Hace cuatro años, en el inicio de la era Trump, parecían dos galaxias distintas: de un lado, el establishment republicano del Grand Old Party; del otro, el magnate neoyorquino, un showman deslenguado que había ganado las primarias en llamas, de trifulca en trifulca, hasta la victoria final.
Siendo ya su candidato presidencial, los popes se negaron a acompañarle en la campaña. Algunos, como el líder de los republicanos en el Congreso, Paul Ryan, lo anunciaron tal y cual y lo presentaron como una cuestión de principios; otros, simplemente se borraron de los mítines. En la convención de aquel verano, en la que se coronó a Donald Trump como candidato, los Bush ni aparecieron. El senador texano Ted Cruz, que había sido uno de los aspirantes en las primarias, subió al escenario y, en lugar de pedir el voto para el elegido, como es habitual, llamó a los estadounidenses a actuar “con su conciencia”.
El Partido Republicano es hoy el Partido de Donald Trump. El juicio político al presidente a raíz del escándalo de Ucrania, a tan solo siete meses de las elecciones presidenciales, ha culminado la sumisión del Senado hacia su líder. El viernes por la noche solo dos senadores republicanos —Mitt Romney y Susan Collins— apoyaron a la minoría demócrata en su petición de que personajes clave del caso que se juzga acudan a declarar. La gran mayoría republicana (ocupan 53 de los 100 escaños de esta Cámara), rechazó seguir el proceso con más testimonios y documentos, y optaron dejar el caso visto para sentencia. El lunes se presentan los argumentos finales y el miércoles se votan los dos cargos que pesan sobre Trump, abuso de poder y obstrucción, con poco misterio: la absolución está asegurada.
Otros con menos amnesia ya no se encuentran en el Senado: cómo el difunto John McCain, que fue azote de Trump hasta el final, y en verano de 2017 llegó a acudir a votar, ya muy enfermo de cáncer, en contra de la ley para liquidar Obamacare, dio un discurso llamando al diálogo y al consenso que enmudeció a la Cámara. Murió un año después. Había dejado dicho que no quería al presidente en su entierro. También se ha retirado el crítico Jeff Flake, que precisamente anunció que no se presentaría a la reelección asqueado por el mandatario. “Tengo hijo y nietos. No seré cómplice de Trump”, dijo.
Sus sustitutos no rompieron filas con el partido el viernes. Trump está acusado de abuso de poder por sus supuestas coacciones a Ucrania para que la justicia de ese país anunciase investigaciones sobre los demócratas que le beneficiaban electoral, usando incluso la congelación de ayudas militares como mecanismo de presión. También responde por un cargo de obstrucción al Congreso, al haber torpedeado la investigación. De ambos quedará libre.
Enfrentarse a Trump puede suponer un castigo en las urnas para los legisladores que buscan la reelección. También supone un riesgo mayúsculo ante las presidenciales. Apeados del control de la Cámara de Representantes, los republicanos pueden perder también la Casa Blanca. El líder del partido en el Senado, Mitch McConnell, que también las tuvo en su día con el mandatario, ha sido el principal arquitecto del muro de contención. El pasado diciembre admitió sin complejos que estaba “coordinando” el procedimiento del juicio con la Casa Blanca. “No soy un jurado imparcial. Este es un proceso político”, se explicó.