Introducción
1- Es indiscutible que el ser humano nació y vive para el triunfo y para el éxito. Hay en él una fuerza que le empuja hacia esa meta. Cuando no se da esa tendencia interna, se debe a una causa patológica de algún tipo.
2- El triunfo que se desea alcanzar puede estar concretizado en unos grandes objetivos generales, como la felicidad o la vida eterna; o en otros también de amplias miras, como el amor o la paz; y, en otros más concretos, que pueden ser universales, comunitarios o individuales, como una mejor situación económica o la capacitación profesional. ¡Son tantos en número y diversidad las metas, objetivos o éxitos a los que se puede tender, que es muy difícil hacer una lista completa! Normalmente, los triunfos que deseamos lograr son valores. En algunos casos, los éxitos ansiados son objetivamente inmorales y, en principio, no son auténticos valores. A veces, se identifica uno más amplio y general con otro más específico y determinado, por ejemplo, la felicidad con el bienestar económico.
3- Desde el punto de vista ético y moral, el deseo de triunfar y alcanzar éxitos es absolutamente humano y legítimo. Más aún: es necesario y, desde la óptica cristiana, hay que decir que Dios lo quiere y nos ha capacitado para ello. Incluso Dios pedirá cuentas, si no hemos multiplicado los talentos que hemos recibido (véase al respecto el Evangelio de Mateo 25, 14-30).
4- El conflicto principal surge cuando, para alcanzar una meta, de suyo buena y legítima, se usan medios inmorales e ilegítimos. En muchas ocasiones se ha querido validar, teórica o prácticamente, el aserto: “El fin (una meta legítima, un triunfo, en nuestro caso) justifica los medios (el engaño, el crimen, la corrupción de cualquier índole)”. Esta afirmación, modernamente, se suele decir de otras maneras: “Para alcanzar mis metas yo soy, simplemente, pragmático”; “Lo que importa es triunfar, los medios…, no importa los que sean”. Pero la conciencia individual, la vida misma y las corrientes de pensamiento humano–cristiano, sin embargo, dan la razón al aserto contrario: “El fin no justifica los medios”. Los pragmáticos sin moral (no inmorales sino a-morales) y los triunfadores a como dé lugar son personas de éxito aparente y transitorio: terminan cayendo en su propia trampa y en el fracaso. Son, en definitiva, perdedores.
5- En la vorágine de la búsqueda de los más diversos triunfos y en la oferta de los más variados medios, métodos o estrategias para alcanzarlos, la figura de Jesucristo, su enseñanza y su propia praxis sigue siendo un parámetro a seguir, un camino ya trillado y experimentado, por no decir el camino más seguro cuando de triunfos y medios para alcanzarlos se trata.
6- Es indiscutible que Jesús de Nazareth es un triunfador: su mensaje se ha extendido por todas partes, es un maestro aceptado por todos (incluidos los no cristianos), más de mil millones quinientas mil personas se confiesan cristianos en el mundo, su dramática crucifixión en el llamado Viernes Santo pareció hundirlo definitivamente en el fracaso más absoluto, pero fue una derrota aparente: se levantó del sepulcro, ha resucitado y vive para siempre.
7- En su triunfo Jesucristo mostró, al mismo tiempo, el camino del éxito: el esfuerzo propio, la coherencia con los propios valores y criterios, el sacrificio y la cruz. En verdad, no existe otro camino para un triunfo verdadero y permanente. Desde la crucifixión de Cristo, la cruz es sinónimo de amor, de entrega hasta dar la vida por los demás, y de triunfo: “Victoria, tú reinarás, oh cruz, tú nos salvarás”, canta un himno muy popular. “No es la cruz el signo del padecimiento: es el símbolo de la redención”, decía Duarte, y “La cruz señaló el camino”, afirmaba Mons. Pepén, al reseñar los logros del pueblo dominicano. Nuestro destino es el triunfo y el éxito. Pero hay que pagar un precio por él: tomarse el tiempo necesario para alcanzar las metas propuestas, poner de su parte y proponerse las estrategias más adecuadas que no excluyan ni la renuncia a los valores claves de la vida ni el esfuerzo y el sacrificio. No se puede llegar al Domingo de Resurrección saltando el Viernes Santo. Eso fue válido para Jesucristo y es válido para cualquier ser humano.
8- El Salmo 37 (36 en la versión griega llamada de los LXX) recoge hermosamente el conflicto interno que vive aquel que es justo frente a los que prosperan mediante la injusticia. Es un ejemplo que puede aplicarse a todos los que emplean medios inmorales para triunfar, como la injusticia. Así se expresa el salmista (versículos 1-2, 7-8, 16, 25, 28 y 29):
No te exasperes por los malvados, no envidies a los que hacen injusticia: se secarán pronto, como la hierba, como el césped verde se marchitarán.
Confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y practica la lealtad…
No te acalores contra el que progresa urdiendo intrigas…
Desiste de la cólera y abandona el enojo no te acalores, que es peor.
Lo poco del justo vale más que la abundancia del injusto.
Fui joven, ya soy viejo, nunca ví al justo abandonado ni a su descendencia mendigando el pan.
Los injustos serán por siempre exterminados y su descendencia cercenada; los justos poseerán la tierra y habitarán en ella para siempre.
Conclusión
CERTIFICO que el contenido de este trabajo fue extraído de mi libro “Valores y virtudes”, páginas 65-69.
DOY FE en Santiago de los Caballeros a los veintinueve (29) días del mes de agosto del año del Señor dos mil veinticuatro (2024).