El viaje a Guatemala representaba un total cambio de planes, cambio de rumbo y perspectivas. Representaba una inyección de entusiasmo renovador. Otra vez el exilio emprendía la vía de las armas y en condiciones que parecían más favorables que las de Cayo Confites.

A diferencia de los mandatarios cubanos, el guatemalteco Juan José Arévalo daría un apoyo irrestricto a los dominicanos y Juancito Rodríguez mantendría esta vez toda la fuerza expedicionaria bajo su mando y no ocurrirían episodios de anarquía como los de Cayo Confites.

Dice Tulio Arvelo que Juancito Rodríguez lo recibió en Guatemala con su cordialidad y franqueza habitual y que de inmediato dejó establecida su posición respecto a Cuba y a los cubanos. De hecho, Juancito Rodríguez no quería tener nada que ver con Cuba ni con cubanos, y ni siquiera con los dominicanos de Cuba. Nada se podía esperar de Cuba ni los cubanos. Cayó Confites había fracasado por culpa de ellos y no quería que se involucraran. La idea era organizar un pequeño ejército, un ejército disciplinado y bien entrenado, y además llevar armas que serían entregadas a los hombres del Frente Interno y a otros que eran leales a Juancito Rodríguez. Las cosas saldrían bien esta vez hasta que de repente salieron mal y se malogró la expedición.

«En síntesis —explica Tulio Arvelo—, el plan de la nueva invasión era el siguiente: introducir a Santo Domingo varios grupos de hombres bien entrenados que llevaran armas para unos quinientos o seiscientos hombres. Difería de Cayo Confites en que no era una verdadera invasión que se enfrentaría de inmediato con el ejército de Trujillo y difería de los planes de Puerto Rico en que en vez de introducir solamente las armas para ponerlas en manos del Frente Interno, éstas serían llevadas por hombres ya entrenados y además, y era la variante más importante, que los jefes militares irían desde afuera. Es obvio que una de las ventajas de ésta última variante era que dichos jefes eran gente que ya habían tenido experiencias tanto en lo de Cayo Confites como en lo de Costa Rica. Como es de notarse, la presencia del Frente Interno era en esencia lo que diferenciaba los planes de Cayo Confites de los de este otro intento de invasión. Otra de las características esenciales de estos planes era que se habían elegido tres puntos diferentes para hacer los desembarcos los cuales serían realizados por el aire, en vez de por mar como en Cayo Confites. Dichos desembarcos se harían uno en el Sur, el otro por el Norte y el tercero en la región central de una manera simultánea. (1)

Ahora Tulio Arvelo serviría de enlace entre Guatemala y las islas de Cuba y Puerto Rico y se convertiría en un hombre de la plena confianza de Juancito Rodríguez. El grupo inicial estaba compuesto por gente que había dado prueba de lealtad y coraje, incluso con experiencia militar en Costa Rica, como Horacio Julio Ornes Coiscou y Miguel Angel Ramirez, dos importantes jefes que se habían distinguido en el combate. Los otros eran Miguelucho Feliú, Manuel Calderón Salcedo y Hugo Khunhardt.

Poco a poco se fueron incorporando algunos guatemaltecos, nicaragüenses y españoles veteranos de la guerra civil. El único cubano sería Eufemio Fernández, el que fuera comandante del batallón Guiteras en Cayo Confites. Eufemio Fernández era un caso especial, era médico y veterano de la guerra civil española, alguien de quien Juancito Rodríguez decía que se podía confiar en cualquier momento. El único cubano en quien confiaba.

Los demás hombres se irían sumando con discreción y poco a poco, con un límite más o menos establecido a causa de la cantidad y disponibilidad de los aviones. El problema, que finalmente daría al traste con la expedición, es que con excepción de un hidroavión tipo Catalina, ninguno de los aviones tenía autonomía de vuelo para llegar a Santo Domingo desde Guatemala. Había que aterrizar en algún lugar para reponer combustible y obtener el permiso para hacerlo.

Con ese propósito, y el encargo de reclutar a Eufemio Fernández, Juancito Rodríguez enviaría a Tulio Arvelo en misión secreta a Cuba. Arvelo se reuniría por separado con Juan Bosch y Cotubaná Henríquez para que le consiguieran una entrevista con el presidente Prío Socarras, pero las diligencias fueron infructuosas. En cambio Eufemio Fernández accedió de muy buena gana y mejor talante a unirse a la expedición, junto a otros tres compañeros que habían estado bajo su mando en Cayo Confites.

Antes de regresar a Guatemala —frustrado, deprimido, decepcionado—, Arvelo tuvo un encuentro con su amigo Federico “Gugú” Henríquez Vásquez (hermano de Chito Henríquez), un luchador antitrujillista y destacado deportista de 27 años, que había participado en el desembarco de Normandía (6 de junio de 1944). Lo que sucedió entre ellos es algo que Tulio Arvelo describe en una página memorable:

Mi encuentro con Gugú Henríquez

«Tal vez fue ese estado de ánimo depresivo lo que me empujó a contravenir en parte las órdenes que tenía de no frecuentar el hotel San Luis para evitar los encuentros con los dominicanos emigrados en Cuba. Al día siguiente de mi entrevista con el doctor Henríquez fui por el hotel y como era casi inevitable me encontré con algunos dominicanos. Todos extrañaron mi presencia en La Habana y me acosaron a preguntas respecto a los motivos de mi viaje. Sospecharon que yo andaba en diligencias de la preparación de algo contra Trujillo. Dí cualquier excusa y a ninguno dije la verdad.

»A eso del mediodía me encontré con Gugú Henríquez e insistió en hablar a solas conmigo. No pude negarme por los nexos de amistad que desde la infancia me unían a este valioso luchador contra Trujillo y ex-compañero de Cayo Confites. Lo cité para esa misma tarde en la pensión, recomendándole que guardara la más estricta discreción.

“A la hora convenida Gugú fue a verme y después que me reiteró su seguridad de que yo andaba en alguna misión relacionada con la lucha contra Trujillo y dada la vehemencia que puso en sus alegatos y a que en realidad él no podía ser considerado como los demás emigrados residentes en Cuba puesto que no lo era ya que se encontraba accidentalmente allí, consideré que no cometía ninguna indiscreción al hablarle de la siguiente manera: “Es cierto, he venido en una misión de don Juan Rodríguez; pero tengo instrucciones precisas de guardar el más estricto secreto frente a las personas que no sean aquellas con quienes he venido a entrevistarme. Por eso nada puedo decirte”

»Su respuesta fue: “Tú no puedes irte de aquí sin prometerme que hablarás con don Juan para que me mande a buscar. No puedo permitir que te vayas sin hacerme esa promesa porque no concibo que se prepare una invasión a Santo Domingo y que después de este contacto contigo me dejen fuera de ella”.

»Al ver su actitud casi suplicante y teniendo en la memoria aquel viaje a Puerto Rico nueve años atrás en el que gracias a él logré realizarlo, no tuve fuerzas para seguir negándome; así es que le prometí hablar con don Juan, le pedí su dirección para mantener el contacto y nos despedimos.

»Muy lejos estábamos ambos de pensar que con aquella promesa se abrían las puertas que lo llevarían a la muerte escasamente dos meses más tarde». (2)

(Historia criminal del trujillato [124])

Notas:
(1) Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón. Memorias de un expedicionario”, págs. 122,123
(2) Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón. Memorias de un expedicionario”, págs. 134, 135 l

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