Introducción
La célebre figura de Tomás, apodado el Mellizo, Apóstol de Jesucristo, el incrédulo y creyente, aquel que pronunció las famosas frases: “Si no veo, no creo” y “Señor mío y Dios mío”, según el relato evangélico de Juan, me sirve de marco de referencia para las cuatro reflexiones siguientes:
I
Tomás, hombre y creyente, pasó por la experiencia de la derrota y del fracaso: sus ideales, todo aquello en lo que había creído y esperado, por lo que había trabajado y luchado, se derrumbó y quedó clavado en una cruz, muerto, desprestigiado, en una tarde cualquiera, la del Viernes Santo. Esa tarde marca el desplome y pérdida de la fe de Tomás. En él se opera una auténtica ruptura interior entre lo que creía y lo que sus ojos estaban viendo.
Parecida, en cierto sentido, es la situación económica y espiritual de muchos dominicanos: no han perdido, tal vez, la fe en Dios, pero ante la problemática nacional han perdido la fe en nuestras posibilidades para dar soluciones y la creencia en algunos de nuestros grandes valores sociales se ha derrumbado: la honradez en los que administran, la sinceridad en lo que dicen los dirigentes políticos, la eficacia del diálogo, el trabajo como medio para adquirir riquezas, el respeto mutuo en el debate público la fiabilidad de la autoridad, la confianza en la ley igual para todos, el anteponer la persona al dinero, la limpieza en el proceso o camino que lleva hasta el poder público. Hay una auténtica ruptura interior entre lo que mucha gente cree y espera y entre lo que sus ojos ven o parecen ver.
II
Cuando a Tomás le dijeron sus compañeros que el objeto de su fe estaba vivo, simplemente no lo creyó: “Si no veo, no creo”. Tomás no sólo estaba roto por dentro: también había roto con su grupo. Ellos creían una cosa y él otra.
Sin embargo, Jesucristo, ocho días después de la afirmación de Tomás, en su amor profundo al discípulo, le presenta la nueva realidad de su cuerpo resucitado y celeste, marcado por los agujeros de los clavos en sus manos y la llaga del golpe de la lanza del soldado en su costado e invita a Tomás a palparlo con sus manos de hombre aún no resucitado.
El Apóstol vio y no necesitó tocar. Sus labios proclamaron en voz alta su experiencia más profunda, yendo más allá de los que ojos veían: “Señor mío y Dios mío”, fue su expresión lapidaria. Tomás vio un cuerpo resucitado y el objeto de su fe se levantó y resucitó al ver. La ruptura interna de Tomás había terminado: ¡acababa de reconciliarse con su fe, consigo mismo, con lo que había creído siempre! Y, como consecuencia, acababa de reconciliarse con Jesucristo y con sus compañeros de vida y acción apostólicas. ¡También él había resucitado!
Siguiendo aún el relato evangélico de Tomás, dos maneras de fe tenemos los seres humanos para acercarnos a las realidades y a las verdades: “el ver para creer” y “el creer sin haber visto”. Así lo recoge, con la fuerza propia de los escritos bíblicos, la respuesta del Maestro Jesús; “Porque me has visto has creído”. ¡Dichosos los que crean sin haber visto!”
Y estas maneras de fe se aplican no solo a las verdades reveladas directamente por Dios, sino a las verdades humanas de cada día:
Una verdad científica o matemática es demostrable: se afirma porque se ve. Pero una verdad tan decisiva para una persona como lo es la afirmación “esta mujer es mi madre”, lo sabemos solo por fe sin haber visto, porque otros lo vieron y nos lo dijeron, y nosotros lo creímos. Las manifestaciones posteriores de cariño, de sacrificio, etc. de la madre confirmarán la verdad recibida, pero hay que admitir que creemos que nuestra madre es nuestra madre sin haber visto, porque nadie es testigo ocular de su propio nacimiento.
III
Pasemos ahora, de nuevo, de Tomás al hombre dominicano.
Hoy si a muchos dominicanos les pedimos una profesión de fe sobre algunas de las verdades o valores sociales a los que hemos aludido más arriba, su respuesta sería la misma de Tomás: “Si no veo, no creo”:
-¿Crees tú que los administradores públicos en la República Dominicana pueden ser honrados?
“Si yo no lo veo, no lo creo”, diría cualquier Tomás de cualquiera de las ciudades de nuestra geografía nacional.
- ¿Crees tú que los partidos políticos cumplirán lo que prometen?
“Si yo no lo veo, no lo creo”, volvería a repetir. - ¿Crees tú que las leyes dominicanas pueden ser iguales para todos?
“Si yo no lo veo, no lo creo”. - ¿Crees tú que los políticos dominicanos pueden reconciliarse entre sí y confraternizar?
“Si yo no lo veo, no lo creo”. - ¿Crees tú que las cumbres de fuerzas vivas de la Nación o diálogo nacionales son un instrumento eficaz para resolver nuestros agudos problemas?
“Si yo no lo veo, no lo creo”, repetiría como un eco.
