Primera
Las casuchas son de zinc, de ripios de madera, de cartón. La ranchería nace y se propaga como un ancho rumor vegetativo. Millares de individuos duermen y aplacan sus vientres al amparo de esa oscura techumbre del desecho. Nada mitiga la urgencia (sin finalidad) de este hormiguero humano.
Llovió. Como un tronco abatido por la brisa, hay un cuerpo achicharrado a media cuneta. A cinco pasos, en el lodo, yace un miembro tieso. Una bruma de moscas aletea sobre el desangre sucio del muñón. Los dedos contrahechos (en el extremo del brazo trasquilado) insinúan un pardo desbrozo inexplicable.
El fuego comienza a prima noche. La llamarada envuelve el cuchitril, se enrosca en los cuerpos, atiza el griterío… Pero la noche es enorme y bochornosa, y sólo la claridad del sol iluminará el estrago. Cuerpos y pedazos de hojalata, despojos y carne humana entre los portones calcinados. Surge una rara perfección de holocausto en aquel manto oscuro de naturaleza destrozada.
Segunda
—Ahora, digno hombre civilizado, evoque a Platón, a Descartes y a Locke. Deléitese por un instante en el ensueño republicano y democrático de Thomas Jefferson. Haga suyo ‘El Espíritu de las leyes’ y cabalgue serenamente, junto a Montesquieu, por las praderas de la moderación y la equidad. Acaso mejor: ignore la reseña (le conviene) acerca del Haití de Boukman y Jean Jacques Dessalines y Papá Doc.
—En suma: borre de su mente lo que vio o escuchó. Olvide las plantaciones quemadas, los cuerpos quemados, las casas quemadas. Embriáguese de ‘sofrosine’, deje todo a un lado y disfrute el esplendor del panorama. Nuevamente, bienvenido a Haití: respetado transeúnte del siglo XXI, caballeroso y honrado hijo de la jurisprudencia.
—Tiene usted razón. No existe indicio alguno en los brazos descuajados y en el cuerpo llameante de Issa Paul. Mucho menos en el neumático que arde al cuello del adversario. Aquí sólo falta Titid, el políglota, el frágil, el lánguido sacerdote descorazonado de Georgetown. Él lo dijo en su lengua: “Tout tan tet la pa koupe, li pa desespere mete chapo” (Mientras la cabeza no ha sido cortada, no pierde la esperanza de portar sombrero).
Tercera
Las insurrecciones en Haití fueron de una brutalidad que todavía estremece. Se quemaron las casas de las haciendas con todos los blancos dentro. El olor a chamusquina envolvió la isla y se expandió por el Caribe. A la luz de la candela brillaban los machetes ensangrentados, colorados y vengadores.
Eran pueblos que venían de las cacerías humanas en África; hombres que viajaban encadenados en las naves de los negreros; individuos que sufrían las mutilaciones, los azotes y castigos del infierno: a la más leve falta en el trabajo, por la comisión del menor de los delitos…
Francia los trataba como a bestias. Hoy juzgamos como salvaje el que las hordas de Puerto Príncipe incineren a alguien y luego se coman su carne chamuscada. Pero no debería extrañarnos: Haití ha sido y es, medularmente, eso: fuego, hoguera, incendio prolongado y aniquilador
Cuarta
—El fideicomiso tendría como objetivo crear una nación, esto es, construir una comunidad consciente de sí misma, civilizada y progresista, en el seno de ese vacío, de esa dilatada oscuridad que ha sido la existencia haitiana.
—¿No cree usted que veinte o veinticinco mil soldados de las Naciones Unidas (de color y mestizos), como garantes de una administración internacional que efectivamente construya las instituciones civiles y eduque a la población; junto a un grupo de misioneros de buena voluntad y de inmigrantes albaneses y croatas, franceses, canadienses, cubanos y españoles (maestros, jueces, médicos, ingenieros, administradores de empresas, artesanos, agricultores, obreros industriales), podrían en cincuenta o sesenta años reconstruir Haití?
—Es una idea absolutamente ridícula e impracticable.
—¿Pensaría usted, quizá, en devolverlos al África, al cabo de una infausta experiencia de más de cuatro siglos en estos predios de la eterna esperanza? ¿O, quién sabe, alojarlos en la tierra ancha del llano venezolano, o en los bosques sin límite del Canadá, o en la libre pradera que cantaba Walt Whitman, o en los campos feraces de Aix-en-Provence?
—La juzgo una ruda e inhumana extravagancia.
—Comprendo su terca negativa, pero, de tal forma las cosas, ¿no ejercería su derecho el país vecino si excavara un profundo y ancho canal fronterizo, y luego lo poblara de eficaces carnívoros acuáticos? ¿O, tal vez, podrían ellos levantar un muro electrificado para robustecer su inestable línea divisoria?
