Introducción
Sirvan estas líneas como memoria y testimonio de mi relación con el santo padre Francisco.
Cuando se supo del fallecimiento del papa Francisco, en la mañana del lunes 21 de abril de 2025, me llamó la atención cómo los medios de comunicación enseguida, junto con la información de la noticia de su muerte, empezaron a valorar su persona y sus hechos.
Esta valoración ha ido creciendo a medida que los días han pasado. El duelo ha sido mundial. En nuestro país, República Dominicana, el presidente Luis Abinader dispuso duelo oficial en todo el territorio nacional.
Hemos visto en estos días de la velación de sus restos mortales kilométricas filas, largos ríos de personas venidas de todas partes del mundo, para darle el último adiós al Sumo Pontífice. Vi, por lo tanto, en estas manifestaciones, un homenaje de gratitud al que con amor condujo a la Iglesia de Cristo por 12 años.
1-Mi relación con el papa Francisco
Mi vínculo con el papa Francisco tiene raíces profundas que se remontan a varias décadas atrás, cuando ambos compartíamos labores en el Consejo Episcopal Latinoamericano. En aquellos años, Jorge Mario Bergoglio ya se destacaba por su afabilidad, su cercanía y su sencillez desarmante. Desde entonces, su presencia dejaba huellas.
Con el paso del tiempo, y ya en su ministerio como sucesor de Pedro, tuve la bendición de visitarlo en diversas ocasiones. Esos encuentros, lejos de formalidades rígidas, eran siempre espacios de auténtica fraternidad. Volvíamos a compartir anécdotas, muchas de ellas cargadas del buen humor que le caracteriza. Tenía una risa franca. Sobre esto, el papa nos decía que hacía cada día la oración de Santo Tomás Moro para tener sentido del humor.
Guardo en mi residencia fotografías de muchos de esos momentos compartidos. Son imágenes que atesoro con cariño, no solo por el valor histórico o simbólico, sino porque en cada una de ellas se refleja la calidez de su amistad. Cada foto me recuerda que la cercanía de Francisco nunca fue protocolar, sino genuinamente fraterna, como dije más arriba.
Uno de los gestos que más me conmovieron ocurrió hace apenas unos años. Un alto eclesiástico visitaba nuestro país como delegado suyo, y con él Francisco me hizo llegar saludos personales. Fue un detalle sencillo, pero profundamente significativo. En ese instante, volví a reconocer, como tantas veces antes, que detrás del papa, del líder espiritual de la Iglesia, seguía estando el amigo entrañable que no olvida, que acompaña, que se hace presente aun en la distancia.
Así fue Francisco: pastor, hermano y amigo.
2-Tiempo de oración, tiempo de gracia
Como arzobispo emérito, después de muchos años al servicio del Pueblo de Dios, siento en el corazón con particular intensidad la responsabilidad espiritual que nos convoca en estos días. La Iglesia vive un tiempo de discernimiento. Tras la partida del papa Francisco, pastor sabio, cercano y profundamente humano, nos encaminamos, bajo la guía del Espíritu Santo, hacia un nuevo cónclave: ese momento en que los cardenales electores se reunirán para elegir al próximo sucesor de Pedro.
En medio de este proceso, quisiera invitar a todos los fieles, pastores, consagrados y laicos, a tomar conciencia de que este no es un tiempo solo para mirar, analizar o especular. Es, sobre todo, un tiempo para orar. Orar por la Iglesia, por su unidad y fidelidad al Evangelio; orar por los purpurados que deberán discernir con sabiduría y docilidad a la voz de Dios; orar por aquel que será llamado a tomar el timón de la barca de Pedro en medio de las aguas siempre cambiantes del mundo.
La partida del Santo Padre Francisco, cuyo testimonio ha marcado una época, nos deja el desafío de continuar caminando con fidelidad al Evangelio, con apertura al Espíritu y con la profunda esperanza a la que se nos ha convocado en este Año Santo. Él supo recordarnos que la Iglesia es madre que acoge y que no teme ensuciarse las manos por amor a sus hijos y al prójimo. Ahora, corresponde a todos nosotros sostener esa herencia espiritual con convicción y humildad.
He podido ver, a lo largo de mi ministerio, cómo el Señor nunca abandona a su Iglesia. Y he aprendido también que, en los momentos de mayor trascendencia, la fuerza de la oración silenciosa y perseverante del Pueblo de Dios es el verdadero cimiento sobre el cual el Espíritu actúa con libertad y claridad. No debemos subestimar nunca el poder de una comunidad que ora con fe. Desde el monasterio contemplativo más escondido, hasta la parroquia más sencilla; desde la plegaria de los enfermos hasta la súplica de los niños, toda oración cuenta, toda oración edifica.
En estos días, los invito a rezar para preparar el corazón de la Iglesia a recibir con esperanza al nuevo Pastor universal que Dios suscitará para nosotros.
Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, Nuestra Señora de Altagracia, nos acompañe con su intercesión materna. Y que el Espíritu Santo, fuente de luz y verdad, inspire a quienes participarán del cónclave, para que el elegido sea un hombre de corazón como el de Cristo: buen pastor y servidor de todos.
Conclusión
CERTIFICO que los datos, reflexiones y testimonios contenidos en los textos referidos al santo padre Francisco, así como las consideraciones sobre la situación actual de la Iglesia y el próximo cónclave, son de mi entera autoría. Así también, hago constar de mi cercanía con el papa Francisco, a quien conocí desde antes de su elección como sucesor de Pedro y con quien mantuve una relación fraterna y cercana.
DOY FE en Santiago de los Caballeros a los veinticuatro (24) días del mes de abril del año del Señor dos mil veinticinco (2025), vísperas del funeral del santo padre Francisco.