El segundo libro de narrativa del escritor y psiquiatra de profesión, después de Por órdenes superiores, protagoniza un instante importante en la literatura dominicana.

En República Dominicana se publican al año varias decenas de libros de literatura de ficción, léase, poesía, cuentos, novelas, dramas teatrales y demás, pero un porcentaje muy exiguo de ellos tiene méritos para existir.

Muchas personas con poca cultura literaria, después de leer unos versos bien cursis, piensan que ellos son poetas, pues exactamente así mismo los pueden escribir ellos. Y ‘garabatean’ digitalmente unos cuantos versos, y publican un libro porque tienen dinero para ello, y organizan lanzamientos con gente allegada y hasta los envían a los medios.

Un libro es una selva. Uno desconoce lo que se va a encontrar. Una colección de cuentos es siempre una incitación a la sorpresa.

El canon y Segundo

El cuento es uno de los géneros más difíciles y a la vez más nobles de la literatura. Edgar Allan Poe, Iván Turguéniev, Nikolai Gogol, Andrei Platónov, Vasili Shukshín, Mark Twain, Guy de Maupassant, Alexandre Dumas, Julio Verne, Victor Hugo, Stendhal, Honoré de Balzac, Charles Perrault, Emile Zola, James Joyce, Franz Kafka, William Faulkner, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Ernest Hemingway, John Updike, Onelio Jorge Cardoso, Juan Bosch, son parte de lo que pudiese ser la definición del canon del cuento.

El escritor dominicano Segundo Imbert Brugal parece haber sido un lector de grandes cuentistas. Su estilo no padece en lo absoluto de municipalismo ni de espesura, como es frecuente en la literatura dominicana, que pareciera insistir en las mismas teclas de un piano de los años 60 o 70.

Su estilo es tan personal que es capaz de aportar con su voz nuevos registros del género en la literatura caribeña. Me explico, tiene el don de la palabra y el cómo colocarla. Y su manera de construir los espacios donde se mueven personajes y sucesos es más deudora de la tradición europea que de la latinoamericana. Aunque uno pueda descubrir en el ADN de sus cuentos trazas lejanas del realismo mágico, su espíritu anda más por la plenitud del cuento europeo y del cuento norteamericano.

Sus diálogos son limpios, exentos de folklorismos; sus planteamientos son muchas veces translúcidos como “El collar de la ópera”, tan cinematográfico como perfecto.

Con fecuencia uno siente la necesidad de ‘fajarse’ con el autor. Por ejemplo, “El niño italiano”, con el cual abre el libro, debió arrancar de manera invertida. Me explico: la segunda parte del primer párrafo debió ser el inicio: “Pude haber muerto llevándome el secreto…” Y no: “Fui quien abrió la inmensa caja de cartón…”, esto porque así el arranque es más fuerte y definitorio. Como la bronca en los bares, donde nadie recuerda cómo terminó, aunque sí quién dio la primera tabaná. En la página 20 hay referencias a Google, Instagram, clínex y demás, que fijan una temporalidad innecesaria en un cuento con vocación intemporal.

“Dunda se quedó en el pueblo” es un título que regala la sorpresa de un cuento y además falla en adelantar el desenlace, cuando narra “ajenos a la tragedia que en segundos se les vendría encima”, apenas en la cuarta página de las 11 del cuento. Lo mismo ha ocurrido dos páginas antes: “Muy lejos estábamos de pensar que el destino -o Dios, como afirmaba el profesor Papote González, arruinaría todo aquel esfuerzo”. En ambos casos, lejos de agregar tensión, delatan lo que va a suceder. Si ambos fragmentos se eliminan no pasa nada. Y ese es el trabajo del editor.

“La entrevista de Pascal”, por su parte, regala uno de los momentos más altos del discurso narrativo, por el nivel poético que alcanza, como por ejemplo cuando describe: “El atuendo, tintineando de lentejuelas, evocaba pretéritos desconocidos. Vestía de nostalgia”, con ese dejo final de realismo mágico.

Uno de los cuentos mejor logrados es el de narrativa negra “Agente del Valle”, cuyos sucesos Imbert Brugal narra con autenticidad, sencillez y sentido de la sorpresa, sin que esta lo sea del todo.

Llama la atención la “puesta en escena” de los argumentos, la descripción psicológica de los personajes -psiquiatra al fin- y el dibujo de los escenarios donde se mueven los seres y los hechos.

Segundo Imbert Brugal, con “Seis personas y un elefante” se interna en la autopista del cuento iberoamericano por la senda de los VIP.

El escritor Segundo Imbert Brugal

Puerto Plata, 1943. Como psiquiatra es miembro del Real Colegio de Medicina y Cirugía de Canadá y miembro fundador de la Academia de Ciencias de República Dominicana. Fue articulista desde 1972 en la Revista Ahora, Listín Diario, Hoy, y otras.Su primer libro de ficción es Por órdenes superiores (Editorial Santuario, 2014), relatos neorrealistas de la tiranía de Trujillo. Con el libro de cuentos Seis personas y un elefante (Colección del Banco Central, 2024), se adentra en la zona más valorable de la cuentística latinoamericana.

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