició primero en La Española con las obras que acompañaron la flota de don Diego Colón y doña María de Toledo y de que la voluntad de destacados exponentes se mantuvo latente siempre, teniendo como referentes la labor de Alejandro Bonilla, Abelardo Rodríguez Urdaneta, Celeste Woss y Gil y Yoryi Morel, por citar algunos ejemplos.
Será en 1942, casi a la mitad del siglo XX cuando se instaure la academia en Santo Domingo con la creación de la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA), ahora Escuela Nacional de Artes Visuales (ENAV).
La institucionalización del arte trae consigo un proceso de afianzamiento en la adopción de los lenguajes pictóricos internacionales, bajo la impronta criolla. La identidad se afianza cada vez más en las obras de los nuevos artistas que componen los primeros egresados de la ENBA. Ante este escenario empiezan a constituirse las primeras generaciones de artistas, a partir de la década de 1950. De igual forma, comienzan a surgir nuevas academias como las Escuelas de Arte de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD); la de UNAPEC, Altos de Chavón y en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU).