La bestia estuvo dos días de visita en Barcelona y después partió para Italia en un crucero español que Franco había puesto a su disposición. En Italia firmaría un acuerdo, un concordato con la santísima madre Iglesia católica que se había estado cocinando durante cierto tiempo. Más tiempo del que se hubiera podido pensar en principio debido a ciertas complicaciones.
Había, cierta recíproca desconfianza entre la bestia y la iglesia, pero con el tiempo se fueron limando las asperezas y las relaciones habían sido hasta el momento aceptables, a excepción de algunos episodios de rebeldía protagonizados por ciertos indeseables miembros de la venerable institución: algunos de esos ensotanados rebeldes que se tomaban demasiado en serio su papel.
A la llegada de Trujillo al poder en 1930 el gobierno de la arquidiócesis de Santo Domingo estaba en manos de Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla (1862-1937). El arzobispo Nouel, orador y ex presidente de la República Dominicana, el mismo arzobispo Nouel cuyo nombre ostentan una de las más importantes calles de la ciudad intramuros y una de las tantas provincias del país.
Nouel apoyó desde el principio el golpe de estado que llevó a la bestia al poder y lo sirvió durante los años que le quedaban de vida, escribió incluso cartas elogiosas a la labor de la bestia en pro de la iglesia en fecha tan temprana como el 12 de marzo de 1931. Pero con Nouel había un inconveniente, y no de parte de la bestia.
Nouel era, como dice Crasswellwer, un personaje problemático, incómodo. Varios años antes de la subida al poder de Trujillo el Vaticano lo había destituido de sus funciones eclesiásticas, pero permaneció en el cargo en espera de un sustituto y después de ser sustituido volvería a ocuparlo. Alguien atribuye su destitución a supuestos defectos morales y también a alguna enfermedad que lo debilitaba en cuerpo y alma. Quizás estaba moralmente enfermo. Para peor, la persona a la que le tocaba ocupar su lugar se había descalificado por tener dos hijos ilegítimos.
El caso es que Nouel pasó oficialmente a retiro o fue retirado en 1932, con gran pesar de la bestia, y en su lugar fue designado, con mayor pesar de la bestia, el padre Castellanos (Rafael Conrado Castellanos y Martínez). Decir que a la bestia no le gustaba el padre Castellanos es decir poco. Ambos se detestaban cordialmente.
Dice Rufino Martínez que al salir de Puerto Plata para venir a la capital a ocupar su cargo de administrador apostólico de la arquidiócesis dominicana —o sea, jefe de la iglesia dominicana—, Castellanos les confesó a sus íntimos su temor de que muy pronto iría a parar al presidio de Nigua. Trujillo se sentía, en efecto, agraviado por el nombramiento del padre Castellanos
“El presidente, ensoberbecido, con toda la sociedad sumisa y agasajadora a sus pies, sintióse contrariado ante el gesto de indiferencia despectiva primero, y la atrevida censura y protesta después, del jefe de la Iglesia. Cada uno como que tiró del extremo del lazo representativo de la respectiva autoridad, y lo estiraron hasta la proximidad del rompimiento. El presidente defendía sus fueros de César, ante quien debía estar genuflexa la primera autoridad cooperando en la cruel labor de oprimir al pueblo. Disponía su asistencia a una misa en que oficiara monseñor Castellanos, y expresamente se hacía esperar, como si se tratara de un baile. Cuando repetido el caso el sacerdote se dio cuenta de lo que aquel perseguía, en lo sucesivo comenzó los oficios en la hora señalada, dándosele un pito que el señor presidente llegara después. La llamada Capilla de los Inmortales en la Catedral, recibió los restos de un personaje por disposición del primer magistrado de la nación. Monseñor se negó a hacer la apología del fenecido, lo que desesperó a los cortesanos que fueron a tratarle la cuestión; pero el presidente llenó ese número del acto, y hasta fue aplaudido en el templo. Monseñor reprendió aquella cortesana profanación. Una fiesta política en Santiago, donde se preparó una