La Francia de hoy, la de Macron, está lista a enviar a su juventud al frente, a una guerra que ella no entiende

Los franceses, con esa enorme Historia del Arte y sus principales corrientes, dominaron la opinión mundial hasta que hoy día, ni siquiera con la existencia de internet, se consideran a los rusos, que en muchas áreas los superan. Ellos mismos bautizaron a su París como la capital mundial del Arte, de la misma manera que Anyolino Germosén determinó que Tamboril es “la capital mundial del cigarro”.

Desde aquella bohemia que sufría las olas de frío y visitaba los bares a envenenarse con ese clerén verde que estuvo de moda y que se llevó a Toulousse Lautrec, enfermó a Vincent Van Gogh y puso a caminar en cuatro patas hasta los más reputados duques y marqueses que se refugiaban en los prostíbulos; así mismo hicieron los artistas dominicanos como si estuviesen condenados a una fórmula de paralelismo fatalista. “Mientras más borracho te presentes al cliente más artista creerán que eres” le repetía el marchand d’art Ambroise Vollard a sus protegidos para asegurarse que cuando llegaran al taller no hubiese la menor duda que “estamos frente a uno de los más grandes artistas”, y el tufo le daba la razón.

Esa misma Francia de hoy, la de Macron, está lista a enviar a su juventud al frente, a una guerra que ella no entiende, ni le pertenece, va a celebrar los olímpicos sin el brillo de aquella fama de arte y libertad que heredaron de la Revolución Francesa, ahora bajo las órdenes de América.
Los franceses clasificaron a los estudiantes que adquirieron algunas nociones de pintura o fueron hijos o vecinos de algún pintor y que en su adultez pintaban de vez en cuando, como peintre de dimanche, pintor de ocasión o pintor de domingo, que no artista. En nuestro país la evolución se dio para que el artista se transformara en simple pintor y se agotara en una producción que pudiese competir con la artesanía haitiana. En el ámbito choperil, artista es ese analfabeto avivato que se enganchó a bachatero, a reguetonero o urbano, para desprestigio del arte musical.

Robalagallina por Pacheco. Autorretrato por Pacheco.

Igual que allá, como el douanier Rousseau, que tenían un oficio con el que se ganaban la vida pero que, por diversión, se entretenían pintando para demostrar un saber-hacer que no los caracterizaba.

Contamos en el país con dos artistas que pintan diariamente. Primero para sobrevivir y segundo por el placer de embarrar telas a su gusto y sin importarles ni un pepino o una tayota, la opinión de nadie.
Cestero juega el rol y es quizás el primero de estos artistas realmente bohemios que cabalga cotidianamente por los senderos de sus telas y luego por el camino a los molinos del Conde capitalino o a la Plaza España, como si fuese un acto de Las Damas de las Camelias.

Claudio Pacheco quiere seguirle los pasos, sin querer, en esa misma aventura quijotesca con su pincel en bandolera fabricado en Chavón.

Ahora, como enfant terrible, en lo poco que queda de Santiago, se mueve más como fantasma virtual que da saltos desde cualquier rincón para asaltar el Teatro del Cibao o llegar hasta Puerto Plata.

Con una boina tumbada se amarra su sello de pintor maldito que defiende en una filosofía lúdica y lumínica que pregona echando pestes y maldiciones a la burocracia de la Cultura y a la “comemierdería” que lo excluye; pero que nunca le quita su sueño, su energía, su sonrisa. Por eso Pacheco, llegado el carnaval, se zambulle en él y se adueña del Robalagallina distorsionado desde que el General haitiano Placide Le Brum, hiciera desfilar por las calles de la Vega a un soldado lleno de todas las plumas de la gallina que había robado o a un Francisquito La Perra en las patronales de Tamboril.

El colorido de la figuración expresionista de Pacheco se depura y fortalece en un estilo característico que pocos artistas logran. Si Pacheco fuese millonario, y lo es, haría lo mismo que hace en su precariedad económica que muchas veces le ofrece un pote a cambio de un rosado-turquesa, que solo se logra con algún alucinógeno.

Marcelo Bermúdez por Pacheco, Quijote por Pacheco y Mario Grullón por Pacheco.

ROBALAGALLINA de Pacheco es una prueba más de un artista solitario y batallador, ahora contra un ejército de lechones desalmados.

Este artículo fue escrito, originalmente, en febrero del 2018 para el catálogo de su exposición carnavalesca. Lo publicaron en turco o catalán, o así parecía, porque no imprimieron ni una sola vocal con acento. José era Jos, por ejemplo. l

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