Al regresar de La Habana en 2008 de las primeras personas que conocí y establecí vínculos fue con el artista dominicano Mariojosé Ángeles. Un ser humano excepcional que se ha destacado tanto por su producción visual e investigaciones, así como por su solidaridad, sentido de pertenencia y aportes para el desarrollo del arte criollo, apoyando mediante iniciativas propias a sus colegas.
Una tarde, Mariojosé me presenta uno de sus tantos proyectos junto a los artistas José Ignacio Azar y Dhimas Santos. A partir de ese momento, la conexión con Dhimas fue inmediata; arquitecto, poeta y artista. Nos escribíamos con frecuencia. A veces me sentía invadida por tanto material compartido, porque no paraba, Dhimas fue un hacedor constante, el arte era su centro y cada instante le servía para elucubrar nuevas formas.
La abstracción permeó buena parte de su producción visual, sin restarle a su calidad como dibujante. Buscaba la grandeza de los pequeños detalles, dimensionando sus características. Las partes se convertían en su todo, desplegando un universo visual que, auqnue cercano, resultaba desconocido.
La idea fundamental en los trabajos de este inusitado creador, no era otra que la de acercar al espectador a redescubrir la realidad, a observar el entorno con una mirada más sensible, directa y auténtica. Nos dejamos llevar por la vorágine del día a día y nos perdemos la magia que encierra la existencia y que el arte sublima.
Hoy, me queda recordar los capítulos de mi vida en los que tuve el privilegio de acercarme al noble Dhimas. Su cuerpo ha emprendido un largo y desconocido viaje, pero su alma permanece junto a su gran legado. Puedo dar fe y testimonio de que conocí un ser puro, desinteresado y visionario. Su mundo interior estaba poblado de imaginación. Hacia afuera, parecía incomprendido y hasta fuera de contexto, tal vez haya sido así, pero en el interior había una carga emocional vibrante que fluía en sus trazos. Como él mismo sentenció: “Soy lo que quiero ser”. Hasta siempre querido Dhimas.