Una vez escribí que muchos de nuestros problemas y situaciones desagradables nos las provocábamos nosotros mismos por diversas razones. Por ser confiados, por amar y anteponer la felicidad de otros a la propia, sin saberlo, nos hacemos daño. Nos lastimamos y culpamos a otros, cuando en realidad es nuestra ingenuidad y esa entrega total que pocos conocen, aun cuando la disfrutan, la que nos hace vulnerables y nos deja expuestos a las heridas que nos provocan la ligereza y el irrespeto de los otros.
Entre las cosas que nos hacen sufrir, quizás la principal es esperar del prójimo. Esperar lealtad, amor, consideración y respeto. Con frecuencia nos lastima la decepción, y eso nos pasa porque idealizamos y creemos que el otro es incapaz de hacernos daño y menos de traicionarnos.
Esperar que nos hablen con la verdad, que nos respeten aun cuando no estamos presentes, es una ilusión, solo comprensible en la mentalidad de un niño. En un adulto es ingenuidad, por no decir estupidez.
No sé si será cierto ese dicho que reza: “Ojos que no ven, corazón que no siente”, pero cuando los ojos ven y los oídos escuchan, no es posible evitar que el corazón sienta, se resienta y sufra.
Lamentablemente, las situaciones difíciles nos llegan, son inevitables, no las elegimos, ni las llamamos, pero llegan solas, sin invitación para desafiarnos, para ponernos a prueba. Es cuando debemos aprender a ser fuertes o simplemente aparentarlo.
Es la oportunidad de valorar lo bueno de lo que fue, entender que el camino terminó y no atormentarnos con pensamientos negativos, ni dejarnos agobiar por la sensación de haber perdido el tiempo. Eso en nada ayuda.
Quizás la intención era que lo que tanto disfrutamos nos durara toda la vida y en función de eso siempre dimos todo, pusimos lo mejor y concedimos el debido respeto y lealtad, pero pocas cosas funcionan en soledad. Ese sentimiento y disposición es responsabilidad de todos los involucrados. Por más que se esfuerce uno, necesitará la fuerza, la energía y la disposición del otro. Por más que se empeñe, sus fuerzas no le alcanzarán para mantener el barco a flote. En ese caso, solo queda la satisfacción de haberlo dado todo y de saber que no fallamos