El lunes pasado, 25 de septiembre, se cumplió el 54 aniversario de la nefasta conspiración que dio al traste con el primer experimento de gobierno democrático, tras la sangrienta dictadura de Rafael Trujillo. Estrenábamos una libertad no conocida por la mayoría, a la vez que se iniciaba una larga etapa de luchas, alternada con oscuros espacios de tiempo, donde se enfrentaron las fuerzas más beligerantes de la sociedad nacional.
Aplastante ganador resultó el exiliado Juan Bosch Gaviño, con más de 57% de los votos. Su abrumadora mayoría congresual aprobó una Constitución más allá de las concepciones de libertad, democracia, derechos y deberes que los dominicanos concebíamos como ideal. Pero cierto es que las fuerzas del régimen de terror de Trujillo estaban intactas. La cabeza de la dictadura separada, pero con el cuerpo, sus tentáculos, su espíritu y su cultura, vivos y poco dispuestos a cambios. Jerarcas de la Iglesia católica, grupos superiores de las Fuerzas Armadas, empresarios de la cúpula, sectores políticos de extrema derecha y muchos confundidos, fueron artífices de una trama que contó con los intereses del momento de los Estados Unidos y el gobierno de John F. Kennedy. Se gestó el golpe de Estado, desde antes de los resultados de las elecciones del 20 de diciembre del 62. Se inicia con la Masacre de Palma Sola y la muerte de los mellizos Ventura Rodríguez, decenas de niños, mujeres, hombres y ancianos, con el asesinato “tangencial” del general Miguel F. Rodríguez Reyes, inspector de las Fuerzas Armadas, de quien se dijo sería el próximo secretario de la cartera, escogido por Bosch y con quien habría llegado a un acuerdo de gobernabilidad. Simbólicamente esa matanza ocurre el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, con oscura responsabilidad de Belisario Peguero, entonces influyente jefe de la Policía Nacional y Monseñor Thomas O’Reilly, quien se expresaba activista opositor de los cultos a Liborio y la influencia política del general Ramírez Alcántara basada en el respaldo campesino de los creyentes de esas sectas.
La posibilidad de que “El Ovejo”, como despectivamente llamaban a Bosch por su blanca cabellera, estableciera un régimen laico, con separación de la Iglesia y el Estado, basado en los postulados de Hostos, procurando revertir la deuda social con los más desposeídos y normando una libertad poco entendida, resultaba inaceptable. Se intentaba un desarrollo que permitiera al país rebasar el retraso y aislamiento a que Trujillo lo había obligado.
Las Manaclas, la Revolución de Abril y los miles de muertos ocurridos y el enorme desfase social en que vivimos, son consecuencia directa de esa puñalada a la democracia criolla. En 54 años hemos caminado mucho y hoy este no es el pueblo elemental, semianalfabeto y simple, al que Juan Bosch arengaba en sus alocuciones radiales cuando hacía campaña en las elecciones en que resultó triunfador.