Yo vengo de ver, Antón, un niño
en pobrezas tales,
que le di para pañales las telas
del corazón.
LOPE DE VEGA
Oriunda de la sed de eternidad del hombre, y de codos con la magia, la religión ha contribuido a la creación de la cultura, esto es: el arte, los mitos, los hábitos, las técnicas, la historia, la literatura. Magia y religiosidad señalaron, en los albores de la historia, las dos grandes rutas por donde habría de viajar el pensamiento humano. Ningún camino distinto ha sido explorado desde entonces. El trayecto de la magia condujo al hombre a la elevación inalcanzable de la ciencia; el sendero de la devoción, a la roca invicta y ciega del dogma.
El tema de la Natividad de Jesucristo, misterio esencial de la fe cristiana, atrajo siempre a los grandes escritores. Las alegorías abundan: el humilde establo de Belén, los Tres Reyes Magos, la anunciación del Arcángel Gabriel, la Virgen María y el nacimiento en la pobreza del Niño-Dios. Embrujo, religiosidad simbólica y trance de verbal hechizo aparecen, así, imbricados en las voces de San Juan de la Cruz y Sor Juana Inés; de Lope de Vega, Góngora y Calderón de la Barca; de Rubén Darío y César Vallejo; de Luis Rosales, Rafael Alberti y Federico García Lorca. Al final, el eco indecible de Borges percibe la redención del mundo en el fervor de la amorosa sencillez. Como si cada día floreciera en aquel pesebre la ineludible bondad de los humanos.
El místico San Juan de la Cruz (1542-1591), uno de los más altos poetas de la lengua, crea junto a Santa Teresa de Jesús la Orden de los Carmelitas Descalzos. En su ‘Romance del Nacimiento’ dice él: “Ya que era llegado el tiempo /en que de nacer había, /así como desposado /de su tálamo salía, /abrazado con su esposa, /que en sus brazos la traía,/al cual la graciosa Madre /en su pesebre ponía,/entre unos animales que a la sazón allí había, / los hombres decían cantares, / los ángeles melodía, festejando el desposorio / que entre tales dos había, /pero Dios en el pesebre /allí lloraba y gemía, /que eran joyas que la esposa /al desposorio traía, /y la Madre estaba en pasmo /de que tal trueque veía: /el llanto del hombre en Dios, /y en el hombre la alegría, /lo cual del uno y del otro /tan ajeno ser solía´.
Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), máxima figura de las letras mexicanas, se asoma también al tema del Nacimiento de Cristo: “La Abeja paga el rocío /de que la Rosa la engendra, /y ella vuelve a retornarle /con lo mismo que la alienta. / Ayudando el uno al otro /con mutua correspondencia, /la Abeja a la Flor fecunda, /y ella a la Abeja sustenta. / Pues si por eso es el llanto, /llore Jesús, norabuena, /que lo que expende en rocío /cobrará después en néctar” (fragmento)/
El fecundo Lope de Vega (1562-1635) hace mimos con el Niño-Dios: “Zagalejo de perlas, /hijo del Alba, /¿dónde vais que hace frío /tan de mañana? /Como sois lucero /del alma mía, /al traer el día /nacéis primero; /pastor y cordero /sin choza y lana, /¿dónde vais que hace frío /tan de mañana? / Perlas en los ojos, /risa en la boca, /las almas provoca /a placer y enojos; /cabellitos rojos, /boca de grana, /¿dónde vais que hace frío /tan de mañana? / Que tenéis que hacer, /pastorcito santo, /madrugando tanto /lo dais a entender; /aunque vais a ver /disfrazado el alma, /¿dónde vais que hace frío /tan de mañana?”.
Luis de Góngora y Argote (1561-1627) es el poeta más original e influyente de todo el Siglo de Oro español. En su poema ‘El heno’ discurre él en torno al nacimiento del Salvador: “Caído se le ha un Clavel / hoy a la Aurora del seno./ ¡Qué glorioso que está el heno, /porque ha caído sobre él! /Cuando el silencio tenía /todas las cosas del suelo /y, coronas de hielo /reinaba la noche fría, /en medio la monarquía /de tinieblas tan cruel, /caído se le ha un clavel /hoy a la Aurora del seno. /¡Qué glorioso que está el heno, /porque ha caído sobre él! /De un solo clavel ceñida / la Virgen, aurora bella, /al mundo se le dio, y ella /quedó cual antes, florida: /a la púrpura caída sólo fue el heno fiel./ Caído se le ha un clavel /hoy a la Aurora del seno: /¡Qué glorioso que está el heno, /porque ha caído sobre él!” (fragmento).
La voz sinfónica de Rubén Darío (1867-1916) se apropia del decir de aquellos Reyes Magos: “Yo soy Gaspar. /Aquí traigo el incienso. /Vengo a decir: La vida es pura y bella. /Existe Dios. El amor es inmenso. /¡Todo lo sé por la divina estrella! / Yo soy Melchor. /Mi mirra aroma todo. /Existe Dios. Él es la luz del día.
