Jannette Miller, Premio Nacional de Literatura 2011, expone sus vivencias y resalta el papel que juega la formación en la calidad de un profesional
Jeannette Miller, escritora y mujer de profunda fe, fue una niña como las demás, que disfrutaba en grande jugar y bailar al son de los mambos de Pérez Padro.
Sin embargo, pese a que le encantaba la diversión, desde muy temprano, la pasión por la lectura le ganaba a las horas de juego. Niña al fin, comenzó a leer los libros del famoso personaje infantil “La Pequeña Lulú”, luego fue cambiando por otras literaturas, hasta que se sintió preparada para comenzar a contar sus propias historias.
Su larga trayectoria literaria le ha hecho ser merecedora de los más altos reconocimientos, del respeto y admiración de los lectores y de otros escritores.
En esta conversación, Jeannette describe cómo la educación de hogar y la formación académica fueron los principales pilares sobre los cuales desarrolló su carrera.
1. Los abuelos
Nací en Santo Domingo, el dos de agosto de 1944, hija de Fredy Miller y Rosa Rivas. Mis padres se casaron muy jóvenes y a los cuatro años se divorciaron. Entonces mis dos hermanas y yo fuimos a vivir con la abuela paterna, Julieta Otero. Mi primera infancia tuvo la dicha de la presencia del segundo esposo de mi abuela, Fernando Sánchez Maggiolo, quien, aunque no era mi abuelo de sangre, brindó a mis hermanas y a mí amor y protección, y sembró en nosotras una imagen de bondad y de solidaridad que no permitió que nos sintiéramos abandonadas. Murió cuando yo tenía cuatro años y lo recuerdo con precisión. Tengo dos hermanas de padre y madre, y seis hermanos de madre; conmigo, nueve en total. De padre y madre: Rossy y Julie Miller Rivas; de madre: Rafael, Elba, Mayra, Pedro, Carlos y Adelaida Marchena Rivas.
2. Una gran felicidad
Recuerdo mis días de infancia llenos de felicidad y de aprobación. Después de la muerte del abuelo, fueron a vivir con nosotras tres hermanas de mi abuela: Belisa, María y Genoveva. Eran personas muy positivas y cultas. Nos formaban en la moral y la fe, y estimulaban lo que hacíamos diciendo que era bueno o bonito; a mí me ponían a declamar las noches de luna y me aplaudían. Nos motivaban a leer, a hacer representaciones, etc. Realmente crecimos en un ambiente matriarcal lleno de afirmaciones.
3. La escuela
Me gustaba mucho. Recuerdo que el Colegio María Auxiliadora quedaba casi en frente de mi casa. Entré en primer curso. Allí les cogí amor a los estudios y principalmente a las prácticas de fe. Íbamos a las celebraciones de misa en la capilla, a las liturgias de cantos y rosarios, a la misa de la aurora, a las flores de mayo con velas encendidas… Mi entrada a las experiencias de fe fueron una especie de deslumbramiento, oyendo los cantos y desfilando con “flores a María” no me daba cuenta que cada vez más crecía mi espiritualidad. Luego, en el Apostolado, una monja española, la madre Teresa Erro, nos leía pasajes de la literatura del Siglo de Oro español y esos textos me dejaban arrobada; siempre quería que leyeran más.
4. Los juegos de niña
Era una gorda con trenzas y lazos, tranquila y simpática, que bailaba los mambos de Pérez Prado. Jugaba muñecas, jax y , naturalmente “cocinaos”. Cero deportes. Mi abuela decía que si montábamos patines nos íbamos a caer, que en la bicicleta nos podíamos partir una pierna, que si nadábamos nos íbamos a ahogar y si jugábamos voleibol nos iban a dar un pelotazo.
