La pasada entrega nos quedamos en la Bodeguita del Medio, y es que desde allí no podríamos salir sin dejar grabado nuestro nombre en alguna de las paredes de aquel rinconcito próximo a la Catedral de La Habana, pero mucho menos, sin probar el famoso “mojito”. Se dice que Ernest Hemingway solía tomar su mojito en la Bodeguita y el Daiquirí en el Floridita.
Caminar toda la calle Empedrado en dirección al Capitolio es un deleite, tal como acontece si lo hacemos en sentido contrario, donde nos cruzaremos con el maravilloso mural de las personalidades cubanas del siglo XIV al XIX.
La Habana Vieja nos atrapa, tiene mucho que ofrecer, cada lugar tiene su historia y encanto. Y, a pesar de que me he referido a los espacios sin seguir un orden en general, aunque distante de la Plaza de la Catedral, relativamente, tenemos las Plazas de San Francisco de Asís y la Plaza Vieja, de mis favoritas.
Se puede retornar a la calle Obispo. Una vez ahí, se camina como si fuéramos a la Plaza de Armas, con un giro a la derecha cuando lleguemos al Hotel Ambos Mundos, para acceder así a la calle Mercaderes, a mi juicio de los paseos más hermosos del centro histórico.
De entrada, tenemos la Casa de Marco Polo, el camino de las especies, la Maqueta de La Habana, la cual conserva una réplica de la ciudad a escala. Más adelante se encuentra la Casa del Tabaco y, la que más me gusta: La Perfumería Habana 1791, es un lugar encantado, que capta mi atención de principio a fin y, estoy segura que la de todo ser sensible que disfruta de los detalles. Allí todo parece sacado de un cuento de hadas, aquellos vitrales que adornan el salón maravillan con su colorido y perfección.
Resulta que, en Habana 1791 puedes hacer tu propio perfume, yo casi siempre me inclino por la lavanda, pero en cada visita aprendo algo nuevo sobre los tipos de fragancias, las mezclan que alcanzan un valor espirituoso y la particularidad de poder lograr crear tu propia esencia.