tienda de campaña en la cual oficiaría la primera autoridad de la Iglesia para bendecir el acto. En medio del silencio solemne de un instante, se alzó la voz ardorosa del sacerdote, y en una invocación a la Virgen de la Altagracia pidió para el pueblo dominicano paz, pero “paz moral, paz jurídica, paz sin sangre…” El presidente, desconcertado, fuera de sí, envió a decir en el momento al nuncio apostólico, allí presente, que las relaciones entre el Estado y la Iglesia quedaban rotas. Fueron días de expectación, en que la mirada del pueblo estuvo fija en monseñor Castellanos, que se quedó sereno, convencido de que respiraba por él la conciencia nacional”. (1)
Más tirantes de ahí no podían estar las cosas entre la bestia y el padre Castellanos, pero la sangre no llegó al río. En vista de tantos atrevimientos, la bestia reunió a su gabinete para discutir sobre lo que debía hacerse y se acordó o lo acordó la bestia exigir al Vaticano la remoción del padre Castellanos y se procedió a nombrar a Nouel como arzobispo vitalicio, con su correspondiente pensión. La petición fue acompañada con el inmediato retiro de los generosos subsidios que se otorgaban a la Iglesia y una feroz, amenazante campaña de prensa. La Iglesia terminaría plegándose a Trujillo en cuanto comenzara a sentir golpes por dónde más dolía: en las finanzas. Castellanos, o más bien la Iglesia, se vio obligada a excusarse, a adoptar en adelante un tono reconciliatorio.
“El presidente hizo que las Cámaras le nombraran arzobispo a Adolfo Alejandro Nouel, un arzobispo suyo como cualquier otro empleado público, pero no aceptado por la Santa Sede, se acogió a una reconciliación con la Iglesia, que, ante todo, miraba por no salir perjudicada en sus intereses materiales, independientes de la firmeza particular de un sacerdote. Monseñor Castellanos tuvo, pues, que ceder, y, en nombre de los sagrados intereses que representaba, mostrar deferente cortesía para el presidente, de manera de dejar complacida la soberbia de éste. Su alma sufrió una tremenda crisis, y no tardaron en desatarse los males interiores, contenidos mientras se estuvo moviendo con libertad de rebeldía.
Enfermo, en el lecho del dolor, dueño de sí, restituido a su vida libre, independiente del interés de la Iglesia. Camino de la muerte, iba reafirmando los pasos de su existencia, en que tuvo por escudo la fortaleza, el valor, el orgullo, la dignidad. Cuando le brindaban paliativos y procedimientos de alongar la vida, los rechazaba, diciendo preferir la muerte a existir sin el dominio de sus músculos y su voluntad.
Ofertas de las alturas oficiales en esos instantes, no quiso aceptarlas. Tuvo palabras de reconvención para la flojedad y aflicción externada a la vista de su dolor; y cuando feneció, las almas que se movían a su alrededor se sintieron pequeñas al influjo de la fuerza poderosa que acababa. Era hijo de José Castellanos y Flora Martínez, cubana (1875-1934)”. Una de las más importantes calles de la capital se honra con su nombre. (2)
El arzobispo Nouel había asumido el cargo en 1906, a la muerte del arzobispo Meriño, y permaneció hasta 1935. Entonces el Vaticano nombró otro arzobispo a la medida de Trujillo, Ricardo Paolo Pittini Piussi, un italiano con cara de fascista que se aplatanó en el cargo y duró seis meses más que la bestia (8 de octubre de 1935 -10 de diciembre de 1961). El célebre monseñor Pittini.
Pittini había venido en 1933 con el encargo de fundar la orden de los salesianos en el país, pero por lo que dice Crassweller, no era un hombre dotado de virtudes espirituales. Era un “bebedor competente”, un amigo de los tragos y de los chistes subidos de color, y estaba casi siempre presente en los actos públicos, sin perderle pie ni pisada a la bestia. Se dedicaba básicamente a mantener las mejores relaciones con Trujillo.
(Historia criminal del trujillato [143])
Notas:
(1) Rufino Martínez, «Dicionario biográfico-histórico dominicano, 1821-1930», p. 107
(2) Ibid
Bibliografía: Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”.