El pasado domingo 27 fue un día triste para muchos amigos que conocimos y tratamos como hermano al fraterno Conde Olmos Golibart, pero tan triste me sentí por su partida a destiempo como por la forma en cómo murió. Conde fue una víctima más del deplorable sistema de salud público que tenemos.
El periodista Vianco Martínez, en el panegírico que leyó para despedirlo narró el doloroso y vergonzoso proceso que vivió Conde en la camilla de un hospital ante la mirada indiferente del personal médico, al punto que él y el también amigo Eli Heiliger, tuvieron que llevárselo a otro centro público con la esperanza de que pudiera recuperar su salud.
Conde era diabético, al igual que más de dos millones de dominicanos diagnosticados, sin contar los que no lo saben. Esta es una enfermedad que, si no se trata con el debido cuidado y la medicación indicada, el paciente podría presentar complicaciones fatales.
Lamentablemente, Conde falleció el pasado sábado 26, producto de su enfermedad mal tratada y como una víctima más del sistema de salud que tenemos, donde nunca aparece una cama para acostar al paciente en estado delicado, pero mucho menos un medicamento o un material médico gastable. Vianco, quien narró los últimos días de Conde, expresó en medio del llanto y el dolor que lo que tenemos los dominicanos es un sistema de salud que huele a orina.
Sus palabras no están lejos de la realidad, a pesar de que lo dijo con rabia, abrumado por la impotencia de ver sucumbir a un amigo que no recibió la atención debida en el momento en que más lo necesitaba.
Muchos dominicanos que cuentan, incluso, con un seguro básico de salud, que tienen un empleo fijo, se ven imposibilitados de atender ciertas enfermedades y dolencias por los costosos que son los procedimientos y los medicamentos.
Un seguro básico de salud cubre un porcentaje de las consultas, y un monto fijo de hasta un 80% para medicamentos, pero resulta que una sola receta de medicamento podría agotar el seguro y de ahí en adelante, a pedir a un Chapulín Colorado…
Pero, me pregunto: …y los que no tienen un seguro médico, ni tienen dinero más que para mal comer, ¿qué? Estos están en peor situación y ese era el caso de Conde y de miles de Conde dominicanos que cuando padecen una enfermedad, para recuperar la salud o mantenerla controlada, es como pasar el Niágara en bicicleta.
El acceso a la salud es un derecho, y así lo establece nuestra Constitución, pero también otros instrumentos internacionales de derechos humanos. Y la ausencia de estos servicios, al igual que la educación, impactan de manera negativa en la calidad de vida de cada individuo.
Con un presupuesto de más de 123, 452 millones de pesos, el sistema de Salud Público adolece de muchas limitaciones que lo convierten en frágil y desorganizado. Solo hay que darse una vuelta por el Moscoso Puello, el Salvador B. Gautier, el Instituto Dominicano de Cardiología, de Los Ríos, este último en proceso de reparación hace más de cuatro años, por solo mencionar algunos, donde los pacientes pasan las mil una en busca de atención y medicina que mejoren su estado de salud.
De acuerdo con un informe del Observatorio de Políticas Sociales y de Desarrollo, de la Vicepresidencia de la República, nuestro sistema de salud plantea la necesidad de crear mayores inversiones en esta área que lo consolide como un sistema nacional de seguridad, una especie de gobernanza integral.
Destaca este informe que, en nuestro caso, la cobertura no es una garantía para tener un servicio eficiente y efectivo, si no hay calidad, y de eso están conscientes nuestras autoridades y las organizaciones internacionales que trabajan en pro de mejorar la atención y calidad de los servicios.
Pienso que no es mucho pedir que, por lo menos, un paciente que llega a un hospital o una emergencia de un centro privado sea atendido con la dignidad que se merece. Descansa en paz querido Conde!