El funcionamiento adecuado de los partidos políticos constituye la base del sistema democrático. El partidismo permite la participación de la ciudadanía en política. Son los espacios por medio de los cuales los ciudadanos pueden acceder al poder público. Sin embargo, con el fin de alcanzar y sostener el poder, los partidos han pervertido su razón y han ido más allá del tradicional juego electoral. En lugar de abrir los locales para que la gente estudie política, han usado la práctica clientelar para conseguir apoyo. La gente pasa de ser un sujeto con capacidad de participar a un cliente del sistema de partidos. Las actividades electorales se convierten en ferias de promesas de empleos y acceso a fondos gubernamentales, que produce una esperanza en los electores de posible mejoría en su calidad de vida, en caso de que su candidato resulte ganador. El clientelismo político revela la forma en que es limitada la autonomía de los ciudadanos y ciudadanas, quienes dependen de clientelistas que cuentan con recursos para la compra de conciencias.
La clase política aprovecha la vulnerabilidad socioeconómica de la población para incidir en las voluntades de los ciudadanos y ciudadanas, los cuales asumen las promesas y pequeñas dádivas que desvían su intención de voto.
Los electores que iban a votar por el candidato “A”, finalmente lo hacen por el “B”, porque éste tenía acceso a mayores recursos y dio mayores facilidades a sus convencidos para que participen de estos recursos a cambio de fidelidad. En este sentido se infiere que los ciudadanos no votan por el programa de gobierno del partido, sino que lo hacen por la personalidad del aspirante al puesto electoral a causa de los favores recibidos o simplemente prometidos.
La práctica del clientelismo político ha desnaturalizado el sistema de partidos en las democracias de nuestros países. Deberíamos avanzar hacia la consecución de ciudadanos y ciudadanas que ejerzan de forma más consciente el derecho al voto.
Carlos González
Miembro del Consejo Consultores CEC