La obra de Tania Marmolejo es una invitación a entrar en el mundo de la artista como lo podemos hacer cuando leemos un libro de Franz Kafka.
El universo que cada uno describe capta el espíritu de la persona que se dé el lujo de dejarse llevar por la obra. El escritor como la pintora comparten un mismo sentido de establecer en la escena el elemento psicológico el cual juega un papel importante. Es cierto que frente a las siluetas que pueblan el mundo de sus pinturas, el espectador se ve atrapado no solamente por los rostros sino también por los paisajes.
Al entrar en el lugar dos grandes ojos nos miran fijamente. Todo parece evidente y nada lo es. La obra de Tania recae sobre una ambivalencia. Todo es muy preciso y no lo es. La línea demasiada depurada y no lo es. La paleta parece reducida a algunos colores pero no lo es.
Los paisajes: motor de la atracción
Pienso que en el caso de Tania Marmolejo, son los paisajes que constituyen el motor de la atracción porque el visitante, frente a las miradas persistentes de sus ninfas desplaza de manera inconsciente la vista alrededor de ellas. Pero lo que va a encontrar la persona son paisajes creados mentalmente, reflejos de la doble cultura de la artista dominico-sueca. En todos, el estilo es muy depurado sin detalles narrativos. Hay una presencia metafísica del paisaje como lo podemos ver en la obra de Giorgio de Chirico.
La esencia de los elementos hace que hablen por sí mismos. La naturaleza se convierte en algo que transciende los elementos que la componen, no solamente a través de los pocos elementos que construyen el paisaje sino también a través de un uso del color que es una referencia directa a Edward Munch, al expresionismo y a su otro origen como sueca. Las manchas de colores vibran con mucha intensidad como los cuerpos en la obra de Munch.
¿A qué mundo pertenecen sus ninfas?
Hay una presencia física de los cuerpos que se imponen frente al fondo como lo hace Fernando Botero, una especie de placaje de las figuras sobre el escenario. Las figuras parecen pertenecer al paisaje y al mismo tiempo no. Es una particularidad del trabajo de Tania que cubre de un velo misterioso sus obras. Todo es preciso para construir unas siluetas humanas tan presentes que no están. Ellas pertenecen a otro espacio no más realmente el del cuadro, nunca realmente el del espectador, pero un tercero en el cual están físicamente presentes, pero psicológicamente no. Ellas se destacan de la tela del cuadro para viajar a su mundo interior.
Para despegar más las siluetas, ella usa largas y delgadas manchas de colores que crean ondulaciones muy evidentes referencia a la obra de Wayne Thiebaud, al contrario, los rostros tienen un trabajo liso sin ver el trazo del pincel, un tratamiento muy delicado con una sutileza de las carnaciones que pone en relieve la anatomía, todo culmina en el rostro donde la boca, la nariz y los ojos reciben una estilización que caracteriza sus ninfas, no que las personaliza. Si es verdad que en algunas de ellas se puede discernir un autorretrato, en la gran mayoría es una idealización de la silueta femenina como lo podemos ver, por ejemplo, en la estatua griega. Hay que precisar que el aspecto depurado de su trabajo como colorista es una herencia de su trabajo como ilustradora.
Una visión muy actual de la representación del ser
Otra diferencia entre paisaje y siluetas es que, al estar en el primer plano, las ninfas en comparación con el fondo son súper grandes, la escala es muy diferente. A veces, las siluetas dan la impresión que se van a salir del campo físico de la obra. Es algo muy contemporáneo, una visión muy actual de la representación del ser humano. Muchos artistas contemporáneos como Roy Lichtenstein o el mismo Fernando Botero juegan con cuerpos inmensos en el primer plano para provocar una reacción fuerte de parte del público. La obra de Tania Marmolejo usa referencias a artistas consagrados como Munch, también se inscribe en la producción actual con sus ninfas tan presentes, la artista ha creado su propio mundo a través de una paleta única y de siluetas que dejan una huella en el inconsciente.
Especial de Patrick Landry