/La blanca flor tiene sus pies en lodo. /¡Y en el placer hay la melancolía! / Yo soy Baltasar. Traigo el oro. /Aseguro que existe Dios. Él es el grande y fuerte. /Todo lo sé por el lucero puro /que brilla en la diadema de la Muerte. /Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos. /Triunfa el amor, y a su fiesta os convida. /Cristo resurge, hace la luz del caos /y tiene la corona de la vida”.
César Vallejo (1892-1938), el gran aeda contrito de ‘Trilce’ y ‘Los heraldos negros’, evoca también la ‘Nochebuena’: “Al callar la orquesta, pasean veladas /sombras femeninas bajo los ramajes, /por cuya hojarasca se filtran heladas /quimeras de luna, pálidos celajes. /Hay labios que lloran arias olvidadas, /grandes lirios fingen los ebúrneos trajes. /Charlas y sonrisas en locas bandadas /perfuman de seda los rudos boscajes. /Espero que ría la luz de tu vuelta; /y en la epifanía de tu forma esbelta, /cantará la fiesta en oro mayor. /Balarán mis versos en tu predio entonces, /canturreando en todos sus místicos bronces /que ha nacido el niño-Jesús de tu amor”.
En su radiante poema ‘El Nacimiento del Señor’, el poeta andaluz Luis Rosales (1910-1992), amigo y coterráneo de Lorca, dice: “Inmaculada tú, Virgen María, /cándido huerto, celestial princesa /mirada por la luz de la promesa /morena por el sol de la alegría. /¿Qué arroyo te ha enseñado la armonía de tu paso sencillo, /qué sorpresa de vuelo arrepentido y nieve ilesa /junta tus manos en el alma fría? /¿Qué viento turba el monte y lo conmueve? /Canta su gozo el alma desposada, /calma su angustia el mar antiguo y bueno; /la Virgen, a mirarle no se atreve, /y el vuelo de su voz arrodillada, /canta al Señor que llora sobre el heno”.
Rafael Alberti (1902-1999), el poeta gaditano que hilvanara ‘Marinero en tierra’, compuso catorce poemas en el ciclo navideño llamado ‘El alba del alhelí’, inspirado en las ‘figuritas del Nacimiento’. Para alegrar a sus sobrinillos, Alberti les cantaba: “A la virgen, un collar /y al Niño Dios un anillo. /Platerillo, no te los podré pagar. /¡Si yo no quiero dinero! /¿Y entonces qué?, di. /Besar al Niño es lo que yo quiero. / Besa, sí. […] Descalza, desnuda y muerta /vengo yo de tanto andar. /¡Soy la hortelana del mar! /Dejé, mi Niño, mi huerta /para venirte a cantar. /¡Soy la hortelana del mar… /y, mírame, vengo muerta!”.
Fueron luminosas y oscuras, en ocasiones, las Navidades de Federico García Lorca (1898-1936). A San Gabriel Arcángel, con alegría, él entona: “Un bello niño de junco, /anchos hombros, fino talle, /piel de nocturna manzana, /boca triste y ojos grandes, /nervio de plata caliente, /ronda la desierta calle. […] Las guitarras suenan solas /para San Gabriel Arcángel, /domador de palomillas /y enemigo de los sauces. /San Gabriel: El niño llora /en el vientre de su madre. /No olvides que los gitanos /te regalaron el traje. […] El niño canta en el seno /de Anunciación sorprendida. /Tres balas de almendra verde /tiemblan en su vocecita. /Ya San Gabriel en el aire /por una escala subía. /Las estrellas de la noche /se volvieron siemprevivas” (fragmento).
En su viaje a New York, Lorca se desgarra en el ‘Nacimiento de Cristo’, una alegoría navideña apocalíptica y cerrada: “Un pastor pide teta por la nieve que ondula /blancos perros tendidos entre linternas sordas. /El Cristito de barro se ha partido los dedos /en los tilos eternos de la madera rota. […] El niño llora y mira con un tres en la frente, /San José ve en el heno tres espinas de bronce. /Los pañales exhalan un rumor de desierto /con cítaras sin cuerdas y degolladas voces. /La nieve de Manhattan empuja los anuncios /y lleva gracia pura por las falsas ojivas. /Sacerdotes idiotas y querubes de pluma /van detrás de Lutero por las altas esquinas” (fragmento).
Aunque muy breve espacio ofrecen estos días para el sosiego, nada se malgasta si sólo por un instante nos adueñamos de la infinitud de Jorge Luis Borges: “Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire. / El que agradece que en la tierra haya música. / El que descubre con placer una etimología. / Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez. / El ceramista que premedita un color y una forma. / Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada. / Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto. / El que acaricia a un animal dormido. / El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. / El que agradece que en la tierra haya Stevenson. / El que prefiere que los otros tengan razón. / Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”.