Las ciencias ambientales, por ser las ciencias más recientes, ya que apenas afloraron con intensidad social en la década final del siglo 20 y en la década inicial del siglo 21, todavía no son bien entendidas por una sociedad que, aunque quiere asumir el discurso ambiental, para contribuir a la protección ambiental, muchas veces se encuentra con una encrucijada confusamente señalizada, y no sabe si creerle a expertos verdaderamente preocupados y muy calificados, o a fundamentalistas yihadistas, o a políticos oportunistas que buscan en luchas ambientales ganar espacios sociales.
Y es que vivimos en una sociedad donde aunque desde hace décadas los médicos cardiólogos nos dicen que las grasas saturadas tienden a obstruir el sistema arterial y a producir infartos cardíacos, muchos siguen prefiriendo comer chicharrones, tocinetas, longanizas, chorizos y carnes fritas, para complacer al paladar, aunque sea la puerta de entrada a un temprano funeral, y para ocultar culpas personales responden que su abuela diariamente comía con manteca y murió a los 100 años de edad, pero no le dicen cuántos millones de personas mueren anualmente por infartos.
La gente que fuma observa que en la cajetilla de cigarrillos se advierte que fumar puede producir cáncer pulmonar, pero los fumadores siguen fumando gustosamente bajo la excusa de que, sus abuelos fumaban y murieron con más de 90 años de edad, pero no le dicen cuántos millones de personas mueren anualmente de cáncer pulmonar.
La gente sabe que conducir un vehículo a exceso de velocidad le expone a sufrir un accidente fatal, pero disfruta conducir de forma temeraria aunque sepa que anualmente más de un millón de personas mueren en accidentes de tránsito.
Y así va el medio ambiente, pues para mucha gente, incluidos comunicadores y ambientalistas, es bien sabido que los núcleos urbanos se han convertido en los principales focos de contaminación ambiental de las aguas superficiales y subterráneas, por la emisión de toneladas de excrementos y desechos sólidos y líquidos que van al subsuelo permeable y a los arroyos, ríos y mares, sin que nadie se rasgue sus santas vestiduras ambientales por saber que esas son nuestras culpas personales, pues para algunos siempre será mejor culpar a otros de los errores de nosotros; del mismo modo que la gente sabe que las granjas de pollos y cerdos son grandes emisores de bacterias coliformes fecales, y que las fincas agrícolas son grandes contaminadores por uso de agrotóxicos que, envenenan trabajadores y degradan las aguas superficiales y subterráneas, pero como todos comemos pollos, cerdos y productos agrícolas, guardamos silencio para proteger a quienes nos proveen de alimentos.
Somos una sociedad orgullosa de recibir casi 7 millones de turistas anualmente, y aspiramos a recibir 10 millones de turistas anuales, pero nadie se atreve a preguntar hacia dónde van las aguas residuales que salen de los inodoros de los hoteles porque si se dice le haríamos daño al turismo y al país.
Somos una sociedad donde ya nadie se atreve a tomarse un vaso de agua de ningún río vecino por miedo a contraer una enfermedad gastrointestinal, olvidando que 30 años atrás todos consumíamos el agua directamente del río vecino, o del grifo de la casa, o del grifo de la calle.
Somos una sociedad donde todos sabemos que somos los grandes responsables de la altísima degradación ambiental que nos enferma, pero por saberlo muchos ciudadanos y comunicadores invierten parte de cada día en escarbar su patio trasero para enterrar y ocultar todas sus culpas ambientales, para luego pasar discretamente al patio trasero del vecino minero para escarbar, desenterrar y exhibir las culpas sociales y ambientales del vecino minero, en interés de mostrarlo como el único culpable de todos nuestros males sociales y ambientales, pero no somos capaces de admitir públicamente que durante los últimos 30 años todos hemos sido contaminadores y depredadores del medio ambiente.
Somos una sociedad que se conforma con predicar un discurso fundamentalista advirtiendo que “queremos agua, pero no queremos minería de oro, porque el agua vale más que el oro”, aunque el discurso sea emitido desde una cabina, hogar u oficina, donde en ese mismo momento los desechos sanitarios contaminadores estén yendo directamente al río o al acuífero más cercano, o aunque ese discurso sea emitido a través de un moderno teléfono celular cuyo transmisor use microchips construidos con oro contaminador, pero nada de eso importa, pues lo que importa es mostrar al vecino minero como el gran culpable de nuestros males sociales y ambientales, aunque el día que ya no encontremos a ningún vecino minero a quien culpar por haber sido sustituidos por otra sociedad con más conciencia ambiental, todos los medios de prensa reconozcan que todos fuimos responsables de no haber hecho nada para frenar la verdadera degradación ambiental que vergonzosamente todos nos dedicamos a ocultar.