El arte dominicano se encuentra signado por un proceso de simbiosis como resultado de un largo e inconcluso proceso migratorio. Esto así, porque la ubicación geográfica de La Española ha servido de puente para varios grupos de individuos, muchos de los cuales, han decidido permanecer al amparo de este paraíso en el Caribe.
Y, ha sido precisamente este sentido de pertenencia por parte de algunos lo que ha permitido que, poco a poco, se haya ido conformando un ideal común con expresiones identitarias que caracterizan este espacio entre otros del mundo.
De manera que la esencia de este proceso, las encontramos en las creaciones del maestro Antonio Guadalupe, quien, durante años, se ha dedicado a reflexionar en relación a la cultura dominicana, como resultado de un estado sincrético que comprende un amplio proceso de mestizaje. Se trata de dos colecciones que se vinculan entre sí. Una, se refiere a la biodiversidad que caracteriza nuestro suelo, el cual alberga centenares de especies, muchas endémicas, con un efecto inmediato en la estabilidad del ecosistema. La otra, alude a esa luz particular que inunda nuestra isla permitiendo un color más acentuado en sus paisajes, al tiempo de que, difícilmente se pueda encontrar unas aguas con ese azul turquesa tan particular como el que baña las costas caribeñas de nuestro lar nativo. En Antonio Guadalupe, el arte dominicano tiene uno de los artistas más comprometidos con la preservación de los elementos identitarios que conforman nuestra cultura. En términos formales, se puede afirmar que el color va a ser una constante en la producción visual del maestro Guadalupe, quien no descuida el dibujo, pues esto le permite dotar a la obra de una estructura particular, en la que aflora, inexorablemente, el pez en tanto símbolo de vida y referente inmediato para varias culturas ancestrales, sobre todo, desde el punto de vista mitológico.