5. Los años de estudio
Luego del María Auxiliadora pasé al Colegio Apostolado y más tarde me inscribí en la Facultad de Filosofía y Letras de la UASD, que todavía no era Autónoma. En 1966 viajé a España y me inscribí en la Universidad Complutense de Madrid, donde seguí varias materias, entre ellas, una clase de Estética con el eminente escritor Carlos Bousoño, basada en su libro Teoría de la expresión poética. Paralelamente participé en el X Curso Iberoamericano para Profesores de Lengua Española en el Instituto de Cultura Hispánica, donde recibí clases con Manuel Criado de Val, Gonzalo Torrente Ballester, y de nuevo, Carlos Bousoño, los dos últimos, miembros de la Real Academia Española. Hice el Curso de Desarrollo Comunitario en el Instituto León XIII de Madrid, y en 1976, ya en Santo Domingo, el Seminario Museología y Arte con el Profesor Donald B. Goddall, bajo el auspicio de The Southern Consortium for International Education. Obtuve la licenciatura en Letras por la Universidad Autónoma de Santo Domingo, allí ejercí la docencia, al igual que en la Universidad Central del Este, en la Escuela Nacional de Bellas Artes, en el Seminario Arquidiocesano Santo Tomás de Aquino y en el Centro Bonó. Además, por largos años impartí unos cursos para adultos sobre comunicación escrita, haciendo énfasis en la ortografía y la redacción. Esos cursos tuvieron mucha acogida y me permitieron conocer más a las personas con sus diferencias de personalidad. He impartido clases por más de cuarenta años, lo que me ha enriquecido como ser humano y me ha hecho feliz: me encanta dar clases y escribir. Siempre cuento que de pequeña, mi abuela me preguntó: -¿Qué vas a ser cuando seas grande?- Y yo le contesté: -Profesora y escritora.- Me miró sorprendida y dijo: -Pues te vas a morir de hambre.- A lo que yo respondí: -Pero voy a morir feliz…
6. La escritora
Desde muy niña, a los cinco o seis años, cuando veía a mi padre escribir en su vieja Underwood tan rápido que perforaba el papel, decía que iba a ser escritora y garabateaba palabras en los papeles sobre la luna, la noche, los árboles, etc. Pero comencé a escribir en serio cuando a finales de la dictadura de Trujillo mi padre desapareció, el 5 de mayo de 1959, con apenas 41 años. Yo tenía catorce años y fue como si me troncharan la vida. Él era un amigo, un compañero; de él recibí criterios que han permanecido en mi formación, como piedad, misericordia, solidaridad… y también reglas elementales para escribir. Siempre digo que fue mi primer maestro. Después de su muerte conocí a Miguel Alfonseca, quien vivía cerca de mi casa y él me estimuló a que escribiera en serio, con un propósito. A través de Miguel me conecté con el muralista Ramírez Conde (Condecito), el escritor domínico-haitiano Jacques Viau, el escritor y teatrista Iván García, y el grupo fue creciendo, unidos todos por el rechazo al régimen de Trujillo y el amor a las artes y a la literatura. De ahí se forma la Generación del 60 con muchos otros nombres y diferentes grupos. A partir de entonces, tengo que referirme a una historia distinta, pues mi vida cambió al tomar conciencia de una realidad contradictoria y deleznable, y esa conciencia me ha mantenido escribiendo. Y he podido hacerlo porque constantemente he tenido el amor de Dios iluminando mis momentos oscuros, por eso el libro que acabo de publicar con la mayoría de los poemas que he escrito desde 1962, se llama Testigo de la Luz, y es que al recorrer mis años adultos reencontré momentos dolorosos, pero mayormente descubrí los rayos de luz que me habían rescatado del abismo, momentos de felicidad plena que me llevaron a la paz, por lo que quise confirmar con ese título cómo la luz de Dios ha podido en mí mucho más que la oscuridad.
