Durante más de un año Tulio Arvelo se dedicó a sobrevivir con un modesto empleo de periodista en Puerto Rico y a conspirar contra el régimen de la bestia, trabajar y conspirar en compañía de un selecto grupo de compañeros de ideales.

Lo que se proponía el grupo de Puerto Rico era conseguir armas para abastecer a un llamado Frente Interno, que se encontraba en Santo Domingo.

«Durante las noches nos reuníamos a continuar nuestra tarea conspirativa para derrocar a Trujillo.
»En una de esas reuniones se tomó la decisión de organizar otra empresa si no similar a la de Cayo Confite, por lo menos con los mismos fines.

»Ya con anterioridad a nuestro reciente fracaso el grupo de Puerto Rico había hecho algunos contactos con Santo Domingo que culminaron con la introducción clandestina de una pequeña cantidad de armas en territorio dominicano, las que fueron la base del nuevo plan que trazamos cuyos delineamientos generales eran los siguientes: haciendo provecho de la experiencia de Cayo Confite, resolvimos cambiar de táctica y en vez de enviar hombres armados introduciríamos las armas para entregarlas a un grupo organizado dentro del territorio dominicano denominado el Frente Interno. Una vez armados los hombres comenzaría la rebelión.

»El primer problema a resolver era el de la obtención de las armas y los pertrechos a introducir. Sabíamos que el único sitio en donde podríamos conseguirlos era Cuba, ya que el Gobierno de ese país había incautado los de Cayo Confite y además las posibilidades eran buenas por las relaciones que se tenían en las más altas esferas oficiales de dicho país, a pesar de la traición de Genovevo Pérez Dámera». (1)
Una mayor brecha de esperanza, un auspicioso compás de espera, se abrió cuando un nuevo presidente, Carlos Manuel Prío Socarrás, llegó al poder en Cuba. En su gobierno, Juan Bosch y Cotubaná “Cotú” Henríquez ocuparon posiciones importantes, el primero en su condición de cuñado y el segundo como secretario particular del presidente, un colaborador muy estimado. Se suponía que Prío Socarrás sería más solidario con los dominicanos y más independiente, aunque a la larga demostró no ser ni una y otra cosa.

El grupo de Tulio Arvelo –y Tulio Arvelo en particular–, no daba palos a ciegas, se movía con extremo sigilo, tratando de no repetir lo de Cayo Confites. Una de las personas que le proveía información y orientación más valiosas era Chito Henríquez, otro de los Henríquez que andaban dispersos por el exilio:
Chito era, «entre los exiliados, el mejor conocedor de la historia y la cultura de Cuba, siendo entre nosotros la más segura fuente a consultar sobre esta materia». (2)

El otro hombre a quien Tulio Arvelo estimaba y en quien depositaba mucha confianza era Eufemio Fernández:

«Entre los elementos con quienes no teníamos ninguna duda que podríamos contar estaba Eufemio Fernández y los muchos otros que habían cooperado siempre con los dominicanos».

El plan, ahora, con la aparente apertura que se había producido, era más ambicioso. El grupo pretendía solicitar a Prío Socarrás la devolución de las armas, las no pocas armas que no le habían sido devueltas a Juancito Rodríguez, y enviarlas de alguna manera a los hombres del Frente Interno en Santo Domingo.

Arvelo viajó pues a La Habana y se reunió primero con su amigo Cruz Alonzo, el propietario del hotel San Luis donde se hospedaban muchos dominicanos exilados, y luego con Eufemio Fernández y les dio a conocer sus propósitos. Ambos se mostraron entusiastas, pero Eufemio advirtió que para llegar a Prío había que hablar con Bosch y que él se encargaría de hacerlo.

Arvelo volvió a Puerto Rico a comunicar las aparentes buenas noticias a sus compañeros y a elaborar con ellos un documento con los detalles del proyecto que entregó a Eufemio Fernández para que éste se lo hiciera llegar a Bosch. El tiempo pasó sin que se recibiera una respuesta positiva y Arvelo empezó a desencantarse, a perder la fe en las posibilidades de que el gobierno cubano devolviera las armas.

En una visita providencial que hizo a su íntimo Cruz Alonzo en busca de noticias conoció a una persona que había visto alguna vez en Santo Domingo. Se trataba de un siquiatra llamado Antonio Román Durán, un refugiado español. Cruz Alonzo mostró interés en que ambos se conocieran y charlaran en privado y la charla fue muy privada y provechosa, aparte de que le deparaba a Tulio Arvelo una muy grande sorpresa.
El siquiatra estaba enterado de los planes del grupo de Puerto Rico y confesó que había viajado de Guatemala a Cuba en una misión que le había encomendado Juancito Rodrígue, «El indomable Rodríguez», como le llama Charles D. Ameringer en un capítulo de su libro La brigada del Caribe. Tulio Arvelo se quedó estupefacto, quizás mudo de asombro.

El relato de Tulio Arvelo adquiere ahora, cómo se verá a continuación, la intensidad de una novela, de una buena novela de suspenso y acción. Así lo cuenta en su libro, con un estilo muy económico y a la vez Rico de detalles:

«Pasaron varios días, más de los que mi impaciencia podía soportar, sin que tuviera noticias de Eufemio Fernández. Una mañana fui a visitar a Cruz Alonzo en mi afán de tener noticias de mi gestión y lo encontré en compañía de un señor a quien conocía de vista en Santo Domingo; pero con quien jamás había cruzado una palabra. Se trataba del doctor Antonio Román Durán, psiquiatra español que había vivido refugiado en nuestro país.

»Cruz Alonzo nos presentó y manifestó su deseo de que el médico español y yo conversáramos en privado, por lo que nos dejó solos.

»Después de varios minutos de conversación acerca de cosas banales el doctor Román Durán me dijo que había ido a Cuba desde Guatemala en una misión que le había encargado el general Juan Rodríguez. No pude disimular mi sorpresa cuando supe que dicha misión consistía en obtener ayuda para una invasión contra Trujillo. O sea, que mientras nosotros en Puerto Rico concebíamos nuestro planes para introducir armas a Santo Domingo, don Juan Rodríguez organizaba una nueva invasión desde tierras guatemaltecas.

»Román Durán, enterado por Cruz Alonzo de mis gestiones estaba seguro de que yo no conseguiría nada puesto que a él ya le habían negado la devolución de las armas que quedaban todavía en poder de los cubanos. Me dijo que partiría al día siguiente para Guatemala.

»En medio de mi desesperación causada por la falta de noticias y el significado que tenía el que Cruz Alonzo hubiera enterado a Román Durán de mis propósitos, y sobre todo, su interés en que conversara con el médico español, me dieron a entender que yo tampoco conseguiría nada. Por eso cuando Román Durán me preguntó si no tenía inconveniente en que enterara a don Juan Rodríguez de mis gestiones y de que diligenciaría un viaje mío a hablar con él no titubeé en contestarle que estaba completamente de acuerdo y que esperaría sus noticias.

»A los cinco días Román Durán me puso un cable anunciándome que me había situado pasaje y que me presentara en Guatemala lo antes posible». (3)

(Historia criminal del trujillato [123])

Notas:

(1) Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón. Memorias de un expedicionario”, p. 109

(2) Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón. Memorias de un expedicionario”, págs 108,109

(3) Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón. Memorias de un expedicionario”, p.119, 120

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