La puesta en escena de “El coronel no tiene quien le escriba”, que parece haber bajado definitivamente de la escena el pasado fin de semana, se debe a la producción de DW Producciones.

Natalio Grueso, el adaptador de “El coronel no tiene quien le escriba”, desde su guarida de prófugo de la justicia, se gana los chelitos que le entran por cada vez que “El coronel…” sube a escena. El domingo paró de llover en la alcancía.

El verdadero autor de la obra, Gabriel García Márquez, debió estar viendo por una rendijita desde el lugar donde esté -vaya Ud a saber si infierno o paraíso- a Orestes Amador, a Elvira Taveras y a Augusto Feria, que desempeñan los roles del coronel, su mujer y su compadre Don Saba, respectivamente. Debió quedarse alelado con aquel gallo en vivo, quietecito en el antebrazo de Orestes, como si siempre hubiese vivido allí, o pasando al hombro del joven actor José Vicente, que hace del hijo muerto del coronel.

Llevar una obra como esta al teatro, o cualquiera de las novelas de García Márquez es no solo una heroicidad, sino siempre un enorme riesgo, porque la capacidad del Nobel para crear fantasías, mundos, ritmos y ese modo tan único de adjetivar, a través del lenguaje sagaz y florido del Caribe, fue no solo enorme y pegajoso, sino viral, hasta convertirlo en sinónimo de un universo único: el garcíamarquiano.

Por eso, por ejemplo “Cien años de soledad”, llevado a una serie que ahora mismo se puede ver en Netflix, es considerada un fiasco por los fanáticos de la más importante novela escrita en esta parte del charco en idioma castellano.

La única obra escrita por el Gabo específicamente para teatro fue el monólogo “Diatriba de amor contra un hombre sentado”, donde el autor tuvo que ceñirse a las consideraciones dialógicas, espaciales e histriónicas, tal y como han señalado teatrólogos.

Ya en “El coronel…” estaba la semilla de la desmesura temporal que luego se convertiría en eponimia de lo garciamarquiano. Su versión de Ripstein en cine tuvo a Marisa Paredes, fallecida ayer, como mujer del coronel.

El director teatral Manuel Chapuseaux logró acercarse al alma de la novela con honestidad artística, sin grandes aspavientos. Conjugó en un escenario pequeño cuatro ambientes espaciales. Sacó a Amador lo danzario para enriquecer con sus dotes cinésicas la simbología del personaje. Elvira Taveras equivale a organicidad total. Feria parecía nacido para ser Don Saba, porte y figura. Hensy Pichardo en el médico está aceptable. El único personaje que parecía estar fuera de ese universo era el de Cindy Galán, una de las mejores actrices de su generación, pero cuyo diseño del personaje no fue feliz. Parecía más una joven con ínfulas de chapeadora de Guachupita, que la mujer del cacique rural Don Saba. La musicalización también aceptable. Buena iluminación y diseño escenográfico. Más allá de los detalles, ésta de Chapuseaux, es una buena puesta en escena.

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