Cuando soñamos que soñamos está próximo el despertar.
NOVALIS
En los ensueños de nuestra nación se incuban visiones de progreso. La realidad, empero, sobre sus piernas quejumbrosas, impugna y sobrepasa aquel ardoroso anhelo.
El gran economista británico Alfred Marshall afirmó: “La causa de la pobreza es la pobreza”. ¿Por qué así el predominio de una circularidad tan viciada –pregúntese–, adversa a nuestra intuición de la justicia natural? ¿Qué motivos se oponen al ideal de Aristóteles de alcanzar la ‘eudaimonía’, aquel paradigma de vida próspera en los humanos?
En este trance, me fue dable conocer las ideas del Dr. Juan Enríquez Cabot, un pensador mexicano, profesor de la Universidad de Harvard. Su esbozo acerca del motor que impulsa hoy el desarrollo científico y tecnológico —acaso el más impetuoso auge que registra la historia universal— es de una lucidez intachable.
Más que complacido estaré si las nociones aquí reveladas (en una conferencia en Argentina, hace algunos años) despiertan en el lector un optimismo similar al que suscitaran en mí. (PDM)
¿Es la Argentina un país viable?… ¿Y los demás?
Juan Enríquez Cabot
Argentina ya es un país objeto de estudio en los centros académicos más importantes del mundo: ¿Cómo puede ser que una Nación tan formidable a comienzos del siglo XX haya retrocedido tanto a comienzos del siglo XXI pese a contar con enormes recursos naturales? La exposición que se publica llega a la conclusión, implícitamente, de que la Argentina no es un país viable, si no produce una Revolución del Conocimiento.
Una nota para reflexionar. En 1900, la Argentina era uno de los países más ricos. Para 1960, pese a una serie de gobernantes de cuestionable habilidad, seguía siéndolo. ¿Por qué? Porque en ese momento, una tercera parte de la economía mundial era agricultura, otra tercera parte era industria y el resto eran servicios. Y por servicios, entiendan conocimientos: no son mozos, ni gente que hace hamburguesas. Son personas que sacan patentes, los consultores, los que hacen seguros, los que hacen leyes, investigación tecnológica, los que hacen CD’s y programas de computación.
Avancemos desde 1960 a 1998. El 4% de la economía mundial es agricultura, y no porque la agricultura en términos de volumen o en términos numéricos sea menor; sino porque la economía mundial creció a tal nivel en los otros aspectos que la agricultura parece, comparativamente, mucho menor. La industria sigue en el mismo nivel, una tercera parte de la economía mundial, y los servicios ahora son dos terceras partes del crecimiento mundial.
Los servicios se manejan en un idioma, el digital. Esto quiere decir que un joven que todavía no se llegó a graduar en la Universidad de Harvard, que sale un año antes de lograr su diploma de licenciatura, puede acumular una cuenta bancaria que es el equivalente a todo lo que producen los habitantes de Israel en un año, o Malasia, o Singapur o Venezuela. Y que si ese señor se levanta de mal humor un día y cambia sus cuentas de bancos y de seguros, mueve la economía de un país. Eso significa que su compañía, el día que decida moverse de lugar, mueve una economía del tamaño de Canadá.
Ésa es la diferencia, el abismo, entre lo que es la vieja y la nueva economía del conocimiento. Una economía del Conocimiento es aquella donde se puede generar mucha riqueza a corto plazo y esa riqueza depende del conocimiento digital, y donde la economía de un país puede desaparecer en una semana. Esto tiene serias implicaciones para los países que no entienden el por qué tienen que darles educación y seguridad a sus ciudadanos y por qué hay que respetar los derechos humanos.
Es por estas razones por las cuales, del 100% de jóvenes que China manda a estudiar a USA, sólo regresa el 15%. Mientras tanto, aquellos países que siguen produciendo oro, petróleo, uranio, trigo o ganado, se vuelven cada día más pobres. Es el porqué, en términos de índices económicos, un commodity, un bien básico, una materia prima, vale hoy el 20% de lo que valía en 1845. Y aquellos pueblos que siguen tratando de competir vendiendo materias primas sin conocimientos, son cada día más pobres. Por eso, los pueblos más ricos del mundo no son los petroleros, a menos que uno considere como grandes potencias a Nigeria, Sudáfrica, Arabia Saudita, Irak, Irán, o México, Venezuela o Ecuador.
