El gobierno de Donald Trump se ha enfrascado en una confrontación directa con China. Ha percibido que la expansión económica de ese país, su consolidación como líder en industrias tradicionales, su creciente influencia política a nivel global, y el aprendizaje y los avances tecnológicos que ha venido logrado en un conjunto de áreas críticas amenazan con disputarle espacios en los que Estados Unidos ha sido dominante. En el caso de la tecnología, China ha logrado avances notables en el desarrollo de superconductores y semiconductores, microprocesadores y supercomputadoras, inteligencia artificial y robótica, nanotecnología, biotecnología y energías limpias.
La confrontación empezó en el ámbito comercial bajo el argumento del daño que estaba causando a Estados Unidos el enorme déficit comercial que tenía con China. Esto motivó la introducción de aranceles generalizados a las importaciones estadounidenses desde China, lo que fue seguido de retaliaciones por parte de China. Sin embargo, rápidamente quedó claro que el conflicto trascendía por mucho la cuestión comercial. En junio de 2018, la Casa Blanca publicó un documento bajo el título “Cómo la Agresión Económica de China Amenaza la Tecnología y la Propiedad Intelectual de Estados Unidos y el Mundo” (traducción libre) en el que detalla lo que considera son prácticas y políticas de agresión económica que están fuera de las normas y reglas globales y que procuran, en palabras de un documento oficial chino, “introducir, digerir, absorber y re-innovar” tecnologías.
La acusación
En ese documento, el gobierno estadounidense acusa a China, entre otras cosas, de: a) exigirle a las empresas estadounidenses y extranjeras interesadas en producir y vender en China, asociarse con empresas de ese país (frecuentemente estatales) y a compartir conocimiento tecnológico; b) exigirle a las empresas extranjeras que quieren entrar al mercado de ese país a realizar sus actividades de investigación y desarrollo (I+D) en suelo chino; c) exigirle a empresas estadounidenses y extranjeras mantener accesibles y en territorio chino los datos digitales de sus operaciones; d) utilizar el otorgamiento de permisos administrativos y revisiones de seguridad para obligar a compartir información tecnológica; e) desarrollar actividades de ingeniería inversa (procurar descubrir los principios tecnológicos de un dispositivo a partir del análisis de su funcionamiento con el objetivo de producir uno similar); f) no enfrentar la copia y la piratería de productos y sistemas protegidos por derechos de marca; y g) realizar espionaje industrial y robar tecnología de forma física y digital.
Pero, además, acusa a China de proteger su mercado doméstico de las importaciones y la competencia a través de altos aranceles, barreras no arancelarias y numerosas regulaciones; proveer apoyo financiero a sus empresas exportadoras, principalmente estatales, para incrementar sus exportaciones y capturar proporciones crecientes del mercado internacional; asegurar y controlar recursos naturales básicos (especialmente minerales) alrededor del mundo por vías predatorias; y dominar manufacturas tradicionales proveyéndoles, entre otras cosas, de créditos preferenciales y servicios públicos a precios subsidiados.
Los “aliados” y la respuesta china
La embestida estadounidense es entendible, y era esperable que, tarde o temprano, el conflicto escalara. Más aún, otros países occidentales tienen razones suficientes para sumarse a la presión de Estados Unidos porque la emergencia de China también les reduce espacios económicos, tecnológicos y políticos. Esto le daría más potencia al esfuerzo contención y de moderación del avance chino.
El problema de estos socios, especialmente los de la Unión Europea, con esto radica en cómo confiar en un liderazgo en Washington que no sólo es impredecible e incontinente, sino que también les enfrenta, les castiga con aranceles, les menosprecia y desconfía abiertamente de la utilidad de la alianza con ellos en el plano político y de seguridad.
La respuesta china ha sido bastante clara. Palabras más palabras menos, han dicho (y actuado en consonancia) que están dispuestos a negociar pero que nadie está en posición de dictarles el camino a seguir. Queda por ver si los dos países podrán acomodarse, Estados Unidos cediendo algunas de sus demandas y China aceptando modificar algunas políticas que apacigüen a Trump y su gente, y que le represente alguna victoria política.
Sin embargo, lo esperable es que el gobierno chino, en términos efectivos, ceda poco porque han sido las políticas comerciales, industriales y tecnológicas activas las que le han llevado donde han llegado. Esas mismas políticas, algunas con más intensidad que otras y con formas variadas, fueron las que impulsaron el desarrollo industrial de los países del Sudeste de Asia desde finales de los sesenta, y más aún, fueron las que Estados Unidos, Europa Occidental y Japón utilizaron para lograr el desarrollo industrial y tecnológico que alcanzaron. Veamos.
