Introducción

La historia de una vida puede ser jalonada de muchas maneras. Se la podría describir, por ejemplo, por las edades: niño, joven, adulto, anciano; o por esas facetas determinadas que cualifican una vida particular: el político, el literato, el abogado, el hombre casado; o, simplemente, por esas grandes categorías de la existencia humana: la madre, la esposa, la abuela, la profesional, la cristiana, la comprometida con los derechos ciudadanos.

Hoy se me ocurre dividir la historia de una persona en cinco etapas. Mis fuentes van a ser afirmaciones sacadas de las ciencias, de la filosofía, de la revelación cristiana y de la experiencia cotidiana.

1-Vida antes de la vida

Pocas veces se piensa que un ser humano, antes de ser engendrado o de nacer, es un proyecto: un proyecto al parecer perdido entre los millones y millones de posibilidades de la unión de un óvulo y un espermatozoide, que den paso a una persona concreta, con su herencia genética propia venida del pasado, para la que no se le consultó y portadora de una rica historia antes de su historia, la de su familia y su nación, debidamente codificada.

De ahí que se repita con frecuencia: “Todo ser humano es un misterio”; misterio en el sentido de una realidad que está ahí, rica y múltiple, que usted no puede negar, pero que no se llega a comprender del todo ni calar en toda su profundidad y dimensiones. El conocimiento de los antepasados es una clave fundamental para descifrar el código y el misterio de un ser humano.

Desde el punto de vista de la fe cristiana, toda criatura no es fruto del azar o de un proyecto ciego de la naturaleza, sino “un proyecto de Dios” en el que colaboran otros seres humanos. Así, en el pensamiento cristiano, toda persona humana ha sido querida y amada por Dios antes de nacer. Así, el misterio humano se une al misterio divino, como realidades innegables, pero comprendidas sólo en parte y abiertas a un mayor estudio y profundización.

2-La vida

La vida, la existencia humana, es un don, un regalo. Regalo de Dios y del padre y de la madre. Se pudo haber nacido o no haber nacido; pudo haber un aborto o no.

He encontrado, a lo largo de mis años, muchas personas que se han caracterizado por agradecer, amar y disfrutar intensamente el don de la vida. Agradecer, amar y disfrutar la vida no significa no tener problemas o quebrantos de todo tipo. Al revés, la gratitud, amor y disfrute dan energías para superarlos y no dejarse aplastar por ellos.

Las personas que desarrollan esta actitud a lo largo de su existencia y cobran los dividendos o rentas que ella deja, como la alegría, buenas relaciones humanas, son personas que aman todo y aman mucho: la gente, los animales, las plantas, las cosas pequeñas y grandes. Dan gracias por todo y gozan cada momento de su existencia.

Saben tomar la vida entre sus manos, siendo enérgicas sin ser dictadores de los demás. Guardan un sabio equilibrio entre el mando de sus existencias y las de aquellos que los rodean. Son activos y cultivan su mente y su espíritu.

No se desesperan ante los agobios. Conocen por experiencia propia y ajena que toda dificultad tiene una solución; que lo que importa es enfrentarla oportuna y tenazmente.

Cuando llega la vejez, guardan el garbo de su juventud y no descuidan ni su cuerpo ni su alma. Son viejos siempre vestidos con dignidad. De una u otra manera, han sabido prepararse para la ancianidad. A los nietos y a los jóvenes les gusta acercarse a ellas. En cambio, una persona mayor inconforme, quejosa, carente de amabilidad, no se preparó para la tercera edad y aleja de sí a la gente. Se le busca sólo por deber.

La larga vida, con calidad y calidez humanas, incluye una buena conciencia en paz consigo mismo, no intranquila o continuamente agitada por una doble vida. A pesar de los avances de la medicina o de los millonarios recursos económicos que se tenga, los corruptos con su doble moral, que les lleva a saltar de un lado a otro, interiormente inestables, no tendrán una larga y gozosa existencia.

3-La muerte

Toda vida humana desemboca en la muerte –¿quién no lo sabe?–, aunque nos resistamos a admitirlo. Vida y muerte son inseparables. Por eso, amar la vida no significa mirar la muerte como una realidad odiosa, que amarga la existencia. Lo importante es no morir antes de tiempo, por descuido o por irresponsabilidad. A la muerte, por lo tanto, se le evita, se le enfrenta y se le cierran las puertas hasta que llegue su hora. Cuando sea el momento, se le acepta como parte de la vida misma.

