Mi espíritu aventurero me puso entre ceja y ceja visitar Platón desde Polo, Barahona. De modo que estos primeros días del 2024, me ha tocado recibirlos desde el Sur profundo. He transitado junto a mi familia por lugares inhóspitos.
Y es que el recorrido implicaba pasar por los Lirios, La Lanza y otras comunidades. Mientras descendía, una parte del sendero se mostró completamente intransitable, vimos perdida la esperanza de llegar a nuestro destino.
Sin embargo, la voluntad es una fuerza poderosa. Decidí continuar a pie, explorando lo que había más allá de zanjones y desplazamientos de tierra y rocas. Así, llegué al río Paraíso, donde descubrí una trocha improvisada por los lugareños para el paso. Al llegar al cruce del río, perdí el rastro.
De regreso al vehículo, listos para regresar a Polo, no lo consideré una derrota, sino un momento de atención, debido a que intuía que podríamos conectar con la trocha río abajo.
Grande fue mi sorpresa cuando apareció el desvío, experimenté una emoción indescriptible al retomar nuestro objetivo. Cómo no recordar al poeta español Antonio Machado, al sentenciar: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
Resultó una travesía irrepetible, no habría forma de exponernos nuevamente hacia lo desconocido, pero verdaderamente nos conectó con el corazón de una provincia olvidada como Barahona, llena de riquezas naturales y de gente buena, talentosa y trabajadora. Es la tierra de nuestro gran maestro del arte dominicano, Ramón Oviedo, a quien este año celebramos el centenario de su natalicio.
La vida de Ramón Oviedo es un testimonio vivo de que no hay imposibles; empezó a pintar desde muy temprana edad, guiado por una vocación innata. El propio maestro expresó en una entrevista que decidió formarse por sí mismo.
No todos compartimos el mismo sentido de aventura o disciplina; es responsabilidad del Estado generar los medios para la formación, crear puentes y caminos que sirvan de estímulo para avanzar hacia adelante.