Las artes visuales en la República Dominicana han logrado establecer un mercado a través de la conformación de galerías, de la operación de los representantes y gestores culturales y, por supuesto, de la consolidación de un conjunto de diletantes que se han convertido en mecenas de muchos artistas, logrando conformar valiosas colecciones. Esta modalidad también ha sido asumida por algunas instituciones tanto públicas como privadas, que han optado por destinar un porcentaje de sus presupuestos a la compra de obras de arte, lo que además de hacer lucir mejor sus instalaciones, van conformando un patrimonio de un valor tanto cultural como económico.
Ahora bien, en los últimos años, el comercio de obras de arte se ha venido manejando con gran informalidad en el contexto dominicano. La mayoría de los artistas prefiere vender sus obras directamente y, de esta forma, las galerías van perdiendo terreno, pues a esto se suma también la presencia de los decoradores y de aquellos que se dedican a la reproducción de imágenes y peor aún, a las falsificaciones.
Se trata de un tema serio que merece atención inmediata por parte de los sectores competentes. Si bien, se ha logrado la votación de una ley de mecenazgo, lo cual es un gran acierto, sin embargo, la misma debería ser acompañada de un reglamento de aplicación que estoy segura se debe tener en agenda para que amplíe las reservas que pueda contener la propia normativa.
El sector artístico y cultural, a pesar de su gran importancia, se ha visto minimizado en nuestro medio, se le ha brindado muy poco o ninguna atención a ciertos temas y, en algunos casos, se ha priorizado un sector más que otro. De hecho, en función de la sensibilidad e inclinación del incumbente de turno, se ha visto cómo hemos tenido momentos destinados solo a la promoción de las letras o de la música y las demás manifestaciones sufriendo el letargo aciago de que aparezcan quienes se identifiquen con sus causas.