El siglo XXI ha cambiado la manera de ver del ser humano y, por tanto, la forma de plasmar las ideas en el arte. Así, las tendencias seguidas hasta el momento como expresión del alma en función de las circunstancias, se asumen como una revelación de la personalidad más natural del artista, sobre todo en el ámbito de la intimidad entre sí mismo y la obra como tal.
No obstante, en consonancia con el pensamiento individual mostrado por cada creador, cabe destacar la preocupación de muchos por revelar un ideal social de independencia, sin dejar de pasar inadvertido. De ahí la importancia que reviste el orden en la composición y la estructura tanto formal como estética.
Pero lo cierto es que son pocos los artistas jóvenes en los que la sustancia del contenido conceptual en sus obras sea tangible. En ello, quizá influya que la República Dominicana se está erigiendo como una sociedad de consumo, tal como ha venido aconteciendo con otras, de modo que los noveles creadores se ven atrapados en su mayoría por los aires de una modernidad clientelista y servil.
Ahora bien, esta ola de “postcapitalismo” no es mala del todo, pues posibilita a su vez mejores condiciones, pero es preferible que reine la prudencia y que además de tener una obra comercial, los creadores procuren presentar una producción paralela que recoja su visión de los hechos, a fin de poder tener un registro de la realidad a través del arte.
No obstante, conscientes de que siempre aparece un grupo que se convierten en la luz que espejea y define el espacio, esperamos que en el proceso se atempere la perspectiva hasta entonces fundida en la calidad difusa del ambiente por parte de muchos que se han preocupado más por una obra decorativa, en vez de sentar las bases para un trabajo que logre proyección en el tiempo y que pueda aportar elementos para un discurso museable.