De mañana, oscurezco. De día, tardo.
De tarde, anochezco. De noche, ardo.
VINICIUS DE MORAES
La bossa nova es un hechizo musical, fruto de la parcería de Vinicius de Moraes con el prodigioso Antonio Carlos Jobim. De la ardiente entraña de rapsoda que albergaba Vinicius emergieron los vocablos de cantos infinitos: Garota de Ipanema, A felicidade, Manha de carnaval, Cancão de Orfeo, Chega de saudade, Insensatez, Por toda a minha vida, Se todos fossem iguais a você… Amigo de Neruda, de Guillén, de Aragón, Vinicius transformó la diplomacia en subterfugio y su devoción hacia el ser humano en enunciado de altísima nobleza.
Era él un torrente de efusiones y vehemencias amatorias (nueve matrimonios y vastos idilios oficiosos). Charlaba sin sosiego en una libación interminable, amaba sin reposo y con vigor agotaba cada instante, como si escuchara las trompetas del Juicio Final.
La siguiente es una conversación incierta, en la que Vinicius acaso no estuvo presente. Con todo, las palabras se alzan como ráfagas guiadas por su voz y con el timbre esencial de alguien, saciado de albedrío, que opta por la belleza, por la música, por la excitación perpetua de vivir.
A cuarenta y dos años de la muerte del bardo, este paracronismo receloso convoca la imaginaria epifanía de su verbo, de su hechizo que no cesa…
Para comenzar, desearía que me hablase sobre su pasión por la mujer y la guitarra…
La guitarra es no sólo una música (con todas sus posibilidades orquestales latentes) en forma de mujer. Ella es también, entre aquellos que se inspiran en la forma femenina –viola, violín, mandolina, violoncello, contrabajo— el único instrumento que representa la mujer ideal: ni grande ni pequeña, de pescuezo alargado, con hombros redondos y suaves, cintura fina y caderas plenas; cultivada, pero sin jactancia; renuente a exhibirse, a no ser de la mano de aquel a quien ama; atenta y obediente con su amado, mas sin perder el carácter y la dignidad; y, en la intimidad, tierna, sabia y apasionada…
¿Usted espera, un día, ser rico?
¿De qué más precisa un hombre sino de un pedazo de mar y de un barco con el nombre de una amiga, y un hilo con un anzuelo para pescar? Y mientras pesca, mientras espera, ¿qué más necesita un hombre sino de sus manos, una con el hilo de pescar y otra en el mentón, para así perderse en la anchura del mar, y una botella de cachaza para alejar la tristeza, y un poco de pensamiento para imaginar que se disuelve en el infinito?
Me refiero a propiedades materiales…
¿De qué más precisa un hombre sino de un pedazo de tierra, un pedazo bien verde de tierra, con una huerta y un jardín (que un jardín es importante) cargado de flores para oler? Y mientras vive, mientras espera, ¿qué más necesita un hombre sino de sus manos para cultivar la tierra y arrancar unos acordes a la guitarra, bajo la luz de la luna, y una garrafa de whisky para sacar los misterios, porque una casa sin misterios no merece vivirse?
Disculpe, Vinicius, pero yo insisto…
¿De qué más precisa un hombre sino de un amigo para departir, un amigo bien seco, bien simple, con el que no es necesario hablar (basta con mirarse); uno de esos que a veces desmerece un poco la amistad, un amigo para la paz y la guerra, un amigo de casa y de bar? Y mientras pasa el tiempo, mientras espera, ¿qué más necesita el hombre sino de sus manos para apretar las manos del amigo después de una ausencia, y para darle una palmada en la espalda, y para gesticular con el amigo y para servir todas las bebidas que quiera el amigo?
Usted todavía no responde mi pregunta…
¿De qué más precisa un hombre sino de una mujer para amar, una mujer con dos senos y un vientre, y una expresión peculiar? Y mientras pasa el tiempo, mientras espera, ¿qué más necesita un hombre sino de un cariño de mujer, cuando la tristeza lo aplasta, o cuando el destino lo arrastra con un oleaje sin rumbo? Sí, ¿de qué más precisa un hombre sino de sus manos y de una mujer –las únicas cosas libres que le restan para luchar por el mar, por la tierra, por el amigo?
Vamos a su asunto predilecto: mujeres. ¿Cómo clasifica usted a las mujeres?
Hay mujeres altas y mujeres bajas, mujeres bonitas y mujeres feas; mujeres gordas y mujeres flacas; mujeres caseras y mujeres callejeras; mujeres fecundas y mujeres estériles; mujeres primíparas y mujeres multíparas; mujeres extrovertidas y mujeres cerradas; mujeres homófagas y mujeres inapetentes; mujeres suaves y mujeres wagnerianas; mujeres simples y mujeres fatales…
¿Usted tiene un animal preferido?
Observe una gallina cualquiera picoteando la tierra o en su gallinero: qué auténtica feminidad, qué espíritu práctico y, sobre todo, qué salud moral. Es un animal que, en realidad, ama a su grupo; vive con un profundo sentimiento de permanencia, a pesar de la espada de Damocles que pesa permanentemente sobre su cabeza, o sobre su cuello; y rechaza muy poco las cosas del amor físico. Si las mujeres la imitaran, estoy seguro, vivirían más felices. ¡Y pondrían huevos! La naturaleza poligámica del macho que es, aparentemente, una ley de la Creación, ¡qué bien es aceptada por esa clase de féminas! Ellas se entregan con la mayor simplicidad, sin nunca perderse en lucubraciones inútiles, dramas de conciencia irrelevantes o utilitarismos sórdidos, como acontece en el mundo de los hombres.
Sé que a usted le gusta también el caballo…
Que es, sin duda, después de la mujer, el animal más bello de la creación…