La obra cerró el Mes del Teatro en la Sala Máximo Avilés Blonda del Palacio de Bellas Artes, este domingo, con su tanda a las 6:30 de la tarde.
Federico García Lorca escribió “El Público. El sueño de la vida” en 1930, en el hotel La Unión (situado en la intersección de las calles Cuba y Amargura -oh, coincidencia-), de la Habana Vieja. El poeta y dramaturgo español, que murió fusilado a las 4:45 am del 18 o 19 de agosto de 1936, en el camino que va de Víznar a Alfacar, cerca de Granada (según estableció su más completo estudioso, el canadiense Ian Gibson), se vio cautivado por la ciudad.
Federico era amigo de la poeta cubana Dulce María Loynaz, su hermana Flor y su hermano Carlos, con quien tuvo un intenso romance los meses que duró en la capital cubana. Tan fue así que cuando se marchó a Nueva York, le regaló a Carlos una copia de aquella primera versión de El público. En varias ocasiones investigadores literarios trataron de seguirle el camino a aquella copia, pero al parecer el propio Carlos, quien padecía de demencia, le dio candela en una de sus crisis a finales del 1930, según dijo la propia Dulce María a inicios de los años 80, cuando tuvo que salir a defender su honestidad pues había quienes desde España la acusaban de haber desaparecido la obra, por celos literarios con Federico.
“El sueño de la vida” es un drama valiente en cuanto a la forma, en tres partes que incluye como primer acto el texto inacabado de Federico García Lorca, apócrifamente llamado “Una comedia sin título”.
No es la primera vez que se le da continuidad a ese primer acto. Ya lo hizo antes el dramaturgo español Alberto Conejero, con dos actos que dialogan con el acto primero lorquiano y una solución de varios de los elementos propuestos por Lorca, en ese texto que es muy suyo, donde el surrelismo y lo profundamente poético se dan la mano, y donde el acento de Lorca se siente. Desconozco el grado de empaste entre esos actos.
La versión de Fausto Rojas
Hay que aplaudir la valentía de Fausto Rojas, director de la Compañía Nacional de Teatro, y hay que ovacionar su honestidad artística. Dialogar con un poeta de la estatura de Lorca, con ese estilo tan suyo, es un riesgo del cual es difícil salir a su misma altura.
El famoso “vuelo del pájaro” de los circos (recordar la película “Trapecio” (1956) con Burt Lancaster y Tony Curtis), es un poco ese salto al vacío, sin red abajo, que Fausto intenta realizar.
Su texto se reciente con un tono poético más cercano por momentos a José Angel Bueza que a Lorca. Y el último acto roza el panfleto, sobre todo cuando, ante los problemas que aquejan la humanidad pretende que el teatro sea la salvación (una visión un poco ingenua).
Limitar las imágenes actuales a la situación de Gaza, es limitar la obra a lo inmediatista de las noticias. De aquí a tres años o tres meses, lo actual será otra cosa. Por eso la importancia de temas más universales como la sobrepoblación, el hambre, lo medioambiental, la IA.
Sin embargo, son destacables la puesta en escena en sí misma donde sí se siente lo experimental de la propia naturaleza de la obra concebida por el autor de Poeta en Nueva York o del drama La casa de Bernarda Alba. Es esta la más experimental del autor español. Destacables también los símbolos que utiliza, ese minimalismo de los elementos escenográficos, el diseño de luces más bien expresionista, el diseño de vestuario y la música, cercana al alma lorquiana. Y claro, en general las actuaciones, unas más que otras, donde Miguel Bucarelly, Johnnié Mercedes, Manuel Raposo, Pachy Méndez y Ernesto Báez, además de Canek Denis, Nileny Dipton, Gilberto Hernández, Wilson Ureña y el español Luis Hacha (artista invitado) logran una actuación colectiva, realmente bien orgánicas y logradas, sobre todo en esas escenas colectivas. Individualmente no siempre estaban a la misma temperatura.
En general es una obra perfectible. Y como siempre, aplausos.