La comidilla de la mañana ha sido la gala de los Soberano, donde quedaron por entregar 25 premios.
Quiero comenzar por las luces de esta puesta en escena. Pienso que uno de los momentos más altos fue el del homenaje a José Alberto El Canario, quien dicho sea de paso, hubiese merecido un Gran Soberano, porque aportes nacionales e internacionales a la salsa tiene mucho más importantes que otros.
Tito Nieves, Gilberto Santa Rosa y El Canario protagonizaron un momento brillante, lleno de colorido y de emoción.
Aquí se coló de contrabando lo políticamente correcto del “inclusionismo”.
A fuer de honestos la joven gorda y el enano parecían más un elemento cirquero que poco aporta en el sentido de la inclusión, cuando estéticamente se ve como un pastiche.
En el arte las cosas tienen que estar coherentemente justificadas desde el punto de vista estético.
Otro momento alto de la noche de los Soberano fue el homenaje a Johnny Ventura, que puso de pie, espontáneamente, a los asistentes al Teatro Nacional la noche de miércoles aciago.
La escenografía, a base de imágenes fue lo suficientemente impactante como para pensar en la posibilidad de una gira internacional, en grande, con esas mismas condiciones tecnológicas.
Otro momento bien concebido fue el de Vicente García, que según informes tuvo problemas de sonido en la emisión televisiva. Vicente es calidad, sencillez, profundidad en la búsqueda y por tanto un “producto” estético bien definido, que enorgullece la dominicanidad.
Y el dedicado a recordar a los que se han ido, fue especialmente limpio, sobrio y bien resuelto.
Lo ‘urbanita’
Desde el comienzo hubo un “force” de lo urbano. De hecho el 45 por ciento del espectáculo estuvo bajo la dictadura de lo urbano.
La gala del Soberano comenzó con El Alfa en un show que visto ahora de lejos, fue de las cosas que sobraron. En la sala uno no entendía lo que cantaba. Solo en Fuego, fuego, fire, fire…
Como sobró también el ya visto y traído por los pelos musical Dominicano soy, con Fernando Villalona, acompañado por Chimbala, Cherry, La Insuperable, El Mayor, Dahian El Apechao, entre otros.
El dedicado a Arcangel estuvo bien para justificar el Soberano especial. Pero solo por eso.
Mientras el de la 42 fue el cierre y quien quiera saber mi opinión sobre esto que lea el siguiente link
https://www.elcaribe.com.do/opiniones/a-quien-mas-a-quien-menos/42-significado/
Otras consideraciones
El más grave problema que le veo a esta gala es el guión. Le faltaba una coherencia narrativa que justificara como un juego de avalorios -Herman Hesse de por medio-, cada segmento del espectáculo. Y en ese guión el principal elemento que faltó fue chispa, ese toque mágico, que le imprime brillo y entusiasmo al hecho artístico.
Visto ahora, desde lejos en las horas pasadas y con un poco más de reposo, me recordó el sabor de un puré de tayotas.
Aún le busco un sentido al discurso sobre salud mental que dio Zoila Luna. Un espectáculo como la gala de Premios Soberano no admite un momento como este. las leyes del espectáculo son tan viejas como la antigua Grecia. La caída en picada de la atención del show, perdió minutos que pudieron dedicarse a la entrega de premios, ese pollo del arroz con pollo, olvidado en esta cena.
Por otra parte, el guión, ese gran soporte de toda la arquitectura del espectáculo, hizo aguas desde el mismo comienzo, en la falta de integración viva de Julio Sabala, Pamela Sued y Luz García.
Ambas presentadoras fueron remando hacia la orilla, tratando de salvar el espectáculo.
Pamela remó con mejor suerte, porque quien escribió sus parlamentos estaba más cerca de la propia personalidad de “Pamela es un show”. Ella se sentía más cómoda y orgánica con lo que tenía que decir. Al menos eso parecía. Y eso es lo importante.
No así Luz, que en ocasiones iba vestida no del todo felizmente. Y sobre todo con textos que tenían menos que ver con su personalidad. Por eso se notaba a veces un poco forzada.
