La señorita Carmona era una mujer de mirada rígida y cuerpo de luchadora

El nombre completo, tal y como aparecía en el registro de nacimiento, era Evangélica Arcadia Petronila Carmona, que la gente simplificó como la Señorita Carmona, una mujer de mirada rígida y cuerpo de luchadora, voz ronca, bigotes recién afeitados, una argolla en la oreja izquierda y, en general, gestos muy masculinos. Su rostro no conocía la sonrisa y su cuerpo nunca supo de afectos paternales y menos matrimoniales.

En la escuela de su comunidad se daba clase a los tres primeros niveles que consistía en alfabetizar a los niños hijos de campesinos y darles algunas nociones de matemáticas, naturales, geografía e historia.

Carmona no poseía títulos y se cree no pasó de un quinto de primaria, pero era prima del alcalde pedáneo que era a su vez amigo de un alto dirigente del partido en el poder. Ella se ocupaba de los números y los cuentos patrióticos que se inventaba para narrar la formación de la Patria. En geografía se limitó a las divisiones territoriales desde los indígenas hasta hoy y al final explicaba los continentes que no entendía, ni sabía los países que los componían.

Consiguió un listado para que aprendieran las capitales de algunos países y era tan distorsionado que sus estudiantes nunca pudieron corregir.

La señorita Carmona, una maestra rural

El pequeño copérnico.

En su lista ella tachó a Washington y lo sustituyó por Nueva York, El Congo era la capital de África, Haití estaba separado de la República Dominicana por un anchísimo rio que nadie podía cruzar a nado, ni en bote, repleto de tiburones.

Cuando le ofrecieron darle un cursillo para habilitarle un diploma de Maestra Rural, lo rechazó y solo se le oyó mencionar un COÑO junto al nombre del alcalde, su primo, quien tiempo después se apareció con uno que decía lo mismo que su cédula y escrito a mano por un pendolista famoso que solo escribía en letras góticas. Lo colgó en el seto, al lado de la foto del presidente, un afiche de campaña que ella guardó y enmarcó para que se sepa quién era ella.

Cuando se reunía con los padres repetía tres o cuatro frases de cuando viajó a la Capital para estudiar y obtener el diploma. Los padres, obviamente, no entendían nada de la misma manera que la Srta.
Carmona tampoco. Trataba de diferenciar el Método Tradicional del Constructivismo que a ella no le entraba y decía con-tru-tu-bis-mo, pero que quizás era un nuevo método para regresar al antiguo y hacer que los alumnos aprendieran, por “un tubo” las lecciones que antes se aprendían de botella y que ahora hacían igual, con la vigilancia y autoridad policíaca de La Señorita.

Todos los alumnos la obedecían sin atreverse a contradecir el pegote de “sabiduría” que ellos retenían tal y como hacía Mr. Hinton cuando les “inyectaba” inteligencia Artificial a sus robots.

De todos los alumnos, el hijo de don José, quien impartía docencia en la Escuela de Artes, se destacaba porque, aparte de hacer siempre sus tareas, ayudaba a sus compañeritos cuando la velocidad aceleraba a La Señorita y cuando la Luna estaba llena. Ella no repetía y el que “no agarra, no agarra” y la mayoría quedaba en el limbo.

Don José, quien quedó viudo cuando un rayo partió la mata de pera justo cuando su esposa estaba debajo, siempre acompañaba a su pequeño, le enseñaba a dibujar y le explicaba las lecciones confusas y hasta las futuras.

Vitruvio de Lionardo da Vinci.

Mucho antes de las vacaciones La Señorita Carmona viajaba por las galaxias y se devolvía de Plutón, después de pasar por Marte, Miércoles y Jueves, tres planetas enormes, según ella; pero don José recorría el Universo casi completo, lo que se podía comprobar en los apuntes del hijo donde ya no cabían más galaxias, hoyos negros, cometas, estrellas… en su cuadernito de Astronomía. Nunca vieron ni el Paraíso, ni el Infierno y menos el Estrecho de Bering que Carmona describía próximo a Andrómeda.

Cuando la Srta. Carmona pasaba, de regreso, enumerando los planetas, siempre abordaba sus lunas respectivas, pero fijándose de los apuntes del hijo de don José, que las conocía con propiedad, como se comprobaba en el limpio y ordenado cuaderno del alumno. Ella aprovechó su sabiduría para nombrarlo copiloto de la nave espacial cuya misión era viajar, de ida y vuelta, a Plutón, que era hasta donde llegaba su imaginación… y mucho era.

El hijo de don José explicaba cómo Copérnico entendió que la Tierra no era el centro de la galaxia pero estaba seguro que nadie lo entendía, si todos eran testigos de ver el Sol salir por el este y ocultarse al oeste cada día. Explicaba que la Tierra era el único planeta con rotación debido a un choque con un meteorito, el mismo que extinguió a los dinosaurios y el que formó la Luna.

El copiloto detallaba la cantidad y nombre de las lunas, los anillos de Júpiter y las estrellas que formaban las osas y demás figuras que nadie creía. También los casuales encuentros, en vuelo, con Santicló cuando llevaba en su trineo armas para entregárselas a Israel quien las usaba, no como juguetes, contra los palestinos, a quienes le robaban sus tierras.

Cuando les tocó dibujar planetas y estrellas los estudiantes, a modo de venganza, se reían de las del hijo de don José porque eran redondas.

-Las estrellas son redondas como el Sol, explicaba y esto dejaba mudos a sus colegas.
Ahora, además de copiloto de la profe, esta lo llamó el “pequeño Copérnico”.

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