Con el tiempo…
Señor director. Aunque el tiempo es un elemento relativo y hasta cierta forma inexistente, en ese plano es casi vital, nos regimos básicamente por el tiempo y de él dependen la mayor parte de nuestras relaciones y evoluciones. Trabaja como una guillotina, certero, demoledor, imparable, muchas veces es implacable y otras misericordioso, depende de las circunstancias y el tipo de emociones.
Si sembramos una semilla, abonamos la tierra, la regamos y cuidamos, con el tiempo crece y se convierte en un gran árbol; de esa misma forma nacemos, nos alimentan, educan y cuidan, y con el tiempo crecemos. Pero nuestro crecimiento va más allá de lo físico y lo personal, abarca lo emocional, intelectual y espiritual.
Junto con el crecimiento del cuerpo, crecen y se desarrollan otros niveles de comprensión y entendimiento, estos aun cuando el crecimiento del cuerpo se ha detenido, continúan creciendo y nos hacen capaces de trascender como especie y evolucionar en el tiempo, con la finalidad de mejorarnos y perfeccionar la naturaleza humana.
Al pasar de los años somos más selectivos para confiar por los desengaños sufridos, aprendemos a querer mejor, con menos imposiciones y exigencias, menos morbo o malicia, de manera menos obsesiva y posesiva, de forma más serena, sana y afectuosa, aunque continuemos sopesando en la balanza la reciprocidad.
Eso es en cuanto al cariño y el afecto, pero en cuanto al amor es diferente, el amor no conoce preferencias ni rencores, el verdadero amor no es selectivo, ni vengativo, surge y se da de manera incondicional y con el tiempo llegamos a amar mas y a más personas, ya que se supone que con los años ese amor que llevamos dentro y somos, madure a un nivel de expresión que nada lo amilane o aniquile. Esto se consigue con la madurez que da la vida, con el desapego, así aprendemos a amar con libertad, conscientes de que nadie es dueño de nadie ni es mejor que nadie, y que la mejor forma de dar y recibir amor, es liberándonos de falsos juicios y ataduras mentales y sociales, de intereses bajos y mezquinos.
Con el tiempo, aprendemos primordialmente a amarnos y aceptarnos tal como somos, esto nos abre las puertas para amar y aceptar a los demás y para que a su vez, estos nos amen y nos acepten, todo se vuelve recíproco e ideal, más simple, más moldeable y manejable, armonizamos con la vida y con los demás. La madurez de los años y experiencias vividas a consciencia, nos dan más entendimiento y empatía para llevar una vida tranquila y plena, más apacible y amorosa.
Con el tiempo… si maduramos, todo esto se hace realidad, sentimos que el corazón ha hecho más espacio para el amor hacia los demás, y que atraemos a más personas a nuestra vida, los vemos como realmente son, almas buenas y conectadas a nuestra alma, quizás menos afortunadas o menos enfocadas en las bendiciones que reciben y más atentas a las carencias que creen tener, pero al fin de cuentas, almas que de alguna forma buscan trascender.
Idalia Harolina Payano Tolentino
Colaboradora