Nace la nueva industria
Tras aquellas horas de postguerra, el turismo emerge como un medio esencial para el progreso socioeconómico de la humanidad. Y florecían las razones: el negocio turístico fomentaba el desarrollo de nuevas empresas, creaba puestos de trabajo, generaba ingresos de exportación y estimulaba la ejecución de infraestructuras. En breve plazo, la novedosa actividad prosperó hasta constituir uno de los sectores más pujantes y con mayores eslabonamientos productivos de toda la economía mundial.
La expansión y el cambio de la actividad turística han sido continuos durante los últimos siete decenios. El movimiento de viajeros internacionales en el mundo pasó de 25 millones en el año 1950 a 1,235 millones en el 2016, lo que significó una tasa media de crecimiento anual de 6.1%. Las predicciones indican que en el año 2030 habrá 1,800 millones de viajantes.
Desde otra perspectiva podría entenderse mejor el acelerado crecimiento de este fenómeno. Veamos la tendencia: respecto a la población total del planeta, el turismo internacional representó el 1% en el año 1950 (25 millones de turistas y una población mundial de 2,500 millones), creció hasta 16.7% en el 2016 (1,235 millones de turistas y una población global de 7,400 millones) y se estima que ascenderá a 21.2% en el 2030, cuando 1,800 millones de ardorosos viajeros circulen por un planeta con 8,500 millones de habitantes.
El auge del negocio turístico fue siempre de la mano con el progreso en los medios de transporte y las instalaciones de infraestructura. Unos 20,000 aviones de más de 100 pasajeros operan hoy en el mundo y se proyecta el doble de dicha cantidad al concluir el próximo decenio. Alrededor de 3,000 millones de personas viajan cada año en aeroplanos (mientras usted mira esta página, no importa la hora, habrá en el aire 10,000 aviones que trasladan, al mismo tiempo, 1.2 millones de pasajeros). Si bien nos parezca todavía increíble que unas grandes aeronaves vuelen durante más de 17 horas, en las que cruzan 15 mil kilómetros sin detenerse. O que nos apremie una sonrisa al mirar en lontananza un barco de cruceros (en el que viven, se alimentan y divierten miles de personas), mientras aquel castillo flotante surca impasible los mares del planeta.
Los ingresos mundiales generados por el turismo se elevaron en 2023 a 1,400,000 millones de dólares (cerca de 1,100 dólares como promedio por turista). Los resultados del sector crecieron con mayor rapidez que el comercio mundial durante los últimos cinco años. Superan hoy el 9% de las exportaciones mundiales de bienes y servicios. Como categoría mundial de exportación, ocupa el tercer puesto, tan solo a la zaga de productos químicos y de combustibles, y por delante de los nichos de automoción y de alimentación. En muchos países en desarrollo, tal es el caso de la República Dominicana, el turismo ocupa la principal categoría dentro de sus exportaciones.
Una mirada cercana
En 1984 llegaron al país 560 mil turistas. Treinta y ocho años más tarde, en 2022, el número de visitantes alcanzó los 7.2 millones. En pocas palabras, el flujo de viajeros se multiplicó por 12.8 (casi trece veces) en un plazo de 38 años. Esos números reflejan un crecimiento promedio anual en el período de 6.9%. Al mismo tiempo, nuestras habitaciones hoteleras saltaban de 7,100 a 75,000, los empleos generados ascendían de 27,000 a 315,000, y el ingreso de divisas remontaba de US$600 mil en 1984 hasta cerca de US$8,000 millones en 2022.
¿Podríamos llamarlo un milagro? Quizá se entienda mejor el fenómeno como la concurrencia ejemplar de circunstancias físicas, económicas y políticas; añadidas a la voluntad y la imaginación, al sudor y a las ilusiones de una amalgama de actores.
La industria turística precisa de ingredientes esenciales: infraestructura física, servicios públicos, seguridad jurídica y un clima de estabilidad política y económica. El crecimiento turístico del país demandó de buenas carreteras y calles, de aeropuertos eficientes, como también de puertos y ciudades acogedoras para los cruceros. Asimismo, de plantas de tratamiento que procesaran las aguas negras, de obras para evitar la degradación y erosión de las costas, y de servicios de recolección y disposición de desechos en las zonas de hoteles.
Resultó básico, también, un suministro confiable de energía eléctrica y agua potable, además de vigilancia policial y reglamentaciones que evitaran el pillaje contra los visitantes. Indispensable devino, por igual, la seguridad jurídica como garantía del estatuto de propiedad de los inversionistas. Y en un plano más alto, salvaguardando la escena, figuraron la solidez del régimen político, la estabilidad económica y la paz social. Esa, y no otra, fue la matriz venturosa en que nació, creció y actualmente se sostiene el turismo dominicano.
