Lo que se resaltó en su momento como el mayor avance democrático y ahora se tilda de dañino y perverso, puede que no sea ninguna de las dos cosas. O que ambas definiciones sean correctas, dependiendo del uso que se le dé al sistema. El voto preferencial tiene virtudes y defectos. Sus promotores exageraron al venderlo como lo máximo, pero también se exceden sus detractores, que ahora parecen mayoría, con los calificativos que le endilgan para promover su eliminación. La intención era buena, y en teoría representaba un avance frente a lo que se tenía en ese momento. Anteriormente, los jefes de los partidos hacían las listas de los candidatos a diputados, con todo lo que eso implicaba. Se cometían injusticias, ya que en ocasiones se desconocían y se tronchaban liderazgos, y pesaban mucho las relaciones de los aspirantes con las cúpulas. Al aplicarse el nuevo sistema, la experiencia ha sido mala, por lo que cualquiera pudiera decir que el remedio resultó peor que la enfermedad.

Lo negativo

Cuando se comenzó a aplicar el voto preferencial, el primer defecto que se le encontró fue que propicia luchas feroces entre miembros de un mismo partido. Se habló de “canibalización” de la política. El segundo aspecto negativo que se descubrió fue el escrutinio. No solo es complejo, sino que se presta para fraudes.
Los delegados de los partidos defienden el voto de su organización, pero en el conteo, se pueden transar a favor de determinados candidatos. Aún así, algunos mantuvieron la defensa al nuevo sistema por ser más democrático, y pedían que se extendiera a los regidores. En el camino, surgió otra objeción.
Con el voto preferencial, el dinero, que siempre pesa en la política, comenzó a tener incluso una mayor incidencia. Se degradó la calidad de los legisladores. Al menos eso se dijo y se ha seguido diciendo, y lo que es peor: el dinero no solo se impone, sino que a veces es mal habido.

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