La cultura ha de pensarse siempre en plural. Así, porque hay quienes se ocupan de crear, mientras otros disfrutan de las obras que devienen del talento humano. De manera que se produce un intercambio interesante que activa las emociones.
El gobierno debería concentrar sus energías en favor de la cultura, ella mantiene unido al pueblo en constante creatividad y deleite y, por tanto, en estado sensible. Quien ama la cultura sea creador o receptor conserva una actitud ecuánime y positiva.
Cuando la cultura se concentra en un grupo, se genera malestar en la población porque se apoya a unos y se desampara a otros. Lo que es igual no es ventaja dicen en el argot popular, por lo que la institucionalidad marca la diferencia.
En la medida en que se voten normas para dirigir correctamente las políticas culturales de la nación, se avanza, al tiempo de fortalecer el sector y generar estabilidad en el mismo. Cuando se comenten errores o desatinos, se debe buscar la manera de resarcirlos a tiempo, pues de otro modo, se envía una señal negativa.
Hemos visto cómo en el contexto dominicano se han suscitado una serie de acontecimientos que vienen lacerando el buen obrar en materia cultural, sin contar con que se politizan buenas partes de las acciones que se desprenden desde el sector público.
Es comprensible que cada gobernante decida las directrices de su mandato en todos los órdenes, pero debe primar el bienestar colectivo, pues, aunque buena parte del electorado haya confiado su voto para que le represente, una vez electo no es presidente de un sector político, sino de toda una nación.
Lamentablemente, en la práctica, se fracciona, se politiza o, más bien, se partidariza todo. Incluso, se podría afirmar que esto ha calado profundamente en la conciencia colectiva, al punto de incidir en varios procesos gremiales. La gente se agrupa en función de sus intereses y eso no es malo, pero no se debe ir como “burros con orejeras” como si todo el universo girara en su dirección.