Quinta
Se ha repetido miles de veces: Haití no es viable como Estado. Lo reconoce la comunidad internacional; lo sabemos nosotros, sus colindantes; lo entienden, inclusive, los propios haitianos. Y la tozuda verdad, la rabiosamente obstinada realidad comprueba, sin asomo de duda, que los dominicanos no son culpables, ni han de ser, por supuesto, convictos y castigados por las tribulaciones atávicas de aquella masa extraviada en la indigencia y en las veredas del ocultismo…
El argumento que nos desiguala de Haití no es la piel, como tampoco la exacerbación patriotera. Antes que raza y chauvinismo, nos distinguió la historia y la intelección de un sueño. En esta hora y sin resabios ni discriminaciones, sin más, los dominicanos sencillamente nos sentiríamos menos desdichados si aquella “mala sombra” se detuviese, de algún modo, por cualquier vía, al oeste de nuestra frágil raya divisoria. Si acaso los signos visibles de esa tragedia no se adueñaran alevosamente de nuestros trajines, de nuestras callejuelas, de nuestros exiguos sanatorios. Si de modo tan fiero, asimismo, esa semoviente fatalidad no empeorara la vida y el ‘ethos’ de la ya suficientemente degradada comunidad dominicana.
Sexta
Estas fueron las reacciones de algunos gobernantes del área del Caribe, ante las propuestas de funcionarios del gobierno de los Estados Unidos para conceder asilo temporal a los haitianos que, en botes quebradizos, viajaban de Haití a los Estados Unidos.
Venezuela: Presidente Rafael Caldera (1994)
“Nos produce mucha pena la deplorable situación de los haitianos, siempre los hemos ayudado y estamos en disposición de ofrecer cualquier tipo de ayuda humanitaria; pero acceder a brindarles asilo en nuestro país es muy diferente. Esa descabellada propuesta es imposible de aceptar, los venezolanos no me lo perdonarían nunca; sería incapaz de traicionar la confianza que por segunda ocasión han depositado en mí”.
Cuba: Comandante Fidel Castro (1993)
“En frágiles e improvisadas embarcaciones han arribado a nuestras playas 460 haitianos en muy malas condiciones, enfermos, hambrientos y vistiendo harapos. Están siendo atendidos en nuestros hospitales, en donde se les están administrando los medicamentos necesarios, buena alimentación y nuevas vestimentas. Una vez que sus condiciones generales retornen a la normalidad, todos serán reembarcados en sus reacondicionados botes y remolcados por lanchas de nuestra marina, hasta las proximidades de las costas de Haití”.
Colombia: Presidente Ernesto Samper (1994)
“Inaceptable… absolutamente inaceptable. Colombia rechaza categóricamente la posibilidad de permitir emplazar campamentos temporales de refugiados haitianos en nuestro suelo. Absolutamente inaceptable… absurda propuesta”.
Costa Rica: Presidente José María
Figueres (1994)
“La lamentable pobreza del pueblo haitiano es parte de las causas que motivan esas emigraciones, pero no podemos aceptarlos como refugiados en Costa Rica. Nosotros también tenemos nuestros problemas con indocumentados nicaragüenses, pero estamos trabajando para solucionarlos… y lo estamos logrando. No me parece que ningún país de América Latina esté en condiciones de hacerse cargo del enorme problema que representan los emigrantes haitianos”.
República Dominicana: Presidente Joaquín Balaguer (1994)
“Funcionarios del gobierno norteamericano y Organismos Internacionales han insistido en que la República Dominicana conceda refugio a los haitianos que están abandonando su país en embarcaciones hacia los Estados Unidos y algunos otros destinos. Asimismo esos funcionarios me reiteraron el compromiso del gobierno norteamericano de responsabilizarse, por completo, de todos los gastos que conllevaría la construcción de las instalaciones que servirían de campamentos, en territorio dominicano, a los refugiados haitianos. Asegurando además que proveerían toda alimentación y medicamentos que sean necesarios en los mismos”.
Séptima
El mundo civilizado rehúye la mirada frente al derrumbe haitiano, en tanto un vaho de conjura ondea sobre los bufetes de la diplomacia internacional. Ante tan engañosa frialdad, así parece, será necesario levantar la voz y mostrar los puños: los puños y las garras (esas garras tutelares de Duvergé, Cabral, Santana, Imbert…). De lo contrario, el no actuar con bravura en la custodia de nuestro destino gentilicio, inevitablemente, permitirá que aquel hundimiento nos arrastre a un torbellino de calamidades y aflicciones.
Y en aquel momento se habrá cumplido el augurio: la isla será una e indivisible en su desgracia.