¿Qué es lo que está pasando en nuestra América Latina?
En 1985, México, Brasil, la Argentina y Corea del Sur generaban más o menos el mismo número de patentes anuales que USA. ¿Porqué es que nos debe importar el número de patentes que se generan en USA por año? Sencillamente, porque este es el “quid” de una Economía del Conocimiento; si uno no genera conocimientos, ni los protege ni los vende, uno no tiene de qué vivir.
La buena noticia es que de 1985 a 1998, el número de patentes generado en México, Brasil y la Argentina se duplicó. Ya estamos generando cerca de 100 patentes en cada uno de nuestros países. La mala noticia es que, en el mismo período, Corea del Sur aumentó de 50 patentes anuales a 3,400. Sólo la compañía coreana Samsung es el cuarto productor de patentes totales en USA. En Corea del sur ahora se necesitan 13,000 surcoreanos para lograr una patente en USA; pero se necesitan, para lo mismo, 760,000 argentinos, 1,200,000 mexicanos y 1,800,000 brasileños.
Si ustedes me creen que este mundo está transitando de una economía de bienes básicos a una Economía del Conocimiento –y esta es la tendencia y estos son los recursos necesarios para patentar algo– pónganse a analizar los hechos a su alrededor, y adivinen qué países van a ser más ricos a corto plazo y qué países van a ser cada día más pobres.
¿Qué es lo que está pasando en México? Este es un buen ejemplo: México tiene un Tratado de Libre Comercio, ya que abrió sus fronteras con USA y aumentó sus exportaciones. Además, hizo una serie de cosas con los mismos tipos de ajustes que se están discutiendo en la Argentina. Llevamos 24 años haciendo ajustes, pero tenemos un pequeñísimo problema. A la hora de sentarnos a ver quiénes ocupan los primeros 15 lugares de patentes en México, nos damos cuenta de que son Procter & Gamble, 3M, Basf, Kimberley Clarke, Bayer, Pfizer, Novartis, Hoesch, Johnson & Johnson, AT&T, Samsung, Ely Lilly, Loreal, Motorola y Good Year. Todas “mexicanas”, ¿verdad?
Si ésos son los que generan patentes y venden conocimiento en México, adivinen qué les pasa a los ingresos de los mexicanos, aun cuando tengan baja inflación… Y esto ocurre aunque se hagan ajustes financieros y aunque se sigan los programas del FMI. La segunda consecuencia que modernamente se tiene en una economía es que no solamente se puede mover la riqueza física, las cuentas bancarias, sino que también se puede mover la riqueza intelectual. Para una persona que habla el lenguaje genético o el lenguaje intelectual, o cualquier lenguaje de tecnología avanzada, la opción de quedarse en un laboratorio en un país que no apoya la creación de nuevas riquezas, que no apoya laboratorios, que no es competitivo, que no tiene compañeros con quiénes hablar, no es la mejor desde su punto de vista de progreso personal.
Muchas veces, Microsoft llega a las mejores universidades y dice: “Quiero llevarme a los 10 mejores alumnos a trabajar conmigo”. Para darles un ejemplo, en el Instituto Tecnológico de Monterrey –que es una de las escuelas técnicas mejores de México– a los 30 mejores alumnos se los lleva Microsoft una semana, con boleto y todo pago, al estado de Washington (la capital es Seattle); los entrevista durante cuatro días y les da tres días de vacaciones, con las mejores comidas, barcos, etc., etc.; y como es lógico, acaba contratando a los mejores muchachos. Lo mismo pasa en India y en China: contratan a los mejores y los concentran.
Este tipo de recursos de la economía es portátil. El país que encuentra a los mejores ciudadanos de otro país, y se los lleva, tiene todas las de ganar. Son más valiosas estas mentes que llevarse una mina. Más valiosas que quedarse con el petróleo de un país.