Allí cerca, a los pies del escenario, estaba sentada la última persona cuya calidad de presentadora de los Soberano, es y seguirá siendo memorable: la ministro -como le llamó, fiel a la Real Academia de la Lengua Española, Carlos Veitía- Milagros Germán.
Julio Sabala merece un análisis especial, honesto y lo más objetivo posible.
Se trata del hombre que convirtió el arte de la imitiación en una categoría estética.
Con él la imitación dejó de ser un show de cámara -o sea de cabarets y nights clubs- para convertirse en un gran espectáculo, con tecnología de punta de apoyo, para auditorios de miles de personas.
Pero Julio no confió en el o los guionistas. Confió en su experiencia, y esta le jugó la mala pasada de los que creemos que nos la sabemos todas. Hoy los códigos del humor andan por otras vías.
Según he sabido, la producción de los Soberano eliminó algunos otros segmentos del imitador. Pero lo que estuvo en escena no fue feliz.
Comenzando por su primera salida -“Sonreiré una docena de mis personajes”, una canción de su autoría-, ni en el teatro ni en los televisores se pudo admirar en su dimensión debido a los paneles que limitaban la visibilidad de la gran pantalla vertical del fondo y donde se tenía que ver el trabajo de transformación en imitación a Juan Luis Guerra, José Feliciano, Residente, entre otros. Dicho sea de paso, las nuevas generaciones no conocen a la mayoría de los personajes que imitó.
La segunda salida de Julio fue peor, con sabor a años 70, y reminiscencias de los años 50, cuando Paco Escribano asumió como propias las estrofas de Rita Montaner en La Chismosa: “¡mejor que me calle, que no diga nada!”.
Si desde el primer momento Julio hubiese sido tan cáustico y mordaz como en El Chisme, y hubiese hilado toda su participación en ese tono, quizás le hubiese ido mejor.
Las redes, ese nuevo paredón, lo han atacado despiadadamente. Soy de los que piensan que los grandes artistas merecen respeto. Y Julio es un grande que simplemente tuvo una mala noche porque se confió. Sencillamente. Pero merece su crítica.
Y por último… más consideraciones
Entre los segmentos del Soberano estuvo el de Wason Brazobán, quien celebró sus 20 años en el arte con la interpretación de algunos de sus grandes éxitos.
El artista es el que probablemente mueve más a las mujeres dominicanas por sus canciones que hablan de amores nuevos o de amores idos.
Acompañado por un cuerpo de baile femenino, Wason hizo su presentación sobre una coreografía tan demodé como ineficiente. El play back desmentía a la saxofonista que tocaba con los pies, cuando el sonido del instrumento era agudo y sostenido. La escenografía era pretendidamente moderna. Y cada elemento parecía danzar libre, como satélites de muy difíciles órbitas.
El homenaje a Luis Segura en los Soberano fue muy aplaudido, con la participación de Sergio Vargas, Pavel Núñez, Alexandra, Elvis Martínez, entre otros. Pero la puesta en escena fue tan kitsch, tan intrínsecamente kitsch, que con florecitas en pérgolas y una glorieta municipal y espesa, tuvo un sabor lejano a té con canela tibio pero con soda amarga.
En cuanto a los premios Soberano, como siempre, los hay inmerecidos y los hay muy merecidos.
Tras 20 años viendo galas de los premios (antes Casandra, luego Soberano), puedo decir que este -lamentablemente- ha sido probablemente de los peores. Ha logrado opacar los pataleos.
Sigo pensando en la necesidad de que existan todos los premios posibles y que sean robustos y cumplan con su destino.
Pero el Gran Soberano a María Cristina Camilo sigue siendo un clamor hoy día. Hay cosas que Dios no perdona. Y siempre he oído que a Dios no le gusta que se metan ni con los niños, ni con los ancianos, ni con los desvalidos. ¡Vaya Ud. a saber! ¡A lo mejor el año que viene se lo dan!