Empecé a estudiar en la Escuela Superior de Bellas Artes de Paris. En ese entonces, tenía una vorágine de trabajo que solo tenía tiempo para lo necesario. Y es que allá las clases no eran guiadas por profesores, sino que estabas asignado al taller de un artista.
Empecé a estudiar con resina y fibra de vidrio, materiales con los que hasta ese momento no había trabajado. En todo ese tiempo, no tuve ni siquiera una novia, lo mío era arte, arte y más arte.
Esto llamó la atención de algunos compañeros que decidieron acercárseme para hacerme entrar en razón a fin de que saliera a disfrutar de la ciudad. Decían: “no te das cuenta que estás en Paris, una de las ciudades más alegres del mundo y tú solo vives de taller en taller. Tienes que hacer algo diferente”.
Es de ese modo que me intereso por recorrer la ciudad de Paris y también otras ciudades europeas, quedando impresionado por la cantidad de arte que adorna cada uno de los espacios visitados.
Decía a mis adentros: “esto es lo que necesita mi país; más arte”.
Luego de haber trabajado tres exposiciones en metal, decidí presentar una muestra en barro. Se trataba de un conjunto de sesenta piezas en pequeño formato con gran nivel de detalle. Lo más interesante en el proceso creativo es que en toda la producción lo que primó fue el cálculo infinitesimal.
Como había estudiado arquitectura en la UASD, había un profesor llamado Virgilio Vallejo que decía: “cada individuo tenía dos ojos en la cara y dos en el alma y que los infinitésimos había que verlos con el alma”. Los infinitésimos son una variable que van del cero hacia abajo. Eso me gustó tanto que inicié un plan de investigación para tratar de hacer visible lo que hasta ese momento era abstracto.
Así que inspirado en el parque “Los Tres Ojos”, sobre todo, en las referencias de las estalagmitas y las estalactitas pude encontrar los puntos de convergencia que da paso a que se registren los infinitésimos en mi obra.