El viernes y domingo, Vicente García se presentó en la Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional, acompañado por la Orquesta Filarmónica de Santo Domingo, dirigida por Amaury Sánchez.
Hay que agradecer al maestro Amaury Sánchez, como productor de eventos, haber traído el concierto sinfónico de Vicente García al país. Su comprensión del mundo sinfónico era esencial para que pudiera entregar el concierto a la altura de “el regreso a casa del hijo pródigo”.
El autor de Dulcito ‘e coco es hijo musical de Juan Luis Guerra -por allí estaban el domingo Amarilys German y Kico, de la tribu 440, respaldándole-; y no faltó en el concierto más de una referencia o mención al genio musical dominicano que reverencian las súper estrellas.
Esa herencia está presente en el ADN musical de Vicente, quien desde sus propias investigaciones y talento, ha elevado su carrera -¡gracias, Colombia!- con fusiones nuevas y nuevas admiraciones. Entre ellos, el trabajo de Eduardo Cabra, el ex “Visitante” de Calle 13, productor de estos arreglos sinfónicos.
Vicente García es sencillez, humildad auténtica y grandeza artística. Su autenticidad viene dada por el modo en que refleja sus experiencias personales, como lo hizo al arrancar el concierto con Amor pretao, del disco A la mar, lanzado el 26 de agosto del 2016, que dice en sus dos primeras líneas lo que pocos poetas han sido capaces de decir: “Pocas veces en mi pecho / he sentido el mundo entero…”. Enseguida propuso Dos planetas, no incluida en producción alguna y después Carmesí, del disco A la mar, bachata, coreada y aplaudida.
“Esta canción no la puedo cantar sin decir que me siento emocionado. Contracanto, se lo dedico a mi novia Natalia que anda por ahí”, anunció.
Arreglos de una contención y una hermosa, con resolución en cuerdas o en metales, siempre bien pensadas. Cómo has logrado, entre las ovacionadas. “Esta canción fue como una epifanía porque el video fue con una sinfónica”, recordó. Después No fue un milagro y Detrás del horizonte, que comienza con metales y se va a un tumbaíto de congas con apuntes de cuerdas, y elementos de la música africana: donde fueron necesarios unos batás.
San Rafael, escrita sobre el río de Barahona, y sembrada de pizzicatos es un canto al paisaje criollo. De los mejores arreglos sinfónicos. Siguió Jugar a vivir, “hecha en la pandemia cuando cada quien comenzó a buscar en sus angustias, sus curiosidades” dijo sobre Camino al sol disco que incluye el tema.
De ahí salió una cura y aceptación de la muerte. De las flautas a la guitarra, hicieron falta batás de nuevo. Crescendo en las violas. Entrega a fagots y siguen la percusión y los violines. A la mar. Dos y siete. Te soñé se regó por Youtube. Grandioso arreglo. La esquinita la escribió a la muerte de su padre. Ayudó a aceptarla. Cuerdas y solo de trompeta. Ay mujer, de Juan Luis “la única que no es mía. La compuso mi mayor inspiración Juan Luis Guerra. Cuando entendí la importancia de los paisajes, la forma de ser, los cariños, etc”. Ay mujer. Guitarra. Cuerdas. Sutiles bongóes. Flautas, clarinetes saxos. Dulcito e coco con Richie Oriach; Loma de cayenas grabada a dúo con su ídolo. Y de cierre Bohío y Mi balcón. Ovación de pie.