Las nubes sobre el malecón de La Habana pasaban por pedazos, el Sol se ocultó con una, en forma de oveja y quedó rodeada de un dorado intenso, como si la hubiesen bordado.

Con el mismo ritmo del reloj se ponían rojas, tan rojas que parecía un aniversario en La Plaza Tiennamen de China.

De repente, un estruendo estremeció el puerto y el U.S.S. Maine voló por encima del Faro del Morro convertido en migajas que semejaban un géiser de Yellowstone Park.

Aquel 15 de febrero de 1898, la curiosidad arrastró a La Habana completa para contemplar, en un lamento, la muerte de más de 268 muchachos, cuyo único error fue engancharse en la US Marine Corps.
Esa explosión, que fue producto de una chispa de las calderas, apareció en primera plana del New York Journal de William Randolph Hearst como WAR! SURE! MAINE DESTROYED BY SPANIARDS… ¡GUERRA! ¡SEGURA! EL MAINE DESTRUIDO POR LOS ESPAÑOLES.

En el New York World, dirigigo por Joseph Pulitzer, se anunciaba lo mismo. Con otro anuncio sensacionalista, se iniciaba la guerra de los americanos que buscaban el pretexto perfecto para “proteger” a Cuba y terminar con aquella pesadilla de odio, humillación y esclavitud.
“La Doctrina Monroe”, con el garrote de Theddy, les cambio de dueño a los cubanos.
Paralelamente se agudizó la otra guerra que venían dando los dos magnates de la prensa escrita. Paradógicamente esta no se tiñó de rojo porque no mataron a nadie, sin embargo sí se pintó de amarillo. Surgió, de esa pugna, el término “prensa amarilla” que no tenía que ver con el oro, ni con el Sol.

Todo ocurrió cuando Richard Outcault creó el personaje de Mickey Dugan para el New York World de Pulitzer, un niño con una bata amarilla, diente frío y caco pelao. La gente lo bautizó Yellow Kid y fue tan popular que Heart, de envidioso, compró al dibujante y, descaradamente, lo puso a dibujar el Yellow Kid en su New York Journal. El The New York Times, fundado en el 1851, fue el único que no entró en esa guerra y mantuvo una postura más moderada y más encubierta, como cuando apoyó el golpe a Bosch.

Pulitzer no se rindió y contrató a George Luks para rivalizar, con otro Yellow kid. Esa fue la guerra de los Yellow Kids que luego se quedó como guerra de la prensa amarilla, sinónimo de periodismo sensacionalista, exagerado e inventado.

No solo usaron al Yellow Kid, sino que la prensa diaria logró un gran momento de esplendor, en términos gráficos, con ilustraciones, dibujos a la pluma ampliados que servían o acompañaban artículos totalmente inventados.

El imperio Hearst creció hasta llegar a producir, para 1935, 20 millones de ejemplares en un solo día en 28 periódicos de su propiedad que andaban por las calles de Chicago, San Francisco, Boston, Los Angeles, New York…

El plato fuerte del menú periodístico de Hearst era la portada con una “noticia” mitad verdad, mitad mentira, o mentira total, que para eso contaba con buenos “chefs” que cocinaban el plato que quisiera, principalmente con mucho veneno contra la Unión Soviética y contra todo que no fuese “la perfecta democracia” de su amigo Franklin Delano Roosevelt. “We make the news”, era el lema, “nosotros hacemos la noticia”.

Una vez terminada la II Guerra Mundial, los nazis encontraron refugio en los Estados Unidos, Canadá, Francia, en la misma Alemania Democrática, y hasta en lás páginas del padrino Hearst.

Lo atractivo de los periódicos de Hearst, aparte de las portadas espectaculares y sus magníficas ilustraciones, fue el comic que ocupó un espacio especial y privilegiado. Tanto los caricaturistas editoriales como los que producían viñetas de humor diarias, fueron organizados en el King Feature Syindicate, también de Hearst, que las distribuía a miles de periódicos por el mundo.

Las 150 tiras se leían en más de 5,000 rotativos del planeta con una línea definida por el propio Hearst.
Nosotros teníamos una página completa de muñequitos que era el banquete de niños y adultos, en La Nación, El Caribe, El Listín, La Información.

No era cualquiera que podía ser parte de ese “staff”; había requisitos definidos en los lineamientos de la Guerra Fría. Un Quino y su Mafalda, no podrían haber entrado ahí.

Hearst diseñó su prensa amarilla para dominar y adiestrar lectores y lo logró cuando todo el mundo se tragó sus “fakes news” mucho antes de que así se llamaran. La recién entrevisa de Tucker Carlson a Putin, hubiese sido imposible de publicarse en esa época.

Cuando Hearst se dio cuenta de que tenía más millones de dólares que granitos de arena de cualquier desierto, empezó a hacer una vida de circo disfrázandose de filántropo, cuidó sus elefantes y leones, recogió cachivaches y “obras de arte” y vainas raras tal como lo hizo Robert Ripley que le sirvieron para sus museos; regaló galleticas mocatas a las monjitas de la caridad, hizo cenitas a la flor y ñapa de Hollywood.

La actriz Marion Davis fue tambien uno de esos caprichitos del castillito de San Simeón con vista al Pacífico, pa’ divisar a los posibles piratas… que uno nunca sabe.

Orson Welles, familia de Sumner (amigo del Gral. Horacio Vásquez), creó el personaje Charles Foster Kane y así convirtió, en su famosa película, a Hearst en Citizen Kane, quien no puede entenderse sin la autopsia cultural de aquel. Tanto Hearst como Pulitzer son reconocidos hoy día por el desprecio a la Etica, interesados solamente en sus sucias ganancias, fueron creadores del periodismo difamatorio o Periodismo Amarillo.

El famoso cuarto poder de la prensa viene desde ese lejano control que manipulaba la información, nos hacían creer en pendejadas, desacreditaban al más bonito que no fuera de su gracia, galardonándolo en los trapos sucios mejor embarrados y provocando guerras y golpes de Estado, más a diestra que a siniestra.

La desinformación de hoy viene dada por ese fenómeno que encuentra en el celular y los medios digitales, espacio para cualquiera que quiera inventar sus noticias, sin formación ni muchos menos ética, atraido por el dinero.

¡Chapeau Mister Hearst!

Posted in Cultura

Más de gente

Más leídas de gente

Las Más leídas