En el contexto actual de la República Dominicana, el cambio supone una “nueva forma” de hacer política. Partiendo de esta premisa, es de suponer que se hará el mayor esfuerzo por consolidar un Estado de bienestar en el que el pueblo dominicano pueda contar con ciertas garantías para vivir dignamente.
Teniendo en cuenta esta hipótesis, insistimos en que hay que tener la cultura como eje de cualquier transformación social que se pretenda llevar a cabo.
Desde nuestra perspectiva, urge rediseñar el sistema de enseñanza. Se precisa insistir en el desarrollo de la capacidad lógica y creativa del individuo. Si una persona no conoce lo que estudia y su campo de acción, difícilmente logrará insertarse con éxito en el mercado laboral.
Más todavía, una persona que logra graduarse con suma dificultad, no tendrá la capacidad necesaria para formar a otros. No todos podemos lograr un título universitario, la sociedad se ha configurado desde sus inicios para que haya pluralidad, por eso hay países en los que se insiste en potenciar la categoría del “técnico medio”. De manera que, si en su evaluación su coeficiente intelectual no aporta el índice requerido para ser licenciado, usted puede perfectamente convertirse en técnico.
Pero que resulta, que la educación se ha presentado como un negocio y en los días que corren cualquier persona con dinero puede apropiarse de un título, muchas veces en base al esfuerzo ajeno, pues los trabajos asignados son pagados a un tercero.
Este tipo de eventualidades genera individuos mediocres, poco sensibles que hacen mucho daño a la cultura, no la dejan florecer. Cuando estos pseudos profesionales, salvo excepciones, logran posiciones de poder, imponen su malhacer, su egocentrismo y ponen límites a la capacidad de las almas creativas.
Poco a poco, sin que nos demos cuenta, nos vamos quedando sin cultura, la vamos perdiendo de manos de la ignorancia, la desidia y, sobre todo, de una mengua irreparable de los afectos. No dejemos que muera la cultura, avivémosla, todavía estamos a tiempo.