La lista podría alargarse
Hoy con Jesucristo, con la Iglesia entera y con tantos jóvenes dominicanos, voy a proclamar:
Renueva la fe en tus posibilidades, pueblo dominicano todo: los que creen aún en ellas y los que han perdido esa fe.
Reconcíliate contigo mismo; reconcíliate con la creencia en tus mejores valores. Cree que podemos salir adelante. Cree que no tenemos que ver para entonces creer: porque en nosotros mismos, como pueblo, ya existe en qué creer. Cree en tus reservas morales. Cree que si de ti han salido, como de cualquier familia, hijos desvergonzados, hay también miles y miles que permanecen fieles a las valiosas creencias, que tu les has transmitido, y no han bebido de las aguas podridas de la corrupción.
Deja atrás al Tomás incrédulo y vacilante y encuéntrate con la fe firme y valerosa, que está en ti. Es eso lo que abre caminos, aporta soluciones y resuelve problemas.
También yo hago un acto de fe en las posibilidades y reservas morales de este pueblo, sus hijos: más allá de una economía golpeada, una inflación devoradora, unas ambiciones desmesuradas, unos grupos corruptos, unos servicios deteriorados, unos intereses turbios o la ruptura interior, está la fe de una nación en sus propios valores, la vigencia de sus virtudes reales, como hemos apuntado los Obispos en varias cartas pastorales; la capacidad creativa para inventar nuevos rumbos; el recurso a su fuerza espiritual, que supera todos los golpes y maltratos que haya recibido y restaña las heridas recibidas. Por eso: Renueva la fe en tus posibilidades, pueblo dominicano. Ello forma parte de tus reservas morales.
Más todavía: aunque todo un pueblo se corrompiera y se dañara (y esa no es ni mucho menos la situación de nosotros los dominicanos todavía) queda en pie el amor de Dios hacia ese pueblo que le invita a lavarse de su corrupción, curarse de sus heridas y a ponerse de pie para seguir avanzando. Y la mayoría de este pueblo dominicano, aunque esté maltratado en cualquier otro aspecto, conserva sus recursos morales y espirituales para empujar un futuro mejor.
Por eso: Renueva la fe en tus posibilidades, pueblo dominicano. Haz un acto de fe como Tomás y exclama con voz que la oigan en todo el continente americano: Señor mío y Dios mío.
Y oirás la respuesta: “Dichoso tú que, sin ver, has creído que te espera un futuro mejor, aun en la tierral ¡Dichoso tu que has creído que tienes posibilidades dadas por Dios para lograrlo con tus propias manos! ¡Dichoso tú que has creído sin haber visto!“
IV
Me siento ahora, al tocar la propuesta siguiente, ser como el hermano mayor que se acerca a su hermano y con toda sencillez le da un consejo sobre un problema que preocupa a toda la familia y que esa familia desea superar: el pueblo dominicano no quiere ver a sus dirigentes políticos maltratándose entre sí y divididos. Eso le hace daño a él mismo, como pueblo. La gente los conoce a ustedes y los aprecia: los respeta y sabe que muchos de ustedes seguirán siendo, necesariamente, sus guías en diferentes niveles.
Tampoco nuestro pueblo es ingenuo: sabe que el debate político es necesario y valora también los discursos inteligentes y brillantes entre rivales. Pero el debate político no debe buscar la muerte moral del adversario: debe proponerse únicamente el triunfo político para el bien común.
Este pueblo, ni ningún otro, desea que al final quede un cementerio de partidos políticos cadáveres, moralmente muertos, esparcidos en el territorio nacional: sus hombres mejor preparados, aunque hayan perdido en una contienda electoral, siempre son un recurso al cual recurrir, pero los necesita moralmente vivos. Y he aquí mi orientación de corte netamente humano y cristiano: no juzgues las intenciones subjetivas de tu adversario político ni de ninguna otra persona. Esas son iguales que las tuyas. Ese es el juicio que mata moralmente. Debate los hechos, los programas, los planes de gobierno, las ideas, las diferencias: en el dato objetivo y verificable es ahí donde se sitúa el debate político y cualquier debate, que no daña; al contrario, construye, edifica y no ofende al otro.
Esta reconciliación y este respeto, el pueblo dominicano lo está pidiendo a gritos a sus políticos y a todos dirigentes cívicos.
Un debate respetuoso de hechos, programas e ideas, no impide un apretón de manos o un abrazo. Un juicio condenatorio a la persona del político, al sujeto mismo, lo ha golpeado y queda una herida por curar.
Conclusión
CERTIFICO que justamente mi artículo “Fe en tus posibilidades” corresponde a mi homilía pronunciada en la clausura de la Pascua Juvenil, justamente hace 33 años, un día como hoy, el 22 de abril de 1990 en el Estadio Olímpico de Santo Domingo, bajo el título “Renueva la fe en tus posibilidades, pueblo Dominicano”, cuando la crisis económica nacional era tan grande que se hacía necesario hacer largas filas para adquirir un poco de gasolina.
DOY FE en Santiago de los Caballeros a los veintidós (22) días del mes de abril del año del Señor dos mil veintitrés (2023). l