Tras el avatar de la reciente pandemia, la recuperación de nuestro turismo exhibe energías auspiciosas. En efecto, la caída económica mundial padecida en 2020 –que redujo en más de 70% los flujos turísticos mundiales: de 1,450 millones en 2019, a tan solo 400 millones en 2020– fue encarada con inteligencia y arrojo. A tal punto que se prevé la recuperación en 2024 del caudal turístico global previo a la plaga (alrededor de 1,450 millones de visitantes en 2019). En lo referente a las proyecciones turísticas del país, se estima que alcanzará los 9.2 millones en 2024 (basados en el criterio de la ONU, que define como turista a quien permanece más de 24 horas y menos de 12 meses, a una distancia mínima de 80 km de su lugar de residencia).
Santo Domingo: donde todo comenzó
Fuimos el solar en que Europa edificó la primera ciudad del Nuevo Mundo. El recinto amurallado que albergó la Catedral Primada de América, la primera Fortaleza, el primer Monasterio, el primer Castillo, el primer Hospital, la primera Universidad y la más antigua Corte de Leyes del nuevo continente. Cierto: aquí fue el inicio de todo. La historia del continente abrió sus ojos en esta tierra. De aquí surgieron los impulsos de Hernán Cortés y Francisco Pizarro. Y también la infinita piedad de Bartolomé de las Casas y de fray Antón de Montesinos. Santo Domingo, es cierto: donde todo comenzó…
Bartolomé Colón fundó la ciudad en 1497 con el nombre de Nueva Isabela. Pero un huracán en 1502 hizo trizas las casuchas de paja y argamasa edificadas en el lado oriental del río Ozama por el hermano menor de don Cristóbal.
Frey Nicolás de Ovando, Comendador Mayor de la orden de Alcántara, quien arribara como gobernador de la isla el mismo año del siniestro, ordenó su reconstrucción al otro lado del río. Ahora con casas de piedra y un nombre flamante: Santo Domingo de Guzmán.
Ovando estuvo en la isla durante siete años (1502-1509), período en el cual desarrolló una ciudad de casi un kilómetro cuadrado, con planta ortogonal y calles rectilíneas, dotada de un sistema de alcantarillado pluvial que, cinco siglos después, aún funciona. Admirado como uno de los grandes gestores del período colonial americano, Ovando erigió también un puñado de monumentos y edificaciones con diseños inspirados en el gótico tardío de influencia renacentista. Las iglesias y conventos, las casonas y monasterios y fortines realizados por el Comendador de la orden de Alcántara perduran en aquel dominio colonial. Una vez cercado de murallas y hoy en el corazón del gran Santo Domingo, la más poblada y vigorosa urbe de todo el Caribe.
Además de la obra realizada por Ovando, en la Ciudad Colonial existen más de 300 lugares históricos, huella de los siglos de dominio español del territorio. Iglesias, monasterios, hospitales, fortines, castillos y residencias de grandes figuras de la época, calles empedradas, escalinatas, ventanas esculpidas, escudos de armas, plazas, murallas y grandes portones, capillas y oratorios, alcantarillas pluviales, relojes de sol e íntimas ermitas familiares, entre múltiples expresiones de la vida durante el siglo XVI, integran un patrimonio colonial único.
El Programa de Fomento al Turismo en la Ciudad Colonial de Santo Domingo ha enriquecido el semblante de la vetusta población trazada en la hora distante de Nicolás de Ovando. Calles adoquinadas, nuevas aceras y bolardos que delimitan los usos del espacio urbano, conducciones eléctricas soterradas, negocios nuevos, casas reconstruidas… Más de 800 mil turistas recorren cada año el centro histórico de Santo Domingo. Y cerca de 300 nuevos locales han abierto sus puertas en los últimos cuatro años: restaurantes, cines, discotecas, museos, tascas, salas de arte y expresiones múltiples de la versátil economía naranja.
Caminar sin mapa ni brújula por la Ciudad Colonial de Santo Domingo será siempre la incitación a un feliz asombro. Entre tiendas, iglesias, parques y pequeños hoteles se cruzará con grupos de visitantes, que van y vienen, con pantalones cortos y gafas de color. Como usted, todos hurgando en la esencia de esta ciudad cosmopolita, afable y, a ratos, inexplicablemente vivaracha. Ya pasa el mediodía, con 30 grados a la sombra, y usted anhela algo diferente. Tal vez una copa y (¿por qué no?) el sobresalto de una suculenta sorpresa…