Detenernos en la producción visual del maestro Ramón Oviedo, es un encuentro con la dominicanidad, con aquellos elementos que describen la realidad de una nación que se ha forjado a través del esfuerzo y coraje de sus habitantes, quienes de forma aguerrida han venido luchando para construir un modelo de Estado social y democrático de derecho.
Oviedo, retrata en sus obras el humanismo perdido, elevando la esencia del ser, como si se tratara de una radiografía del alma de cada sujeto representado. La superposición de elementos es una característica latente en su quehacer pictográfico, matizando las áreas de color, al tiempo de dejar fluir el dibujo como eje estructural de sus composiciones.
En el imaginario del maestro, la espacialidad juega un papel protagónico, toda vez que le permitió manejar varios planos, interconectando aspecto de la realidad con fragmentos del inconsciente que iban aflorando en función de lo que pretendía recrear en el lienzo, según los hechos y las circunstancias. Su visión del universo, le llevaron a integrar su autorretrato en muchas de sus obras, pues es como si fuera una especie de mensajero apocalíptico registrado en primer plano, tal como acontece en la pieza: “Mi mundo” donde se refleja su rostro, el cual está rodeado de una suerte de figuras zoomorfas que, en una mirada hacia el interior de la obra es como si asistiéramos a varias escenas en conjunto, en una de ellas, por ejemplo, yace una mulata tropical en estado voluptuoso.
De manera que, en este maestro del arte nacional, tenemos al pintor de lo abigarrado, lo entremezclado, lo simbiótico y estructural, porque supo combinar estilos, formas y colores. Es todo ello lo que nos permite encontrar un poco de todo en sus obras, ya que son, en conjunto, la síntesis de su maestría en una fusión de estilos que trae consigo su propio sello: Oviedo.
En la muestra, se registran otras obras extraordinarias a través de las cuales los artistas Omar Molina y Nelson González rinden tributo al maestro.