¿Cómo los países ricos se hicieron ricos?
Inglaterra se convirtió en un país fabricante de lana a partir del S. XVI porque Enrique VII importó trabajadores calificados de Holanda, porque puso impuestos y prohibió temporalmente la importación de lana. En el S. XVIII se eliminaron los impuestos a la importación de materias primas necesarias para el sector manufacturero y los impuestos a la exportación, se subieron los impuestos de importación de manufacturas extranjeras, se subsidió las exportaciones y se introdujeron regulaciones para controlar la calidad de los productos industriales. Esas políticas, con modificaciones, perduraron hasta mediados del S. XIX cuando ya ese país se había convertido en un líder tecnológico. No fue sino hasta ese momento de consolidación de la supremacía industrial cuando se empezó a promover el libre comercio.
Estados Unidos, de la mano de Alexander Hamilton, tampoco se quedó atrás. Desde el fin de la Guerra Civil (1865), el gobierno usó activamente los aranceles y la protección industrial hasta la Segunda Guerra Mundial. Además, desde el Estado se impulsó activamente la investigación y el desarrollo tecnológico en la agricultura, y se puso énfasis en la construcción de infraestructura de transporte, una pieza vital para la expansión de los mercados para el desarrollo industrial. Más recientemente, la investigación y el desarrollo de tecnologías vinculadas a la defensa han dependido del financiamiento público y sus beneficios se han derramado sobre la industria y los servicios.
En Alemania los aranceles jugaron un rol menor en su desarrollo industrial, pero el Estado participó directamente en hacer que industrias clave emergieran, concediendo, desde el S. XVIII, derechos de monopolio, subsidios a la exportación, inversión de capital con dinero del Estado, atracción de trabajadores calificados del extranjero y espionaje industrial en Inglaterra (de donde aprendieron tecnologías de procesamiento de hierro y acero y el funcionamiento del motor a vapor).
A principios del S. XVIII, Francia recurrió al espionaje industrial (creó una oficina pública para ello) para reducir la brecha tecnológica que le separaba de Inglaterra. Y lo logró. En el S. XIX y la primera mitad del S. XX las políticas industriales fueron abandonadas y el rezago del país se hizo nuevamente evidente. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial Francia retomó con intensidad el fomento industrial por vía del uso de la planificación indicativa y las empresas estatales. Eso transformó la economía y la industria francesas, superando a Inglaterra.
Suecia también uso medidas proteccionistas en el S. XIX e inicios del S. XX, las cuales combinó con subsidios industriales, apoyo público a la investigación y el desarrollo y al aprendizaje de tecnología extranjera, y una estrecha colaboración entre el sector público y el sector privado en industrias clave. En Japón del S. XIX, el Estado creó fábricas modelo (“piloto”) como astilleros, empresas mineras, textiles y de armamento, las cuales fueron posteriormente privatizadas, al tiempo que empezó dar incentivos para lograr transferencia tecnológica y a aprender del funcionamiento de las instituciones de fomento en otras partes del mundo.
Pateando la escalera
En pocas palabras, Estados Unidos está acusando a China precisamente de las mismas prácticas y políticas que, por al menos dos siglos, los países ricos aplicaron y que hicieron que se convirtieran en tales.
Les acusa de proteger su mercado (como lo hizo Estados Unidos y casi todos los demás), de aprender y apropiarse de tecnologías extranjeras (Alemania, Inglaterra, Francia, Corea del Sur), y de condicionar las inversiones para obtener resultados predefinidos (Japón, Suecia, Alemania).
Lo que China está haciendo y lo que hicieron los países ricos en el pasado no es una receta única para todos los países en desarrollo, y es menos viable para economías pequeñas. Además, contamos con reglas internacionales en materia de propiedad intelectual que merecen ser respetadas o simplemente cambiadas.
Sin embargo, parafraseando a Ha-Joon Chang (2002), de donde tomo los hechos contados, después de alcanzar la cima, ahora Estados Unidos y los países ricos pretenden patear la escalera del desarrollo y quedarse sin competencia. Lo han venido haciendo con los países en desarrollo, la mayoría pequeños y sin poder, desde los ochenta cuando promovieron el desmantelamiento de los estados desarrollistas y entronizaron las políticas del llamado Consenso de Washington.
Desafortunadamente para ellos, ahora se han encontrado con un chico grande que no puede ser intimidado.