Parecía muy difícil de superar el abultado record de desaciertos, estrepitosas omisiones y fracasos de la OEA, hasta ayer, al aprobarse la activación del Tratado de Asistencia Recíproca (TIAR) contra Venezuela, durante la reunión celebrada en Washington. Con esta grotesca decisión, tomada a la sombra amenazante del imperio, y no por casualidad en el mismo centro de su poder político y militar, quedaba consumada una nueva etapa de su caída libre hacia el basurero de la historia.
La OEA es un cadáver político insepulto, bien se sabe. Su trayectoria de servilismo, como caja de resonancia de la política hegemónica de los Estados Unidos hacia la región, la ha descalificado, desde hace décadas, para representar nada distinto a llevar y traer las órdenes que recibe del amo. Con verbo certero, el canciller cubano Raúl Roa la calificó un día de “Ministerio de Colonias”. Y lo sigue siendo.
Es una estafa a la comunidad internacional, y un gesto a sabiendas vacío, que una organización adopte una resolución que podría preludiar la consumación de un ataque militar de Estados Unidos y sus aliados contra el pueblo venezolano, con apenas 12 votos a favor, de 19 votos posibles. Y es aún más patético, si cabe, que esa haya sido la magra cosecha de ruindad lograda por el imperio, tras utilizar todo el enorme arsenal con el que presiona, aterroriza y soborna a países soberanos con tal de alcanzar sus fines. Ni siquiera la presencia en la región de serviles diplomados, y sirvientes incondicionales, como Macri, Duque y Bolsonaro, lograron el milagro de construir una mayoría sólida a favor del mandante.
Con este acuerdo, flagrantemente propagandístico, electorero y de auto consuelo yanqui, tras la cesantía de un inepto fanfarrón como John Bolton, y el inexorable desmoronamiento de todo lo que encarna Juan Guaidó, se pretende mantener vivo el zombie de las presiones para aplastar la Revolución Bolivariana, que ha demostrado ser tan genuina y fuerte, como para estar de pie y sin miedo, ante todos los embates de sus enemigos. En realidad, poco daño añadido se podrá causar aplicando la panoplia de medidas posibles a un Estado, como Venezuela, que en el 2012 se retiró del TIAR, junto a Bolivia, Ecuador y Nicaragua, y que no es miembro de la OEA desde abril pasado, a pesar de que un traidor a su patria llamado Gustavo Tarré, vocero del autoproclamado, usurpe el escaño nacional en esa organización y ande de rodillas pidiendo una invasión genocida contra su propio pueblo.
¿Por qué un Estado soberano, libre y regido por una Constitución, con un presidente electo por la mayoría de sus ciudadanos, reconocido por 139 Estados Miembros de la ONU, el 72% del total, tiene que acatar decisiones de una organización a la que no pertenece, y de un tratado, del que no forma parte?
Y si eso no fuese suficiente, recordemos que el TIAR, supuestamente fundado en 1947 para defender de forma colectiva a cualquier Estado de la región que fuese atacado, nunca fue invocado cuando en 1982 el imperialismo británico recuperó por la fuerza a las Islas Malvinas, reclamadas por Argentina. Mucho menos cuando Estados Unidos ha atacado a Cuba, Panamá, Granada, Nicaragua o República Dominicana, esta última, en 1965 y bajo las banderas de la OEA.
Y el recuerdo de este hecho histórico, de amarga memoria para nuestro pueblo, nos lleva a identificar la segunda infamia de este caso: el voto a favor de República Dominicana respaldando el acuerdo impuesto por los Estados Unidos en Washington, junto a (merecen ser citados para no olvidar) Argentina, Chile, Colombia, El Salvador, Brasil, Estados Unidos, Guatemala, Haití, Honduras, Paraguay y el espurio voto del falso representante de Venezuela.
Por obra y gracia de la amnesia histórica, y faltando a elementales deberes de prudencia y responsabilidad, República Dominicana acaba de ser uncida al carro de la guerra de Estados Unidos contra un pueblo hermano, la misma guerra que cegó vidas de dominicanos y dominicanas en 1965, con invasores mancillando nuestro suelo soberano y pisoteando nuestra bandera. Costa Rica, Uruguay, Trinidad y Tobago, Panamá y Perú se abstuvieron. ¿No pudo haberse salvado con una postura similar, al menos la honra de nuestra patria?
El tribunal de la historia y de los pueblos juzgará, de manera severa e inclemente, a los que se acaban de prestar en Washington a este juego rufianesco, a la sombra protectora de un matón de arrabal, con el que se pretende amenazar inútilmente a un pueblo hermano, del que solo hemos recibido solidaridad y afecto. Y con especial acritud, juzgará y condenará, con mano firme, a los que, con su voto servil, acaban de abofetear a quienes dieron su vida por este suelo, esta libertad, esta bandera y la hermandad e integración latinoamericana y caribeña.