Amar la vida tampoco significa un aferrarse a la vida a toda costa, tratando incluso de retardar la muerte más allá del tiempo debido, aunque para ello se tenga que pagar el precio de un vivir de pésima calidad.
Los que aman y disfrutan la vida viven el tiempo que tienen que vivir, con calidad de vida. Cuando se dan cuenta de que los años a venir no serán iguales, por la vejez o los quebrantos, no cambian “la calidad de vida” por “la cantidad de días”. Cierran con frecuencia los ojos, disminuyen su actividad al mínimo, van poniendo en orden sus cosas y se apagan poco a poco como una vela. Normalmente piden a Dios “morir como un pajarito”: y así les sucede. Mueren con lucidez mental y cuando menos se espera.

Ellos me recuerdan la muerte del Patriarca Jacob, padre de las doce tribus de Israel, el cual reunió a sus hijos, les dio instrucciones, los bendijo y, después de esto, “recogió sus piernas en su cama y se murió” (Génesis 49, 28).

4-La transición

Aunque la vida y la muerte son inseparables, sin embargo, es necesario prepararse para morir. Hay que hacer una transición entre esos dos momentos, tender un puente entre ellos.

La preparación a la muerte es física: nos vamos muriendo corporalmente poco a poco; cada momento de la vida es un paso hacia la muerte. El que ama y disfruta la vida desea, en el fondo, morirse antes que vivir sin plenitud o empezar a aburrirse.

La preparación a la muerte es también sicológica: ella es triste únicamente para aquellos que no la han incluido como parte de sus vidas o de sus reflexiones. Tampoco será un peso insoportable: “Cuando la muerte se aproxima, los viejos encuentran que la vejez ya no es una carga” (Eurípides, dramaturgo griego, siglo V a.C.).

La preparación a la muerte es, igualmente, espiritual para el creyente en Dios y en la inmortalidad: morir es como un salto al vacío, pero el hombre o mujer de fe tiene la seguridad de que en ese salto le esperan unas manos amorosas para acogerlo. Por eso, se prepara poniendo en orden todas sus cosas, dialogando con Aquel con quien va a encontrarse y reconciliándose con él, si ha habido alguna ruptura en sus relaciones.

Los que aman la vida intensamente preparan también para su muerte a sus seres queridos y amigos con sus palabras y actitudes, de tal manera que al separarse de ellos no se sientan desesperados y puedan permanecer en paz como mueren ellos.

5-Vida después de la vida

Para los que mueren en el Señor, es decir, para los que creen en la vida, la muerte no es un final, sino una puerta que se abre para entrar en otra etapa o dimensión de la existencia humana.

Esa continuación de la vida es llamada “cielo” o “gloria”, descrita como un lugar de pleno y perfecto bienestar, donde no hay llantos, ni luto ni muerte ni aburrimiento; o como una ciudad de plena luz, con calles de cristal y murallas de piedras preciosas, donde ya no hay noches ni inseguridades ni nadie duerme. Se le compara también con un gran banquete, donde todos están vestidos con trajes de fiesta y la alegría y la felicidad total desbordan a los comensales. Un lugar de tal plenitud, que aquellos que han tenido la experiencia de morir y han debido retornar a esta tierra por alguna razón, afirman que no querían volver y que, desde entonces, cambiaron su manera de vivir para no perder la entrada a él, cuando les toque finalmente morir.

Estoy plenamente convencido de que aquellas personas que no aman ni disfrutan la vida presente parten de este mundo sin la experiencia humana básica para comprender el disfrute pleno y total de “la vida más allá de la vida”. Considero que también tienen dificultades para entender “el cielo” o “la gloria” los que desvirtúan sus goces y los acompañan con libertinajes, desórdenes y excesos.

¡Felices los muertos que han amado apasionadamente la vida, porque ellos entran a un reino no de muertos, sino de vivos!

Conclusión

CERTIFICO pues, porque lo que he visto, que los que disfrutan y aman intensamente la vida están seguros de que esta es eterna y de que no mueren.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los treinta (30) días del mes de mayo del año del Señor dos mil veinticuatro (2024).

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