7. Lectora
Comencé con La Pequeña Lulú de Marjorie Henderson, personaje al que debo el que me hayan alfabetizado antes de tiempo, pues no dejaba a mi bisabuelo, Salvador Otero, tranquilo, preguntando qué sucedía en la historieta. Luego pasé a Corín Tellado y cuando me cansé de la misma historia con distintos títulos, salté a Edgar Allan Poe, Calderón de la Barca, Santa Teresa de Ávila… más tarde, Hemingway, Balzac, Dostoiesky, Proust, Joyce, Neruda, García Lorca, Vicente Huidobro, Jaime Sabines, Rosario Castellanos… Y, naturalmente, Altagracia Saviñón, Juan Bosch, Franklin Mieses Burgos… entre muchos más.
8. Primera publicación
La primera publicación que presenta un grupo consistente de mi obra poética es El Viaje, una separata de Cuadernos Hispanoamericanos, publicada en Madrid, en 1967. Pero realmente mi primer libro fue “Fórmulas para combatir el miedo”, publicado en Santo Domingo por Editora Taller en 1972. Si tomamos en cuenta catálogos y publicaciones menores, tengo cerca de 78. Si solo incluimos libros, más de cincuenta.
9. Alegrías y tristezas
A mi tía abuela Belisa Otero, que al igual que su hermana Julieta era cantante operática, le hicieron una entrevista como “valor nacional” cuando tenía más de noventa años y le preguntaron sobre los momentos tristes de su vida. Con la mente más clara que cualquiera, sentada en su mecedora de mimbre, contestó: “No los recuerdo. Paso los días llena de felicidad, viendo las flores del jardín y recordando cómo llenaban de pétalos el escenario cuando cantaba arias operáticas.” Igualmente, hace tiempo que yo me propuse no recordar los episodios tristes de mi vida, que es el mejor camino al perdón, y por lo tanto a la liberación. En ese mismo sentido, cada vez más recuerdo los momentos felices, entre los que destacan el día de mi Primera Comunión y el nacimiento de mis hijos.
10. El futuro
Del futuro, espero lo que Dios me quiera deparar. Acabo de terminar una novela que, si Dios quiere, saldrá a principios del 2018 y tengo otros proyectos de edición. Mientras sigo escribiendo, pido a Dios paz, amor y misericordia para todos; porque a esta altura de mi vida y en medio de este universo caótico y decadente, solo repito lo que dijo San Francisco de Asís: “Deseo poco, y lo poco que deseo, deseo poco.
El porqué y para qué escribir
“Me considero bendecida, pues desde mis primeras publicaciones hasta hoy he recibido, casi en su totalidad, juicios aprobatorios sobre lo que escribo. En los pocos casos en que esos juicios no han sido favorables, los agradezco, porque cuando están animados por buenas intenciones ayudan a que de una forma u otra podamos superar errores en el futuro. Escribo para definir las cosas que no comprendo y que me afectan. Creo que comunicando mis ideas a los demás contribuyo a que tomen conciencia de la realidad en que vivimos y de esa manera puedan enfrentar los males que nos agobian, sembrando semillas de esperanza que florezcan en cambios positivos para todos”.
Paz
Hace tiempo que yo me propuse no recordar los episodios tristes de mi vida, que es el mejor camino al perdón, y por lo tanto a la liberación”.
Libro
Mi primer libro fue “Fórmulas para combatir el miedo”, publicado en Santo Domingo por Editora Taller en 1972”.
Ejemplo
A los cinco o seis años, cuando veía a mi padre escribir en su vieja Underwood, tan rápido, decía que iba ser escritora”.
La fe
Íbamos a la misa en la capilla, a las liturgias de cantos y rosarios, a la misa de la aurora, a las flores de mayo con velas encendidas”.
Educación
“Recuerdo que el Colegio María Auxiliadora quedaba casi en frente de mi casa. Entré en primer curso. Allí les cogí amor a los estudios y principalmente a las prácticas de fe”.
Espiritualidad
“Mi entrada a las experiencias de fe fueron una especie de deslumbramiento… oyendo los cantos y desfilando con “flores a María” no me daba cuenta que cada vez más crecía mi espiritualidad”.