Al recuerdo inextinguible de dos amigos:
Marcio Veloz Maggiolo y Víctor Víctor…
Marcio Veloz Maggiolo no era únicamente escritor. Fue también un rastreador de esencias. Un buscador de retumbos y fantasmas traspapelados en el viento y en las horas. Pude verlo mientras enlazaba cantares de la manigua con el cáñamo verde luna de un tropo garcialorquiano. O revivir en una antífona despavorida la ebriedad alejandrina de aquel furtivo navío de Ungaretti.
Ahora circula en la cumbre un puñado de sones creados por Marcio y envueltos en la musicalidad serena y afectuosa de Víctor Víctor, de Vitico. Marcio se deslizaba aquí hasta acariciar las cepas sonantes de nuestra expresión, sus registros primordiales. A un territorio en que conviven los tambores del abuelo mandingo y el dulcísimo laúd de la abuela extremeña. A ese dominio donde anidan también las misteriosas energías tutelares de nuestra lengua.
Marcio había soñado a Miguel Hernández, a Rafael Alberti, a Lorca y a Machado. Los invitaba a Santiago a bailar sones en un patio de Los Pepines. Todos con sombreros de pajilla, pantalones holgados y zapatos de dos tonos. Todos trenzando melodías que invocaban las sombras tutelares de Piro Valerio y de Chencho Pereyra.
Marcio interrogaba a Machado:
“Dime, Antonio, ¿dónde vas? / Con camino y con andar, /en la frontera te esperan /los vientos del olivar /Las cancelas, los recuerdos de estelas sobre la mar. / Atados con este son, /que es un son crepuscular /para deshacer entuertos, exilios y soledad”.
(Coro) “Antonio, ¿dónde vas? /Llévate contigo mi cantar. / Canta letra a letra que bien va a sonar. /También así haces camino al andar. /Que diga don Antonio, adónde va”.
Él también se encumbraba en vuelo bachatero, posado en el ala de la paloma de Alberti:
“Se equivocó la paloma /en trópico equivocada. /Alberti le dio su alpiste, /Alberti le puso alas. /Vino convertida en son /a mi América mulata. /Vino convertida en son /en trópico equivocaba. /Volando de norte a sur, /volando con cielo y agua, / la palomita de Alberti /puso sus huevos morunos /muy dentro de mi guitarra. /Voz de marinero en tierra. /Penumbra de sombra brava. /Para Alberti va este son que el agua baña, /bachata del corazón, son de guitarra, /fandango de luna nueva, de paloma y tierra extraña. /Se equivocó mi paloma, se equivocaba”.
Él revoloteaba, asimismo, en torno a Lorca:
“Federico es un cantar, /campana del corazón. /Granada con luna nueva, /fatal disparo hecho son”.
(bis) “Federico, los muleros construyeron mi canción, /de España llena de sustos /a España llena de amor”.
(Coro) “Federico, oye tu son. /Yo me la llevaba al río, /besando su polisón. /Acariciando sus senos /de orégano y cundeamor. /Bachata de soledades, /pienso en ella y su candor. /Federico, me la diste entre versos y alcanfor. / Entre cordajes gitanos /y versos de Nueva York. /Federico, no te rías. /Viva el son, oye tu son”.
Y se hacía llanto frente a Miguel Hernández:
“La cebolla es escarcha y serenata, /tiene aliento de grillo que a veces canta. /Miguel de los recuerdos, tu voz te mata. /También me arranca cárcel, libera el alma. /Mi voz crece amainando tu llamarada. /Miguel, tu son querido se escucha en casa. /Es como un homenaje de las hormigas /a tu hortelano acento y a tus espadas. /Tanto penar para morirse uno, /en cuerdas de guitarra, /en clave de tambores, /bongó y bachata. /Miguel, dame tu mano /pero también tu alma. / Cumbanchero en tu gloria, / prisionero en mi nostalgia”.
(bis) “Anda, Miguel, amigo /Trae tu voz de escarcha. /Vamos a hacer un dúo de serenatas”.
De repente, comienza a hervir el patio santiaguero. Todos bailan. Vitico y Marcio entonan el ‘Son de Carmina’: “Ella se llama Carmina, / y su cara es de azucena. /Flor de todas las ventanas. /Rasguño de historia vieja. /Muerte que se asoma al alba, /luz de madrugada plena. /Carmina, flor de ilusión, /Carmina, mujer tan bella”.
Lorca y Alberti, Hernández y Machado desaparecen de improviso en las lumbreras abiertas por aquel espejismo. Con las voces delgadas y ausentes de sí mismos, Marcio y Vitico cantan aún: “Vas viviendo en mi canción /y de tu sombra distante /me nombro tu comandante. /Carmina, flor de ilusión. /Encerrada en su perfume /pobre alondra que no anida. /Volar no puede y suspira. /Carmina, flor de ilusión…”
Cuando el Yaque abre los ojos con las primeras claridades, y en el remate de un bohemio apocalipsis, Vitico y Marcio han decidido alargar su pregón hasta el fin de los tiempos: “Carmina, mujer tan bella. / Carmina, flor de ilusión. /Fui a domesticar estrellas /y les canté tu canción. /Cuando pronuncié tu nombre /bailaron con este son, /con este… son… con … este… son…”.
Era así el recuerdo que me aleteaba en la memoria, aquel domingo ineludible y calladamente gris…