Introducción

Sobre la palabra se puede decir mucho y se puede escribir mucho. Ella es objeto y materia de muchas ciencias. Pretendo aquí ofrecer sólo algunas reflexiones sobre su valor e importancia y referirme a dos de los símbolos que la caracterizan, esperando, a la vez, que ello suscite otras reflexiones y diálogos.

  1. La palabra
    La palabra se ha dado al hombre para que pueda comunicar su interior, sus ideas, sus pensamientos. “No hay espejo que mejor refleje la imagen del hombre que sus palabras”, decía el humanista y filósofo español Luis Vives (1492-1540). “De la abundancia del corazón habla la boca”, afirmaba Jesucristo (Mateo 12, 34).

    El ser humano se manifiesta, se expresa, con palabras, gestos y acciones, lenguaje verbal y lenguaje no verbal. Los tres son necesarios y complementarios. Pero la palabra, el lenguaje verbal, sigue siendo el que mejor explica y esclarece los demás.

    “Una imagen vale más que mil palabras”, se ha dicho con razón. Pero las mil palabras son necesarias para desentrañar toda la riqueza de una imagen.

    Ante el dolor, se puede tener un gesto, un abrazo por ejemplo, de afecto; una acción, como una ayuda económica por ejemplo, de solidaridad; y una palabra, una frase por ejemplo, de consuelo. Las tres manifestaciones retratan al ser humano de cuerpo entero. Pero siempre será la palabra la que explicite, en último término, el gesto y la acción.

    Los pensadores, a lo largo de la historia, han tratado de orientar sobre el uso y el abuso de la palabra:

    “A menudo por una palabra se reputa sabio a alguno y por otra palabra se sentencia la necedad de otro. Debemos ser, pues, muy cuidadosos de cuanto hayamos de decir” (Confucio, chino, 551-478 a.C.).

    “Las palabras son médicos del ánimo enfermo” (Esquilo, griego, 525-456 a. de J.C.).

    Sin embargo, también pueden ser instrumento de engaño: “La frente, los ojos, el rostro engañan muchas veces, pero la palabra muchísimas más” (Cicerón, romano, 106-43- a. de J. C.).

    “La palabra que retienes dentro de ti es tu esclava; la que se te escapa es tu señora” (Proverbio persa).

    “A palabras necias oídos sordos” (Proverbio castellano).

    “La discreción en las palabras vale más que la elocuencia” (Francis Bacon, inglés, 1561-1626).

    “Hay palabras que por las ideas que revelan llaman nuestra atención y atraen nuestras simpatías hacia los seres que las pronuncian” (Juan Pablo Duarte, dominicano, 1813-1876).

    Las enseñanzas bíblicas acentúan que las palabras deben ir acompañadas de las obras (véase, por ejemplo, Santiago 1, 16-26).

    La más rancia tradición dominicana daba un gran valor a la palabra empeñada. La palabra equivalía a la firma de un documento, a dar por hecho lo que se decía. Esta práctica se recogía en expresiones como esta: “Soy un hombre de palabra”.

    Hoy día no acontece siempre así: la palabra hablada, en muchos casos, ha de ser ratificada haciéndola palabra escrita, firmada ante notario y testigos.
  2. La espada
    La espada es una arma blanca, larga, recta, penetrante, aguda y cortante (véase Diccionario de la Lengua Española).

    Como todas las armas, nació y se justificó como instrumento de defensa personal o colectiva. Después, se utilizó para asesinar o dañar.

    San Pablo llama a la Palabra de Dios “la espada del Espíritu” y afirma que con ella nos podemos defender de los ataques de los demonios y de las fuerzas del mal (Efesios 6, 17). También el autor de la Carta a los Hebreos dice que “ciertamente, es viva la Palabra y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón” (Hebreos 4,12). El Apocalipsis, a su vez, en una descripción simbólica impresionante, presenta a Jesucristo, montado en un caballo blanco, y lo define como “Palabra de Dios”, “Fiel y veraz” y con “una espada aguda saliendo de su boca para herir con ella a las naciones” (Apocalipsis 19, 11-16).

    Estos mismos atributos se aplican a la palabra humana: ella es un arma de defensa de los seres humanos; cuando se pronuncia penetra en lo más profundo de la persona, pero siempre podrá ser como la espada: un arma de doble filo, unas veces hace bien y anima; otras veces, hiere y destruye. Los que más sufren los efectos de las palabras hirientes son los niños.

    A la lengua, instrumento de la palabra, se le compara con la espada, parece una espada.
    Los libros sapienciales del Antiguo Testamento llegan a afirmar que “muchos han caído a filo de la espada, pero son más los caídos por la lengua” (Eclesiástico 28, 18); y que “quien habla sin tino, hiere como la espada; más la lengua de los sabios cura” (Proverbios 12, 18). Por eso, “lengua mansa, árbol de vida, lengua perversa rompe el alma” (ídem 15, 4).
  3. La luz
    “Lámpara es tu palabra para mis pasos, para mi camino”, repite hermosamente el Salmo 18.
    La palabra que encierra verdad ilumina; la palabra que encubre mentiras es oscuridad, es tinieblas.

    La educación ilumina, abre horizontes; la ignorancia, como la noche espesa, impide avanzar.

    La verdad es una fuerza, como la luz, y libera. La mentira es otra fuerza, pero oprime.

    El Salmo 11 recoge la oración de aquellos que buscan la palabra verdadera, la palabra leal, la palabra sincera, y pide protección frente a la mentira:

    “Sálvanos, Señor, que se acaban los buenos, que desaparece la lealtad entre los hombres: no hacen más que mentir a su prójimo, hablan con labios embusteros y con doblez de corazón.

    Extirpe el Señor los labios embusteros y la lengua orgullosa de los que dicen: La lengua es nuestra fuerza, nuestros labios nos defienden, ¿quién será nuestro amo?”.

    El Señor responde: Por la opresión del humilde, por el gemido del pobre, yo me levantaré, y pondré a salvo al que lo ansía”.

    Las palabras del Señor son palabras sinceras, como plata limpia de escoria, refinada siete veces.
    Tú nos guardarás, Señor, nos librarás para siempre de esa gente: de los malvados que merodean para chupar como sanguijuelas sangre humana”.

Conclusión
CERTIFICO que el contenido de este trabajo fue extraído de mi libro “Valores y virtudes”, páginas 205-210.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los siete (7) días del mes de noviembre del año del Señor dos mil veinticuatro (2024). l

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