El comediante Jerrod Carmichael, conductor del show, lo dijo claro: “Estoy aquí porque soy negro”.
Jerrod Charmichael fue el primer hombre de raza negra en presentar los premios en 80 años. ¡Una vergüenza!

Y dijo más: “No diré que eran una organización racista, pero no tuvieron un solo miembro negro hasta que murió George Floyd”.

“Yo dije como: ‘Oh, espera un minuto, en un segundo estás preparando té en tu casa y al siguiente eres invitado para ser la cara negra de una organización blanca’”, narró sobre el momento en que le llegó la oferta, que fue motivada con medio millón de dólares.

Carmichael restregó en la cara de los miembros de la Asociación de Prensa Extranjera de Hollywood su verdad. Una verdad que había provocado la repulsa mundial. Y que hizo que salieran corriendo a reclutar miembros negros que pudieran votar.

Pero no basta con eso, quedan pendientes algunas cosas. Una contundente disculpa que limpie en algo el dolor sufrido, la depresión, el haber estado más de una década fuera del cine al actor Brenden Fraser, por ejemplo, a quien -si de justicia se trataba- debieron premiar como mejor actor por La Ballena.

No se puede quedar en el limbo un necesario castigo al expresidente de la Asocación de Prensa Extranjera de Hollywood, Phillip Berk, culpable de lo ocurrido con el que fuera un popular actor, que ahora intenta regresar. Y sí los Globos de Oro le deben esa estatuilla.

No basta con intentar pintar de negro los Globos de Oro. Lo justo es que las premiaciones sean equilibradas y justas, sin tener en cuenta las razas, ni las edades, ni las preferencias sexuales o religiosas, ni las zonas geográficas.

Algo pendiente es eso, el determinismo geográfico, y un tipo de cine que es el de autor, fuera de los focos de Hollywood. Ese cine que se puede hacer desde Latinoamérica, o desde Africa, por poner un ejemplo.

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