Hace unos días estuve reflexionando en relación al juicio estético, y sobre cómo la visión de una obra puede variar en relación a la experiencia y conocimiento que se tenga en función de lo observado. Ciertamente, la sensibilidad juega un rol determinante en todo esto, ya que es lo primero que nos motiva para interesarnos por una obra en específico.
De hecho, cuando decidí ir a Cuba a estudiar Historia del Arte, sólo me acompañaba la sensibilidad que, de una manera u otra había aflorado en mí, a partir de las clases de música en la Academia dirigida por Don Juan Rosado en mi Sabaneta natal.
Traigo esto a colación porque los pueblos están ávidos de conocimientos sobre temas culturales, en específico, sobre artes visuales. La mayoría de las personas que viven en el interior, desconocen cuáles son los grandes maestros del arte nacional.
De igual forma, no hay un interés marcado por descubrir lo que ofrece el mundo de las artes. No se entiende de qué va una exposición o lo que conlleva. Muchos pensarán que exagero, porque hay ciudades en las que con regularidad se organizan este tipo de eventos, como es el caso de Santiago, La Vega, Puerto Plata, La Romana, Higüey, Bonao, Baní, por citar algunos ejemplos, pero son muchas las provincias en las que no se promueve nada y, cuando se hace, solo se dignan a asistir unos cuantos.
El sistema educativo dominicano, debería comprender un plan de estudio en el que se incluya como asignatura obligada la historia del arte dominicano. Más todavía, las direcciones provinciales de cultura, en su plan de acción, deberían considerar la incorporación de una muestra de arte por lo menos dos o tres veces en el año.
Necesitamos avivar la sensibilidad, esta nos ennoblece, nos eleva, nos distingue y, una forma maravillosa de hacerla fluir, es a través de la percepción de obras de arte, ya que esto aviva nuestros sentidos y, mediante la percepción, podemos crear nuestra propia valoración en relación a lo observado.